—Me alegro de que todo acabara bien —respondió ella haciendo alarde de su mejor educación. Por algún motivo, le irritaba que Pedro Alfonso fuera, además, un héroe.
—Pepe es un gran marinero y un extraordinario amigo.
Después de darle las gracias una vez más, Diego Hornby se despidió. Paula se imaginó la escena. Realmente, había sido un milagro que ambos hombres salieran vivos de allí. Y el milagro tenía nombre y apellido: Pedro Alfonso, el hombre que iría a buscarla a las siete de la mañana.
Paula sabía que siempre tenía un aspecto nefasto al final de su turno. En aquel momento, llevaba unos vaqueros viejos y nada de maquillaje. Se levantó y se dirigió a la cocina. Agarró una lata de sopa, la abrió y la calentó. Estaba hambrienta y cansada. Cuando llegara Alfonso, aceptaría sus agradecimientos con esa educación impecable que su padre le había dado y le diría adiós. Antes de que se diera cuenta, su vida habría cambiado, estaría en Washington y le habría dicho adiós a su trabajo, a su pasado con Rodrigo y a aquel desconcertante Pedro Alfonso. Las horas pasaron lentamente. Había mucho tiempo para meditar en el turno de noche.
Era imposible no pensar en su padre enfermo y en su intento por controlar su vida. No podía olvidar la última media hora que había pasado en Fernleigh, la mansión de su padre en Washington. El doctor Kenniston había sido el médico de la familia desde siempre. Levantó la vista y ella lo miró con ansiedad.
—Tres meses, Paula —le había dicho—. Lo que dure después de eso, será suerte.
Sabía que su padre estaba enfermo, pero no que la situación fuera tan dramática.
—¿No hay nada que se pueda hacer?
—No. Hemos hecho todo lo que estaba en nuestras manos —dijo el doctor. En ese momento, entró el señor Chaves—. ¡Miguel, pasa, pasa!
El médico se levantó y se dispuso a marcharse.
—Mañana a las diez, Eduardo —dijo Miguel y esperó a que el médico dejara la habitación—. Veo que ya sabes cuál es la situación. Pues bien, quiero pedirte algo, Pau.
Miguel miró a su hija. Paula se sentó en la silla más cercana.
—No me puedo creer... Debe de haber algo que se pueda hacer...
—No, Pau, al parecer no hay nada —dijo Miguel mientras se sentaba frente a su hija—. Pero sí hay algo que quiero que hagas.
Paula miró a su padre. Después de todo, ¿Había llegado, realmente, a conocerlo?
—Haré todo lo que esté en mi mano.
—Quiero verte casada antes de que me muera.
—¿Casada?
—Sí, cómo tu hermano Gonzalo. Quiero verte definitivamente asentada, no cambiando de un trabajo inútil a otro.
Paula apretó los dientes.
—Ser guardacostas no es un trabajo inútil.
—Pero sí inapropiado para una chica.
—Yo no soy una chica, papá, sino una mujer adulta.
—Entonces, empieza a comportarte como tal —le dijo.
Paula respiró profundamente y trató de calmarse. No podía discutir con él en aquellas circunstancias. ¿Cómo iba a perder la paciencia cuando le quedaba tan poco tiempo de vida?
—Ya te he dicho que vuelvo a casa.
Miguel continuó como si su hija no hubiera dicho nada.
—Siempre has sido rebelde, impetuosa y desafiante. Pero ha llegado la hora de que madures y asumas las responsabilidades de una persona adulta: que te cases, que seas madre. Seguro que estás enamorada de alguien.
—No —respondió ella.
—Hace algún tiempo mencionaste a un tal Rodrigo.
—Es solo un amigo —Rodrigo estaba enamorado de ella, pero Miguel no tenía por qué saber eso.
—¿No hay nadie, entonces?
—No.
—A veces me da la impresión de que lo único que te importa es llevarme la contraria por principio —dijo Miguel.
Paula respondió con toda la calma que pudo.
—Sinceramente, en este momento no conozco a nadie con quien me pudiera casar.
Miguel la miró con tristeza. De pronto, Paula lo vió tal y como realmente se sentía: enfermo, viejo y cansado. Se sintió culpable. Cuando cursaba el segundo año de carrera, Miguel y ella habían tenido una terrible discusión que los había llevado a no volver a verse, ni a tener contacto alguno durante varios años. Ella había sido la primera en romper el hielo, pero Miguel había respondido sin demasiado entusiasmo. A pesar de todo, desde aquel momento, habían vuelto a verse y tener una distante relación. Para ella, aquello era mejor que nada.
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