Paula y Pedro se casaban a las once de aquella mañana del sábado para que tuvieran tiempo de llegar a las montañas antes del anochecer. A las diez y veinte, ella ya estaba vestida, peinada y maquillada y no se quería sentar para que no se le arrugara el vestido. El tiempo pasaba con agónica lentitud, así que decidió ir a ver a su padre. Lo había visto muy poco durante aquella última semana, pues se había confinado en sus habitaciones y no la había llamado en ningún momento. Al entrar, lo vió peleándose con la pajarita. Al verla, se quedó boquiabierto y exclamó.
-Alejandra...
Alejandra era el nombre de su madre. Paula sintió un vuelco en el corazón.
—¿Me parezco a ella?
—Así vestida y con el pelo recogido... Sí, te pareces a ella —de pronto se estiró, parecía más alto, como si la visión de su hija con aquel traje de novia le hubiera quitado un montón de años de encima—. Era la mujer más hermosa del mundo.
Paula no pudo evitar una sensación de ahogo.
—¿Sabes? Después de tantos años, todavía la echo de menos.
Miguel bajó los ojos.
—No hice lo correcto contigo después de que ella falleciera, Pau —dijo él—. No podía soportar hablar de tu madre y tampoco te permití a tí que lo hicieras. Eso fue un tremendo error.
Paula se aproximó a él y se encontró con su propia imagen reflejada en el espejo de su padre.
—Pensé que ya no me querías.
El rostro de Miguel se turbó.
—Siempre te he querido, pero nunca he sabido cómo decírtelo.
—¿Me quieres ahora? —preguntó Paula en un susurro. Se volvió hacia ella con ansiedad.
—Sí, mucho —le dijo—. Por eso quiero mantenerte a salvo De modo que un exceso de amor había motivado su exceso de celo.
—Pero yo sé cuidar de mí misma —respondió ella—. Y siempre estaré aquí, a tu lado, porque yo también te quiero, y mucho.
De pronto, se vió en sus brazos, llorando desconsoladamente.
—Te pareces tanto a tu madre... Ella era como tú, un espíritu libre. Aquel día, le había pedido que fuera a Chicago en avión, pero no quiso. Le gustaba conducir. Tuvimos una discusión antes de que se marchara. Después, condujo su coche y se mató. Un conductor borracho chocó contra ella. Habría dado mi vida por haber podido borrar aquella discusión.
—Por eso siempre has querido que hiciera las cosas a tu modo —dijo Paula—. Eso explica el modo en que me has tratado todos estos años...
—Lo que estaba haciendo era contraproducente, me daba cuenta. Pero, sin embargo, no podía evitarlo. Cuanto más te rebelabas contra mí, más quería controlarte.
—Si no fuera a casarme con Pedro, quizás nunca habríamos llegado a tener esta conversación.
—Quizás no —dijo Miguel—. Pedro será un buen marido. Es un gran hombre.
Paula se esforzó por mantener la mirada firme. No quería que su padre notara nada extraño en ella.
—Me alegro de que te guste.
—Mucho mejor que Pablo Coates. Sé que en su momento quise que se casara contigo, pero me alegro de que no lo hicieras. Acaba de divorciarse, después de un corto y fallido matrimonio.
Divorcio. Paula bajó los ojos y agarró la pajarita que tenía su padre en las manos. Miguel no sabía nada sobre aquel desgraciado episodio con Pablo. Nunca podría haberle contado algo así.
—Pablo vino a verme hace un par de días -dijo Miguel—. Trató de convencerme para que no te dejara casarte con Alfonso. Me contó todo tipo de detalles escabrosos sobre su pasado. Pero le dije que Pedro era diez veces mejor que él y que estaban muy enamorados. Lo mandé al infierno.
Se miró al espejo con una sonrisa satisfecha.
—Será mejor que vaya retocarme el maquillaje —dijo ella y abrazó a su padre—. Gracias, papá. Nunca te olvides de que te quiero.
Miguel se aclaró la garganta.
—Si quieres, hablaremos con más detalle de tu madre cuando vuelvas de tu luna de miel —dijo.
Paula sonrió.
—Me encantaría.
Tenía que salir de allí antes de empezar otra vez a lloriquear. Se dirigió a su habitación, se aplicó un poco de rímel y se pintó de nuevo los labios. Agarró el ramo de violetas y se puso el anillo que Pedro le había regalado. Su padre la quería, siempre la había querido. Se merecía aquel sacrificio. Casarse con Pedro era hacer algo incorrecto por las razones adecuadas. ¿O quizás sería al revés? No estaba segura, pero daba igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario