sábado, 28 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 23

Se fue hacia la casa a toda prisa. No era que tuviera nada que temer. No iba a ser tan necia de lanzarse sobre aquel hombre y hacerle el amor allí mismo en el jardín. Se trataba de cambiarse de ropa, de despedirse de su padre y de poner en orden sus notas. Nada de sexo: le diría a su abogado que escribiera eso en letras mayúsculas. Llegó a su destino quince minutos antes de la hora, así que cruzó la calle y entró en el elegante centro comercial en el que solía comprar su ropa. Se sentó en un café a esperar. Mientras echaba azúcar en la humeante taza, alguien la llamó por su nombre.

—¡Paula, qué agradable sorpresa!

Paula guardó los papeles que acababa de sacar.

—¡Pablol!

La besó directamente en la boca, como si tuviera todo el derecho del mundo.

—¡No sabía que estuvieras en Washington!

Paula contuvo las ganas de limpiarse los labios.

—Llegué ayer. He venido a casarme.

La sonrisa de Pablo se desvaneció.

—¿A casarte? ¿Quién es el afortunado?

—Pedro Alfonso, de la flota Alfonso.

—¡No me lo puedo creer! Si es un soltero empedernido.

—Nos conocimos en Newfoundland y nos enamoramos —dijo ella—. Como en las películas.

Pablo notó el cardenal que todavía tenía en la mejilla.

—Parece que te ha sabido meter en cintura.

—Tú eres la única persona capaz de hacer algo así, Pablo. Nunca podría olvidar aquel nefasto encuentro en Newfoundland.

Paula acababa de terminar sus estudios como guardacostas, y estaba realmente feliz. Sus compañeros y ella habían decidido celebrarlo en la playa. Pablo apareció por allí. Tenía su dirección en la felicitación que le había enviado en navidades. Ella se alegró mucho de verlo, pues había salido unas cuantas veces con él y le gustaba de verdad. Además, a su padre parecía agradarle, lo que era excepcional. Lo invitó a la fiesta. La cerveza y el vino corrieron a raudales. Después, la acompañó a su departamento. El beso de buenas noches no fue más que una extensión de la fiesta, pero, de pronto, Pablo empezó a reclamar más de lo que ella estaba dispuesta a darle. Cuanto más decía que no, más se excitaba él y comenzó a arrancarle la ropa con violencia. Poseída por el pánico,  empezó a gritar y Pablo la abofeteó. Por suerte, en ese momento, pasó uno de sus amigos que regresaba a su departamento y la rescató.

Paula volvió al presente. Pero algo debió de hacerse patente en su rostro, pues él se justificó.

—Venga, Paula —dijo Pablo—. Eso ocurrió hace tiempo. Ya es hora de que lo olvides. ¿Sabes? Lo que sí me preocupa es que te vayas a casar con ese Alfonso. Todo el mundo sabe que es un mujeriego empedernido y no creo que eso vaya a dejar de ser así.

Paula apartó la taza y trató de controlar los celos que sentía. No podía soportar la idea de ser la última adquisición de Pedro Alfonso. Se quedó en silencio, pensativa, y Pablo aprovechó sus dudas.

—No te cases, Pau. Cometerías un error.

—¿Qué ocurre? ¿Es que necesitas una nueva rica a la que desposar y explotar?

—Lo que ocurre es que nunca dejé de estar enamorado de tí. Sé que lo estropeé todo aquel día después de la fiesta, pero merezco otra oportunidad para demostrar que no soy así.

Era un hombre atractivo, pero había perdido todo su encanto para ella.

—Me casaré con Pedro el sábado.

—¿Por qué tanta prisa? ¿Estás embarazada?

—Mi padre se está muriendo.

—¡Así es que Alfonso quiere añadir tu capital a su inmensa fortuna! ¿Vas a ver a tu abogado para que proteja tus intereses? No te molestes. Los tiburones con que trabaja Alfonso se lo comerán de un bocado en cuanto él lo diga.

Paula no tenía por qué seguir escuchando. Se levantó y él la agarró de la muñeca, clavándole los dedos con fuerza.

—Adiós, Pablo—dijo ella y apartó la mano con violencia.

Dejó el dinero del café sobre la mesa y salió a toda prisa. Todavía sentía el dolor de aquellos dedos grandes apretando su carne. No, no podía creer que Pedro quisiera su dinero. Sabía que carecía de escrúpulos y que podía llegar a ser realmente rudo en sus formas. Pero nada de eso le importaba. Sin embargo, no podía soportar la idea de encontrárselo en brazos de otra mujer. Y era ilógico, puesto que no estaba dispuesta a permitir que Pedro la tocara. Nunca.

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