sábado, 7 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 36

Su primera vez en cualquier sitio, pensó Paula.

—¿Sabes hacer surf? —oyó que Joaquín le preguntaba a Benja.

—Sí, bueno... empecé a practicar hace un par de días. Pero aquí no hay mucho viento, como en la playa de Médano.

—¿Vamos después de desayunar?

—¡Claro!

Marcelo y Andrea parecían creer que eran un matrimonio y Pedro no los sacó de su error. ¿Cómo sería estar casado con Paula? Paula en su cama cada noche...

—Me alegro de que los chicos se lleven bien —sonrió ella.

—Y yo. El pobre Joaquín se aburre un poco con nosotros —suspiró Andrea.

Paula, sin saber por qué, les dió a entender que Pedro pasaba la mitad del año en Terranova y el resto del tiempo viajando de un lado a otro. Y Pedro no le llevó la contraria. Quizá era una buena señal, pensó.

Al día siguiente fueron a Pico del Teide, el parque volcánico en el centro de la isla. Paula se quedó enamorada de los cráteres de las Cañadas.

—Estoy deseando volver a mi estudio. Pedro, esto es precioso.

La mayoría de las mujeres con las que había salido le hacían ver que no se sentían impresionadas por nada, pero ella era diferente. Ella sentía pasión por la vida.

—Eres un cielo —dijo, acariciando su mejilla—. Me gustas.

Y le daba igual que Andrea, Marcelo, Joaquín o  Benja lo oyeran.

—Este viaje... nunca me habían hecho un regalo igual.

¿Se acostumbraría a su dinero, lo daría por sentado, como otras mujeres? No lo creía. Las raíces de Paula estaban en Cranberry Cove.

—Verte feliz me hace sentir... ni siquiera sé explicar lo que me hace sentir.

—Venga, Pedro, dilo, tú también estás contento.

Lo estaba. No se habría cambiado por nadie.

—Será mejor que vayamos con los otros.

—Sí, mejor.

—Los Latimer ayudan, ¿No? —rió Pedro entonces—. Así no podemos tocarnos.

—Ya tengo tres hermanos. No necesito uno más.

—¿Qué necesitas, Pau?

Ella se puso colorada.

—No pienso decírtelo —rió, corriendo hacia los otros.

Durante los días siguientes, nadaron, comieron pescado fresco, visitaron unos viñedos y vieron los pintorescos pueblos del norte de la costa. Naranjos, balcones de madera, iglesias antiguas... Paula lo admiraba y lo fotografiaba todo. Era feliz. Y Pedro también. Antes de que terminasen las vacaciones se acostaría con ella, pensó. Si no era así, se volvería loco. Esa noche, cuando volvieron al bungalow, Paula le echó los brazos al cuello.

—¡Lo he pasado tan bien estos días!

Benja estaba mirándolos.

—Me alegro —dijo Pedro, besándola en la mejilla con fraternal propiedad.

Salieron del aeropuerto de Gando al día siguiente y durmieron durante el vuelo. Una limusina fue a buscarlos al aeropuerto Kennedy para llevarlos a su dúplex frente a Central Park, con sus altísimos techos, sus caras alfombras y sus bien elegidas obras de arte. Paula se quedó impresionada, pero no dijo nada.

Esa noche, pizza y una película. Al día siguiente, visitas a los lugares turísticos. Benja y Pedro se fueron luego a un entrenamiento de hockey. Paula se quedó en casa y decidió ir de compras. Tenía dos cosas en mente: la primera era fácil, recoger un paquete que había encargado el día anterior. Pero la segunda... las tres primeras tiendas que visitó tenían unos precios increíbles. Pero en la cuarta, una pequeña boutique, encontró algo más asequible. La dependienta era una mujer mayor, tan elegante que daba un poco de respeto.

—¿Qué desea, señora?

—Quiero un camisón que haga que un hombre deje de verme como a una hermana —dijo Paula de un tirón. Al fin y al cabo, no iba a volver a verla en su vida, pensó.

La mujer la miró de arriba abajo, apreciativa.

—Ese hombre debe ser ciego. Espere un momento.

—Me gustaría decir que puedo pagar lo que sea, pero...

—No se preocupe. ¿Por qué no se prueba éstos?

Camisones transparentes, reveladores, pecaminosos. Paula se los probó todos. Al final, se decidió por uno de satén color perla que se pegaba como una segunda piel. Sugerir era más sexy que mostrar, se dijo. Si aquel camisón no hacía que Pedro dejara de portarse como Diego, nada lo haría. Quería, por una vez, romper su auto impuesto celibato. Había visitado al doctor McGillivray, de modo que estaba protegida contra otro embarazo, y quizá hacer el amor con Pedro rompería el hechizo en el que parecía envuelta. Volvió al dúplex y escondió la bolsa en el dormitorio, pero dejó el otro paquete sobre una estantería.

Cuando Pedro y Benja llegaron, su hijo estaba empapado de sudor y loco de emoción.

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