jueves, 19 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 5

—Bueno, creo que usted sabe mucho más sobre mí que yo sobre usted.

—No me llames de usted.

—De acuerdo —dijo ella—. Pedro.

Como si le hubiera leído el pensamiento, extendió la mano y le tocó suavemente los labios. Ella se apartó.

—¿Qué haces?

—Exactamente lo que querías que hiciera.

Paula lo miró desconcertada, pero se negó a desmentir lo que era tan obviamente cierto.

 —Solo los niños se dejan llevar por sus impulsos.

—Los adultos, a veces, también.

—No esta vez.

—Puedo llegar a persuadirte.

Paula sintió pánico.

—Quizás sea así, pero me sorprende que necesites de estrategias como esa.

Inesperadamente, Pedro confesó lo inconfesable.

—Realmente, no he venido aquí solo para darte las gracias. Aquella noche, tu voz me cautivó. Quería conocerte, saber cómo eras.

—Vaya —dijo ella y, por una razón inexplicable, creyó lo que le estaba diciendo. A pesar de todo, cambió de tema—. Y, bueno... estabas a punto de decirme a qué te dedicabas.

—Industria naviera —dijo él—. Siempre he amado el mar.

De pronto, sacó un sobre y se lo ofreció.

—Quería darte una muestra más tangible de agradecimiento —dijo él.

—No, gracias, no es necesario...

—Pero puedes comprarte cualquier cosa que necesites.

—Aquella noche estaba haciendo mi trabajo y es para eso para lo que me pagan —respondió ella.

Pedro hizo verdaderos esfuerzos para dominar su temperamento.

—Querría que aceptaras esto. Es un cheque.

 —No, no puedo.

—Estás siendo excesivamente escrupulosa.

Paula agarró el sobre y lo rasgó sin pensárselo. Luego, dejó los dos trozos sobre la mesa.

— ¡Muy melodramático!

—Puedes invitarme a cenar. Eso bastará.

Aquella situación era verdaderamente irónica. Pedro trataba de darle su dinero, cuando ella era inmensamente rica. En Washington, los hombres se interesaban por su fortuna. Eso le había ocurrido, por ejemplo, con Pablo. Por eso le gustaba Collings Dove, donde era una desconocida, con un coche que podía pagar con su sueldo. La avioneta la dejaba a cuarenta kilómetros de la ciudad en la que vivía. Su secreto solo lo conocía Rodrigo.

—¿Cómo puedo darte las gracias si no aceptas mi dinero?

—Con dos palabras: «muchas gracias».

—Las palabras se las lleva el viento —dijo él con cinismo.

—Para mí no.

—Está claro que no coincidimos en nada.

—No tenemos ningún motivo para que eso importe.

La miró fijamente a los ojos.

—No eres de Newfoundland, Paula. Tú acento es del este de los Estados Unidos.

—Washington.

—¿Qué haces trabajando en Canadá?

—Tengo doble nacionalidad. Mi madre era canadiense.

—¿Era?

—Murió cuando yo tenía cinco años —respondió.

Aquella muerte había cambiado el rumbo de su vida para siempre. Algo en su cara le dijo a Jethro que habían tocado un tema delicado.

—Lo siento.

Paula bajó los ojos y trató de controlar sus ganas de llorar. Llevaba toda la vida controlando aquel impulso, desde muy pequeña. Su padre se había encargado de que así fuera.

—Ya ha pasado mucho tiempo desde aquello.

—¿Tu padre todavía está vivo?

—Sí —de momento.

Y seguía ejerciendo aquel dominio sobre ella, aquella mezcla de sobre protección y frialdad, que había sido la tónica habitual de su relación desde el accidente de su madre.

—Me doy cuenta de que es un tema que tampoco quieres tocar, como yo el del Starspray.

Paula hizo una mueca.

—Por poco que me guste, prefiero hablar del tiempo.

—Eso es tanto como decir que deje de hacerte preguntas personales.

—Eres rápido entendiendo indirectas.

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