sábado, 28 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 24

El abogado era demasiado viejo y demasiado experimentado como para extrañarse del tipo de contrato que le pedía. Redactó diligentemente cuanto ella le dictó, en un contrato que defendía tanto sus intereses como los de su futuro marido.

Al salir, se encontró con Pedro, que la esperaba en la puerta. Estaba realmente guapo, con un traje elegante, recién afeitado. Pero, a pesar de su aspecto civilizado, siempre había algo peligroso en él. La miró de arriba abajo.

—Cada vez que te veo tienes un aspecto diferente.

Paula llevaba un traje marrón de diseño, con una falda muy ajustada y una chaqueta también ajustada, que dibujaba al detalle cada curva de su cuerpo.

—Si me hubiera acostado contigo ayer, ¿Habrías cancelado la boda?

—No —dijo él, sin extrañarse de la repentina pregunta.

—Pero habrías obtenido lo que querías sin tener que casarte.

—He dicho que no, Paula. ¿No recuerdas que todo esto es por tu padre?

Paula lo miró sorprendida. No se esperaba aquella respuesta. Suspiró entristecida y apretó el sobre que llevaba en la mano.

—Mi padre, por supuesto —dijo ella—. A veces se me olvida que esto es solo por mi padre.

—He reservado una mesa en Lamartine. Vamos para allá.

Lo último que deseaba en aquel momento era sentarse cara a cara con Pedro en un restaurante que estaría plagado de amigos de su padre.

—¡Vaya, el mejor restaurante de la ciudad! ¿Tratas de impresionarme?

Pedro cambió radicalmente de tema.

—Si eras tan rebelde en tu adolescencia, ¿Cómo es que no te dedicaste a acostarte con hombres indiscriminadamente?

—¡Serías un fiscal estupendo! Siempre haces las preguntas más fastidiosas. La respuesta es que no sé por qué. Quizás me haya pasado toda la vida esperando a que alguien provocara fuegos artificiales dentro de mí y eso nunca haya ocurrido.

—Pues algo así sucede cuando tú y yo nos acercamos.

—¿Eso es lo que te ocurre con otras mujeres?

—¿Cuántas mujeres crees que ha habido en mi vida?

—Tienes fama de mujeriego.

—Mala prensa sin fundamento.

—Responde a mi pregunta, Pedro.

Dudó unos segundos antes de responder.

—No, no siento lo mismo con otras mujeres.

—¡Vaya! —dijo ella, inconfesablemente feliz por su respuesta.

—Y tú, ¿por qué no has querido tener relaciones con más hombres?

Paula respondió sin pararse a pensar.

—Tenía solo cinco años cuando mi madre murió, pero veía a mis padres profundamente enamorados. Creo que, en el fondo, no me conformo con menos.

Pedro se detuvo en mitad de la calle.

—¿Me estás diciendo que estás enamorada de mí?

—¡No, claro que no!

—Entonces, ¿Por qué esta mañana parecía que me ibas a comer allí mismo, en el jardín?

—No se te escapa nada, ¿Verdad? —dijo ella—. Pero no temas, es puramente hormonal, deseo, se llama.

—En este contrato, no hay cabida para el amor.

—No hace ninguna falta, Pedro —dijo ella, pero su corazón se sentía lastimado—. Espero que hayas reservado mesa en la terraza.

Así lo había hecho.

Después de firmar el contrato que Paula llevaba, tomando como testigo a uno de los camareros, Pedro saco una pequeña caja.

—¡No quiero un anillo! —dijo ella.

—Tu padre esperará que lo haya —respondió él.

Siempre aparecía su padre por medio. Claro que ese era el propósito de toda aquella farsa, no debía olvidarlo. Al abrir el estuche,  se encontró un hermoso diamante de un extraño color ámbar.

—¡Es precioso! —dijo—. Es como si hubieras adivinado exactamente qué es lo que me gusta.

—Lo escogí porque me recuerda el modo en que brilla tu pelo bajo los rayos de sol.

Paula lo miró emocionada.

—Eso que acabas de decir es muy bonito —respondió ella y los ojos se le llenaron de lágrimas.

¿Cómo podía ser que un regalo que solo pretendía encubrir una farsa llegara a emocionarla de aquel modo?

1 comentario:

  1. Muy lindos capítulos!!! Como se esfuerzan por ocultar lo que sienten!

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