—La boda es el próximo sábado, aquí, en Washington. Si pudieras venir mañana, sería estupendo. Le diría a Paula que se fuera a comer contigo.
Tenía motivos para querer que Paula no estuviera en casa el martes a mediodía.
—¿Le dirías? No cambiarás jamás, Pepe, siempre organizando las vidas ajenas. Me alegro de que tenga carácter. De acuerdo, allí estaré. Iremos todos a la boda. Estoy muy contenta. Todos necesitamos amar a alguien.
Él no. Se limitó a no decir nada al respecto, preguntó por sus sobrinos y colgó. Acto seguido, fue a buscar a Paula. La encontró con la ayuda de una de las criadas. Estaba desayunando bajo un cerezo en el jardín. Llevaba un vestido de verano que dejaba al descubierto sus piernas. sus hombros y sus brazos. El sol se reflejaba sobre su pelo brillante. Estaba leyendo el periódico y ni siquiera reparó en su presencia. La observó en la distancia. Iba a casarse con aquella mujer en menos de una semana. Verdaderamente, debía de haber perdido la razón. De pronto, ella se volvió.
—¡Vaya, eres tú! —dijo ella.
—Buenos días, amor mío.
—No me llames «amor mío» y, deja esa farsa. No nos está viendo nadie.
Pedro se sentó a su lado.
—Pau, el día después de que se hundiera el Starspray salió un artículo en el periódico en el que decía que era rico. ¿No lo viste?
—No. Me vine a Washington el día después de aquello. Cuando regresé, dos pesqueros acababan de hundirse y una compañera estaba embarazada. Había cosas más interesantes de las que hablar que de tí. Si lo que quieres es saber si lo que me interesa es tu dinero, te diré que no.
Por algún motivo, aquella afirmación lo conmovía sinceramente.
—Hay algo más que me gustaría pedirte. No quiero que tengas ninguna relación más mientras dure el matrimonio.
Paula se rió.
—No tienes de qué preocuparte.
Siguió leyendo el periódico. Él esperó unos segundos y habló de nuevo.
—¿No me vas a pedir lo mismo?
—No —respondió ella.
Pedro controló la ira que le había provocado su respuesta.
—¿Quién es el hombre que te llamaba «amor mío»?
—Nadie —dijo ella.
—¿Qué quieres decir?
Alzó la mirada y se encontró con sus ojos.
—Es solo una expresión que reservo para el hombre al que ame de verdad algún día. Ese hombre, obviamente, no eres tú.
Pedro se alegró de que no hubiera nadie más en su vida, pero, al mismo tiempo, sintió un pesar inmenso ante el desprecio que acababa de hacerle. Iba a tener que darle a Paula Chaves una lección.
—Hoy vas al abogado, ¿No es así?
—Sí.
—Cuando regreses, dame el contrato para que lo firme. ¿Dónde está la sección de negocios?
Pedro se sentó a su lado en espera de que le diera el periódico. Paula se preguntó qué demonios le ocurría. ¿Cómo podía ser que deseara de aquel modo a un hombre como Pedro y, más aún, a las nueve de la mañana? Le dió la parte del periódico que le había solicitado y se quedó mirándolo.
—¿Pasa algo?
—No —dijo ella—. He estado tratando de hacer la lista de invitados, pero ni siquiera sé el nombre de tus padres.
—Mi padre está muerto.
El rostro de Paula se transformó.
—¿Cuándo murió?
—No hace falta que hablemos de esto.
—Pedro, nos vamos a casar y no sé absolutamente nada de tí —excepto que cuando la besaba el mundo entero empezaba a girar a la velocidad de la luz.
—Mi madre abandonó a mi padre cuando yo tenía siete años. Después de muchos idilios, se casó con un conde francés y vive en un castillo en Francia. No la he visto desde entonces. Mi padre murió cuando yo tenía diecinueve años y me hice cargo del negocio familiar entonces. Tengo una hermana cinco años más joven que yo, que vive en Bedford Hills y está felizmente casada con un abogado sin demasiadas ambiciones. Tienen dos niños y un tercero que viene de camino.
Pero aún había demasiadas incógnitas, demasiada información escondida.
—Ni siquiera sé cuántos años tienes.
—Treinta y siete. ¿Y tú?
—Veintisiete —dijo ella y sonrió, una sonrisa embriagadora—. Realmente, todo esto es absurdo y descabellado. Estamos haciendo las cosas al revés.
—Sí, podría decirse que sí... Me gusta tu vestido.
Lo había elegido pensando en él, de modo que se alegraba de que le gustara.
—Me tengo que cambiar antes de ir a ver al abogado. Así que me voy —dijo y,acto seguido, le dió la dirección y la hora de la cita—. Nos veremos luego.
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