El despertador sonó a las cuatro y cuarto de la tarde. Después de una ducha rápida, se puso una falda vaquera, unas botas de piel y una camisa de seda verde. Se maquilló cuidadosamente. Contenta con el resultado, miró el reloj y se dio cuenta de que se tenía que marchar. No quería empezar aquella cita con una disculpa por su tardanza. No era una buena estrategia.
Un minuto antes de las siete estaba ya estacionando el coche junto al jeep de Pedro. Al entrar, vió que había conseguido la mejor mesa. Se acercó a él y lo saludo con una fría sonrisa. Él se levantó para colocarle la silla y le rozó el hombro sin querer. Aquel leve contacto le provocó un escalofrío. Decidió entonces que había llegado la hora de lanzarse a la ofensiva. Cuando lo tuvo enfrente lanzó la primera granada.
—¿Ya está en la situación idónea para darme las gracias por mi labor en el rescate?
Pedro agarró el menú.
—Sin duda, es usted muy buena en su trabajo. Así que, por supuesto, le doy las gracias por lo que hizo.
—¿Qué fue exactamente lo que ocurrió?
—Una acumulación de errores —dijo él—. ¿Quiere algo de beber para empezar?
—No bebo cuando tengo que trabajar —dijo ella—. Cuando le pedí que me diera su posición, tardó demasiado tiempo en responder.
—Las cosas eran más complicadas de lo que parecían a simple vista. ¿Qué me recomienda, carne o pescado?
—El escalope aquí está delicioso —estaba claro que no tenía intención alguna de entrar en detalles—. Esa señal que tiene en la barbilla.., asumo que se la hizo en el accidente.
La miró directamente a los ojos.
—Deje de preguntar.
—Pedro—le dijo ella—. Es usted el que ha querido tener esta cita. Yo odio hablar del tiempo. me paso todo el día en mi trabajo hablando de eso. Diego me dijo que usted estaba con gripe y que él llevaba el timón. Que el accidente fue por su culpa.
—Pero el barco era responsabilidad mía. Usted lo sabe tan bien como yo.
—También me dijo que le había salvado la vida.
—Le dijo más de lo que debía. ¿Va a pedir escalope?
—Sí, con guarnición y un gran vaso de refresco de cola con mucha cafeína, para poder estar despierta toda la noche —lo miró—. ¿Cuándo se hizo esa herida?
—Justo antes de que llegara el helicóptero.
Paula notó su expresión de dolor.
—Lo siento mucho por el Starspray, Pedro—le dijo ella y posó su mano sobre su muñeca.
Pedro le miró los dedos.
—No lleva anillos: nada de marido, nada de prometido. Lo que no sé es si tendrá amantes.
Aquel hombre empezaba a ponerla furiosa.
—No puede decirse que usted sea precisamente agradable.
—No estoy acostumbrado a perder ni a fallar —dijo él—. Lo que ocurrió con mi barco ha sido culpa mía.
— ¡Si se hubieran ahogado, eso sí habría sido un fracaso! Pero están vivos.
Por primera vez, la miró directamente a los ojos.
—Sí, supongo que tiene razón. Si me hubiera ahogado, no podría estar aquí tratando de averiguar cosas sobre usted. ¿Siempre le cuesta tanto hablar sobre sí misma o le ocurre solo conmigo?
Sonrió con una seguridad avasalladora.
—No tengo por qué responder, lo siento —se dirigió a la camarera, que acababa de acercarse a ellos—. Hola, Micaela. Quiero lo de siempre.
—Yo también —dijo él—. Pero con una cerveza.
Micaela sonrió coquetamente.
—Sí, señor —respondió la camarera.
Paula observó la reacción de Micaela y esperó a que se hubiera ido para comentar.
—¿Las mujeres siempre se comportan así con usted?
—Si lo hacen, usted, sin duda, es la excepción que confirma la regla.
Lo observó detenidamente y notó las marcas que el cansancio y la enfermedad habían dejado sobre su rostro. Iba bien vestido, aunque de un modo informal, y tenía la expresión firme y segura de quien está acostumbrado a dominar. Sin duda, ella no era ninguna excepción a la regla, pues no era en absoluto inmune a sus encantos. Por algún inexplicable motivo, deseaba a aquel extraño. Puso freno a su exceso de imaginación y se recordó a sí misma lo que le había ocurrido con Pablo. De pronto, sintió miedo, un miedo desconcertante hacia lo que le hacía sentir aquel extraño.
Muy buen comienzo! Me gusta la trama!
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ResponderEliminarShkvo