—Yo siempre le visito el día del aniversario porque me da pena. Ese año fui a verlo el día antes de venir a la isla... y me contó que mi madre tenía cáncer. Ella no lo sabía, pero tenía que operarse urgentemente. Después de contármelo se dió cuenta de que había hablado de más y me hizo jurar que no le diría nada a nadie hasta que el diagnóstico estuviera confirmado. Eso es todo, Pedro. No podía marcharme de Cranberry Cove sabiendo que mi madre podría tener cáncer, que podría morir.
Pedro se quedó inmóvil. De todas las razones que había conjurado en su mente durante esos trece años, jamás se le habría ocurrido que sería algo así.
—¿Y por eso hemos perdido trece años?
—Tú eres un hombre decente, Pedro. Si hubieras sabido lo de mi madre, te habrías quedado en Cranberry Cove. No podía decírtelo. Tu destino no estaba aquí, yo lo sabía mejor que nadie. Te habrías vuelto loco... Peor, habrías terminado odiándome.
—Terminé odiándote de todas formas.
Paula parpadeó.
—Ese día, mientras veníamos hacia aquí en el barco, decidí decirte que no te amaba lo suficiente como para irme contigo. Así te marcharías a Nueva York sin mí.
—Entonces, me querías —dijo Pedro—. Mentiste para que me fuera.
—Éramos tan jóvenes... y yo era muy ingenua. ¿Qué sabíamos nosotros del amor? Sólo los poemas que habíamos leído en el colegio, las canciones... Estábamos enamorados del amor, Pedro.
—Habla por tí misma —replicó él—. Yo te quería con todo mi corazón. Era joven, sí, y tenía tan poca experiencia como tú. Pero sabía que eras la mujer de mi vida.
—Sí, seguro. Si yo era tan importante para tí, ¿Por qué no me escribiste, por qué nunca me llamaste por teléfono?
—¿Es que no lo entiendes? ¡Por eso precisamente no quería hablar contigo! No podía soportarlo. No me querías, eso es lo que dijiste. Así que salí corriendo de Cranberry Cove y pasé mucho tiempo intentando olvidarte. Entonces sólo tenía veintidós años y te había entregado mi corazón...
—Ni siquiera me dijiste adiós.
—No podía hacerlo. Me fui a casa, hice la maleta y me marché.
Paula se restregaba las manos, nerviosa.
—No estoy intentando justificarme, sólo te cuento lo que pasó. Cuando te dije que no iría contigo, jamás pensé que desaparecerías de mi vida. ¡Éramos amigos! ¿Eso no significaba nada para tí?
—¿Cómo podía separar el amor de la amistad? Desde mi perspectiva, me habías rechazado... mi amor, mi amistad, todo. ¿Qué iba a hacer, escribirte contándote qué tiempo hacía en Nueva York?
—Bueno, ya da igual —dijo Paula entonces—. Mi madre tenía un tumor benigno y salió bien de la operación. Pero después murió con mi padre en aquel estúpido accidente. Si me hubiera ido contigo a Nueva York, habría tenido que volver para cuidar de mis hermanos. ¿Habrías vuelto conmigo, Pedro?
—Sí. Porque te quería.
—¿Lo ves? Entonces hice bien mintiéndote.
—Tú tomaste la decisión por los dos, ¿Crees que tenías derecho?
—No —contestó ella—. Hice lo que me pareció mejor.
—Para tí, quizá. ¿Y Benja? ¿Y yo? Aparezco trece años después y mi propio hijo no me soporta.
—Te aceptará, con el tiempo —insistió ella—. La paciencia nunca ha sido tu punto fuerte.
—Ni el tuyo. Y no discutas.
—Pase lo que pase, no debemos discutir por Benja.
—No lo haremos —suspiró Pedro.
—Tú fuiste mi único amigo de verdad —dijo Paula —. Me gustaría que volviéramos a ser amigos.
—¿Amigos que quieren acostarse juntos? Ese fue el error la primera vez.
—Te enamoraste de mí... ése fue el error...
—¿Por qué hiciste el amor conmigo, Paula? —preguntó Pedro.
—Hice el amor contigo porque quería hacerlo. Quería hacerlo desde... desde siempre.
—O sea, que me deseabas. Aunque no me quisieras —dijo él, amargamente.
—¿Por qué tienes que analizarlo todo?
—Soy matemático... lo analizo todo.
—¿Intentarás llevarte a Benja usando tu dinero? —preguntó Paula entonces, con una candidez que lo conmovió.
—Ya te he dicho que no.
—Te he visto con Benja... sé que te duele que se porte así contigo. Y sé que sientes un gran afecto por mí.
Pedro decidió entonces decirle la verdad.
—¿Afecto? Hacer el amor contigo... nada en mi vida ha sido igual de hermoso, Pau.
Ella había visto las fotos en las revistas: las modelos, las mujeres elegantes con las que salía, con sus diamantes, sus vestidos de diseño. Sin embargo, Pedro decía que sólo ella, Paula Chaves, de Cranberry Cove, lo había hecho felíz.
—No me crees, ¿Verdad?
—No sé qué creer.
No le creía. No creía en su amor. La historia se repetía entonces. ¿Estaba en peligro de perder su corazón por segunda vez?
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