martes, 10 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 40

Pero incluso entonces, aunque estaba deseándolo, Pedro se contuvo. Deseando darle todo el placer posible, se frotó contra ella, llevándola al orgasmo de nuevo.

—Lo has hecho otra vez.

—Sí, es verdad.

—Ahora me toca a mí —dijo Paula—. Tienes un cuerpo precioso.

—No puedo esperar más —murmuró Pedro entonces, con voz ronca.

Paula se abrió para él, como si llevara toda la vida esperándolo. Pedro podía sentir cómo lo recibía y empezó a empujar con fuerza, casi con violencia. Acabó dentro de ella. Luego apoyó la frente cubierta de sudor sobre su pecho, los latidos de sus corazones mezclándose.

—Me matas, Pau.

—¿Ah, sí? Y eso que no tengo práctica.

Pedro se alegraba de eso. Se alegraba infinitamente.

—Odio decir esto, pero tengo hambre. Se me pasó la hora del almuerzo.

—Yo quiero pastel de chocolate con fresas —dijo Paula--. Ya he mirado la carta.

—¿Nada más?

 —Bueno, sí, un par de filetes.

Al oír eso, Pedro sintió una ola de ternura tal que se quedó sin respiración.

—Puedes tomar lo que quieras.

—De una forma o de otra, siempre lo paso bien contigo —rió Paula entonces, abrazándolo.

—Sigue así y no llegaremos a la cena. Podríamos ir a bailar después. ¿Qué te parece?

—Y luego volveremos a la cama.

Pedro la apretó contra su corazón.

—No me canso de tí.

—Seguro que para el domingo habrás cambiado de opinión.

—No lo creo. Esto va a durar más de lo que esperamos, Paula.

—Sólo es un fin de semana. No quiero pensar en mañana y mucho menos en el futuro.

Otro reto, pensó Jake. Pero si había aprendido algo en los últimos trece años era el valor de un acercamiento indirecto. Paula Chaves era como un caballo de carreras, no apto para los débiles de corazón.

—Así que sólo quieres un pastel de chocolate, ¿Eh?

—Una mujer de gustos sencillos, ésa soy yo. Un buen revolcón y un poco de chocolate.

«No ha sido un revolcón, hemos hecho el amor». pensó él. ¿De dónde había salido eso?, se preguntó, sorprendido. El comedor del restaurante no habría estado fuera de lugar en el palacio de Versalles. Paula se colocó la servilleta sobre las rodillas y miró alrededor, entusiasmada.

—Voy a disfrutar cada minuto —murmuró. tomando la carta—. Quiero probarlo todo.

—¿Por qué no empiezas por el postre y sigues hacia arriba?

—Buena idea. La crema de setas era deliciosa, el filete tiernísimo, la ensalada fresca y el pastel de chocolate con fresas un pecado.

—Si me quedara sitio, empezaría otra vez —sonrió, llevándose una mano al estómago.

Pedro sonrió. Estaba enamorado de ella. Enamorado de Paula Chaves. Siempre lo había estado. Y lo supo cuando ella se desmayó en sus brazos, en la tienda. Nunca había dejado de amarla. Por eso nunca había vivido con otra mujer. Paula era la mujer de su vida, la única, su alma gemela.

—¿Qué pasa? ¿Me he manchado de chocolate?

Pedro la miraba como si no la hubiera visto nunca. Quería casarse con ella, vivir con ella para siempre, compartir decisiones, penas y alegrías. Ser un padre para Benja. Y quizá, de otro hijo.

—¿Has pensado alguna vez tener otro hijo?

Ella parpadeó, confusa.

—¿Siendo madre soltera? No.

—¿Y si te casaras?

—No voy a casarme. ¿Si tomo un café podré dormir?

Pedro pensó entonces que quizá Paula jamás se enamoraría de él. Ese pensamiento era aterrador.

 —Pide un expreso... pienso tenerte despierta toda la noche.

—¿Estás bien? Te veo un poco raro.

—No, estoy feliz de estar aquí contigo.

¿Cómo no iba a ser feliz si estaba enamorado de ella? Pedro le dijo con el cuerpo lo que no estaba preparado para decirle con palabras. Comieron, bebieron, bailaron, pasearon por las calles empedradas de la mano y fueron de compras. Se rieron mucho, en la cama y fuera de ella. Porque, por supuesto, pasaron horas en la cama y durmieron muy poco.

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