jueves, 12 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 43

—Eduardo me dijo que tenía gripe y por eso no podía ir al campeonato.

Paula se llevó una mano al corazón.

—¿Que Benja no ha ido al campeonato?

—¿No me digas que no está aquí?

—No, no está aquí. Ay, Dios mío, ¿Dónde está? Debe haber ido a buscar a su padre. Nos peleamos el otro día... Quiere que me case con Pedro.

—¿Dónde vive Pedro?

—En Nueva York.

—¿Tienes su teléfono?

—Sí, claro.

Con dedos temblorosos, Paula sacó la agenda y marcó el número.

—Pedro, soy yo —dijo, intentando controlar las lágrimas—. Benja se ha escapado de casa.

—¿Cuándo? —Se enteró de que estuvimos juntos en Montreal y... tuvimos una pelea. Debería haber ido a un campeonato de hockey con el colegio, pero no ha ido. Oh, Pedro, tenemos que encontrarlo.

—¿Crees que ha venido a Nueva York?

—No lo sé, no tengo ni idea... no sé dónde puede estar. ¿No se ha puesto en contacto contigo?

—No, pero no te preocupes. Es un chico muy listo y no se meterá en líos. Yo lo encontraré.

—¿Me llamarás en cuanto sepas algo?

—Por supuesto.

—Es culpa mía. Se me escapó algo de Montreal y...

—Por favor, no te culpes a tí misma —la interrumpió Pedro—. Tranquila, Paula, lo encontraré.

Después de colgar, tuvo que abrazarse a Mary, angustiada. Pasó una hora, una hora y media, dos. Y cuando estaba a punto de ponerse a gritar, por fin sonó el teléfono.

—Está en un autobús, en dirección a Nueva York —dijo Pedro—. Tranquila, iré a buscarlo a la estación y te llamaré en cuanto lleguemos a casa.

—Gracias —suspiró Paula.

Luego apoyó la cabeza en la mesa y empezó a llorar. Mary le quitó el teléfono de la mano.

—Hola, soy Mary Bates, una amiga... Sí, no se preocupe, me quedaré con ella. Llámenos en cuanto sepa algo, por favor.

Mary colgó y abrazó a Shaine.

—Todo va a salir bien, no te preocupes.

La estación de autobuses, un sitio inmenso y lleno de gente, no era un sitio en el que Pedro quisiera ver solo a un niño. Y menos a su hijo. Pero allí estaba. En cuanto se abrieron las puertas del autobús, Benja bajó, mirando de un lado a otro. Parecía un crío perdido en la jungla y a Pedro se le encogió el corazón.

—¡Benja!

 El chico volvió la cabeza. Estaba claro que se alegraba de verlo.

—Hola, Pedro.

—¿Llevas alguna maleta?

—No, sólo esto —contestó él, señalando la mochila.

 —Venga, vámonos a casa. ¿Tienes hambre?

—Un poco.

Después de pagar el billete, no me quedaba dinero para la merienda. Cuando llegaron al dúplex, Pedro lo llevó a la cocina.

—Vamos a ver qué hay por aquí.

—¿Puedo llamar a mi madre?

—Ella sabe que estás aquí. Y prefiero hablar contigo antes, hijo.

—Tienes que hacer que cambie de opinión.

—¿Sobre qué?

—Me dijo que se habían visto en Montreal y que le pediste que se casara contigo, pero te dijo que no. No lo entiendo... si le gustas, ¿Por qué no se casa contigo?

—¿Has venido hasta Nueva York para preguntarme eso?

Benja se dejó caer en una silla.

—Quiero que se casen.

—¿Por qué?

—Porque los padres de mis amigos están casados.

—¿Y quieres ser como los demás? —preguntó Pedro, sentándose a su lado.

—Quiero un padre —murmuró Benja, sin mirarlo.

—¿Te valdría cualquiera?

El niño levantó la mirada.

—Tú eres mi padre, ¿No?

—Sí.

—Quiero que seas mi padre de verdad.

Pedro, con un nudo en la garganta, abrazó a su hijo.

—Yo también, Benja. Más de lo que te puedes imaginar.

—Entonces, tienes que hacer que mi madre se case contigo.

—Ella cree que no puede sacarte de Cranberry Cove. Tu casa esta allí, tu familia, el equipo de hockey... piensa que vuestra vida esta allí.

—Qué bobada. A mí me gusta Nueva York. Cranberry Cove ahora me parece más pequeño.

Pedro soltó una carcajada.

—Es un sitio pequeño.

—Pero los otros chicos... a veces decían cosas de mi madre y yo tenía que pegarme con ellos —dijo Benja entonces.

—Lo siento mucho, hijo.

—Ya, bueno... Si viviéramos aquí, podríamos volver a Cranberry Cove de vez en cuando, ¿No?

—Claro que sí. Pero entonces no tendrías a tus amigos.

—Sí, eso es verdad. Pero mi madre podría hacer más cosas aquí. Aquí hay de todo.

 —Hablaré con ella, te lo prometo. Voy a llevaros a Los Hampton.

—¿Qué es eso?

—Es un sitio precioso. Tengo una casa a la que voy cuando necesito salir de la ciudad.

—¿Otra casa? —preguntó Benja, boquiabierto.

Pedro se pasó una mano por el pelo.

—Tu madre está muy disgustada, hijo. Se ha llevado un susto tremendo. Y huir de casa no resuelve nada, ¿Lo entiendes? Yo me marché de Cranberry Cove hace trece años y, por mi culpa, hemos perdido todo ese tiempo. Esta vez te ha salido bien, pero le has dado un susto de muerte a tu madre y no pienso permitir que vuelvas a hacerlo, ¿Me oyes?

—Falsifiqué su firma en el pasaporte. Así he pasado la frontera —murmuró Benja, bajando la mirada.

—No vuelvas a hacerlo. ¿Me lo prometes?

—Sí, te lo prometo. ¿Está muy enfadada?

—Mucho.

Pero lo primero que hizo Paula en cuanto bajó del avión fue abrazar a su hijo con tal fuerza que lo dejó sin aire.

—Me has dado un susto de muerte, Benjamín Chaves.

—Lo siento, mamá.

—El entrenador te ha castigado sin jugar en los próximos tres partidos, ya lo sabes. Huir es de cobardes, hijo. Y los Chaves no son cobardes. Ni los Alfonso. Espero que lo recuerdes.

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