Cuando ella tenía diecinueve años, había descubierto que su padre le había puesto un guardaespaldas. Había agarrado el primer tren a casa y se había enfrentado a él, le había dicho todo lo que se había guardado desde la muerte de su madre. Su padre le había puesto freno a todo cuanto había querido hacer en su vida, lo que había despertado en ella un imparable espíritu rebelde que se desbocaba con frecuencia. No obstante, a pesar de los derroteros que tiempo atrás había tomado su relación, Celia lo quería sinceramente. En aquellos momentos, quería demostrárselo, necesitaba encontrar el modo de que su padre se fuera sabiendo lo que sentía. Quizás, el matrimonio fuera la única señal que podría ofrecerle, un sacrificio último y precioso por el hombre que le había dado la vida y que iba a perder la suya. Miró a Pedro de reojo. No tenía a nadie más a quien pedirle aquello, nadie lo suficientemente cercano como para confiar y lo suficientemente distante como para no complicarse la vida. Pedro era perfecto: cínico y frío. Se detuvo y se volvió hacia él. Pedro no se paró a tiempo y se chocó con ella. Instintivamente, la rodeó con sus brazos.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó ella, con la voz temblorosa y un tono desesperado.
—¿Qué?
Por primera vez, Paula notó que lo había desconcertado realmente. Se puso pálido y sus ojos se clavaron en ella como dos puñales.
—¡Dios mío! No quiero decir lo que parece que quiero decir, al menos no del todo.
—¿Me has pedido que me case contigo?
—Sí, pero no es lo que tú crees que es. Lo que trato de hacerte es una propuesta comercial.
La miró con odio.
—¡Eres como todas!
Ella se enfureció.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Llegué a pensar que eras diferente, pero ya veo que persigues lo mismo, solo que utilizas otras estrategias.
—No sé qué demonios quieres decir con todo eso...
—¡Deja de fingir!
—Si te callaras un momento y me escucharas, podría explicarte lo que te quiero proponer...
—La voz y la belleza de un ángel que esconden lo que verdaderamente hay detrás. ¡Pensé que ya era muy mayor como para dejarme engañar de este modo!
—Pedro, deja de mirarme como si fuera un bicho repugnante y escúchame —dijo ella—. ¿Me oyes?
Se miraron en silencio durante unos segundos.
—Sí, te escucho.
Seguían abrazados y Paula sentía el embriagador aroma de su cuerpo. De pronto, se dió cuenta de que lo que sentía por aquel hombre era algo menos superficial de lo que ella necesitaba para una relación de negocios. Luchó contra el impulso interior que la incitaba a atrapar aquella boca que estaba a solo unos centímetros de distancia.
—Necesito un marido durante tres meses —dijo ella—. Una matrimonio temporal, limitado por un contrato adicional.
—¿Eso es todo? —preguntó él con sarcasmo.
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