sábado, 7 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 33

A las siete de la tarde del día siguiente, detenía el coche frente a la casa de Paula. Si Benja estaba allí, le pediría que fuera con él a Nueva York. Tenía que dar el primer paso. Pero cuando levantaba la mano para llamar a la puerta. oyó voces en el interior:

—Tenemos que hablar,  Benja. Pedro no va a marcharse sólo porque tú quieras.

—Dijiste que sólo se quedaría una semana.

—Pero volverá. Estoy casi segura.

 «Casi». De modo que no confiaba en él del todo.

—Yo no lo creo —dijo Benja.

—Pedro es tu padre, cariño. Tarde o temprano tendrás que aceptarlo. Sé que han pasado muchos años... pero eso es en parte culpa mía.

—¡Se marchó y te dejó sola!

—Sí, es verdad. Pero Pedro no sabía que yo estaba embarazada. Cuando me enteré, debería haberme puesto en contacto con él y no lo hice. Estaba demasiado dolida, supongo, porque no me había escrito. Pero debería haberlo llamado. Les he robado muchos años a los dos por ser tan testaruda.

Pedro se relajó un poco. Paula admitía su error y debía admirarla por ello.

—¿Vas a casarte con Pablo? —preguntó Benja entonces.

 —No.

—Entonces, ¿Vas a casarte con mi padre?

 —Eres la sexta persona que me pregunta eso desde ayer —suspiró ella.

—Los chicos del colegio están haciendo apuestas.

—Oh, cariño, lo siento... en este maldito pueblo todo el mundo se entera de todo. No puedo casarme con Pedro, Benja. Han pasado trece años... ahora soy una persona diferente. Sólo tenía dieciocho cuando él se marchó de aquí y ahora tengo treinta y uno.

—Sí, claro, eres muy vieja —rió el chico.

—Anda, cállate. Bueno, el caso es que mi hogar está aquí. Pedro viaja continuamente y... no nos queremos. Es imposible. Pero hay algo que no ha cambiado, que te quiero mucho, hijo.

—Yo también —murmuró Benja.

«Pedro y yo no nos queremos». La última persona a la que deseaba ver en ese momento era a Paula Chaves. De modo que volvió al hotel, vió una película y se fue a la cama. Despertó temprano a la mañana siguiente y, después de hacer varias llamadas y redactar unos informes en el ordenador, fue a Cranberry Cove. Había elegido bien la hora: Benja estaba saliendo del colegio. Llevaba una camiseta y unos vaqueros caídos, como todos los chicos de su edad.

—¿Puedo llevarte a casa? —preguntó Pedro, deteniendo el coche a su lado.

Benja tiró de la cinturilla del pantalón, incómodo.

 —Bueno.

Pero cuando llegaron a casa y el chico iba a salir del coche, Pedro lo detuvo.

—Espera un momento. Quiero preguntarte una cosa.

 —¿Qué?

—Dentro de poco hay un puente muy largo. Podríamos aprovechar esa semana... Me gustaría que tu madre y tú vinieran conmigo a las islas Canarias. Allí hay unas vidrieras preciosas que a ella le gustarían mucho. También podríamos hacer surf. Luego iríamos a Nueva York un par de días... tengo un abono para los partidos de la liga de hockey y podrías entrenar con uno de los mejores equipos de aficionados. También me gustaría comprarte unos patines nuevos... los mejores.

Benja lo miraba, atónito. Pero cuando mencionó los patines, abrió la puerta del coche.

—Me gustan mis patines. Mi madre no se ha comprado zapatos este año para que pudiera tener patines nuevos.

Pedro golpeó el volante con la mano, furioso.

—Estoy haciendo esto fatal. No intento comprarte con un par de patines, Benja. Pero es absurdo esconder que tengo mucho dinero. Sólo quiero que veas mi casa, cómo vivo. Así, a lo mejor, podrías ir a verme después... y quedarte conmigo unos días.

—¿Podríamos ir a ver partidos de hockey? —preguntó Benja.

—Claro.

—Nunca he hecho surf.

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