jueves, 19 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 6

La mirada de Pedro mostró su indignación.

—Sabes cómo ponerme furioso.

—Me apostaría una paga extra a que estás acostumbrado a que las mujeres sean extremadamente amables contigo y asientan a cada palabra que dices.

—Y a que acepten mi dinero sin reparos.

Una vez más había un cinismo dolorido en su comentario.

—Es un poco extremo que casi hayas tenido que ahogarte para conocer a alguien que no sabe si dejarte pagar los doce dólares de un escalope.

—Se te está olvidando el refresco.

Paula se rió.

—Y la propina —dijo.  Lo miró fijamente. Su expresión había cambiado—. ¿Qué ocurre?

—Estás absolutamente preciosa cuando te ríes.

Paula se ruborizó. No podía pensar en nada. Por fin, logró calmarse.

 —Pedro, hagamos un trato: tú me cuentas cosas sobre Islandia y yo te cuento cosas sobre Newfoundland. Nos olvidamos de agradecimientos, padres, amantes y dinero, ¿De acuerdo?

—¿Por qué no estás casada?

—¡Porque no quiero casarme! —la camarera apareció en ese momento—. Gracias, Micaela.

La mujer miró a Paula con interés al ver el rubor de sus mejillas.

—¿Necesitan algo más? —preguntó.

—No, gracias —respondió Pedro y esperó a que Micaela se alejara—. ¿El capitán es tu amante?

—¿Ariel? No. Está esperando a una chica rica para que le arregle la vida. Solo somos amigos.

—La amistad entre un hombre y una mujer es imposible.

—No estoy de acuerdo.

—¿Quieres decir que nunca te has acostado con él?

—Eso es exactamente lo que quiero decir —respondió ella y clavó el tenedor con rabia en un trozo de escalope.

—No lo pagues con tu cena. Mándame directamente al infierno.

Paula lo miró de reojo.

—Primero voy a terminar de cenar. Me queda una larga noche de doce horas de trabajo y estoy hambrienta. Así es que, si no te importa...

—¿Solo son amigos?

—Eso es lo que he dicho. ¿Por qué te cuesta tanto creerlo?

—Es una larga historia que no te voy a contar. Podríamos hablar de Islandia —así lo hizo.

Durante un buen rato, Pedro habló de su viaje a aquel lugar maravilloso. Paula no podía dejar de escuchar atentamente, pues el relato era entretenido e interesante. Cuando Micaela llevó el postre y el café, alguien se aproximó a su mesa.

—Creo que quieren hablar contigo —dijo Pedro.

Paula levantó la vista.

—¡Rodrigo!

Rodrigo Fielding llevaba la clínica de Collings Cove. Era un hombre agradable y trabajador, que estaba perdidamente enamorado de ella. Pero a Paula no le atraía lo suficiente, a pesar de darse cuenta de que era el tipo de persona ideal para buscar una estabilidad.

—Rodri, este es Pedro Alfonso. ¿Te acuerdas que te conté que la semana pasada había habido una llamada de auxilio? Pues fue el barco de él.

—¿Cómo está? —dijo Rodrigo con frialdad.

—¿Por qué no toma un café con nosotros? —le ofreció Pedro.

Micaela los observaba desde el fondo con interés, como si estuviera viendo su telenovela favorita. Se acercó a Rodrigo.

—¿Quiere un trozo de tarta con su café, doctor?

—No, gracias, Micaela. Solo el café - dirigió su atención a Paula—. ¿Ya tienes todo preparado para la cena del sábado? Era a las seis y media, ¿Verdad?

Rodrigo hacía patente su interés por ella sin el más mínimo recato. Paula se preguntaba por qué no podía corresponderle igualmente. Después de todo, si se casara con Rodrigo podría quedarse en Collings Cove. ¿Podía haber un lugar más seguro?

—De seis y media a siete —respondió.

 No quería que Pedro se enterara de que era una cena de despedida.

Micaela llevó el café enseguida.

—Paula—dijo la camarera—. No te olvides de venir a despedirte antes de marcharte a Washington.

—¿Te marchas de aquí? —preguntó Pedro.

—Sí, hoy es su último día de trabajo —dijo Rodrigo.

—No me lo habías dicho —protestó Pedro.

—No tenía por qué hacerlo —respondió ella en tono desafiante—. Y, por cierto, me quedan cinco minutos. Tengo que marcharme.

Micaela llevó la cuenta y Pedro pagó. Los tres se levantaron y se dirigieron a la puerta.

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