Su sarcasmo era comprensible. No tenía sentido seguir con aquella conversación. No debería haberle contado nada. Habría sido mejor haberle puesto alguna excusa, llegado el momento, para que no fuera a verla a Washington.
—Rodrigo, será mejor que te vayas. Siento mucho no haber podido enamorarme de tí, de verdad. Si alguna vez quieres escribirme, hazlo. Me alegrará mucho saber cómo te va. Que seas felíz.
Rodrigo no hizo ningún intento de besarla.
—Adiós. Minutos después, ya estaba en el coche que le había prestado Walter. Aquella misma tarde el comprador de su Toyota había ido a recogerlo.
Ya no quedaba nada en aquella ciudad que la atara. Solo le quedaba borrar de su memoria la dolida mirada de Rodrigo. Era cierto que todo habría sido mucho más fácil si se hubiera enamorado de él. Pero no había sido así, y lo único que le quedaba era un extraño sentimiento de tristeza por la pérdida de un buen amigo, nada más. Se arrepentía de ser como era y le dolía su propia incapacidad de enamorarse. Algo le faltaba, algo importante y crucial en su vida. Quizás tuviera que ver con haber perdido a su madre cuando solo tenía cinco años y con el modo en que su padre la había tratado desde entonces. ¿Por qué no se sentía capaz de establecer un compromiso, de querer a alguien con quien compartir su vida? Algún día querría tener niños. Pero sentía el matrimonio como una cadena, algo que la ataría. La muerte de su madre había destruido la vida de su padre para siempre. ¿Es que el amor era un riesgo?
En su mente cansada apareció una imagen del pasado. Tenía cuatro años y era primavera. Estaba en el jardín de Fernleigh, y acababa de recoger los pétalos caídos de una rosa. Iba hacia el invernadero a enseñárselos a su madre. Pero antes de llegar vio a su padre y a su madre. El la tenía en sus brazos y ella parecía una princesa de sueño, con su pelo rojo brillando intensamente bajo el sol de la mañana, con una suave pañuelo de seda sobre los hombros. La intensidad del amor que allí había intuido era más de lo que nunca nadie le había podido dar, ni de lo que ella había podido sentir. Aquellas imágenes del pasado y el calor de la noche la agobiaron.
Cuando llegó al motel estaba sudorosa y cansada. Era la una y media de la madrugada. El Nissan de Jethro estaba aparcado al otro extremo del aparcamiento. Eso significaba que su habitación estaba a bastante distancia de la de ella. Entró y abrió la ventana que daba a la piscina. Lo que necesitaba era darse un baño. Eso le quitaría las tensiones y la ayudaría a dormir. Cinco minutos después, ya estaba saliendo por la puerta trasera. Se tiró de cabeza y comenzó a nadar. Cuando ya había hecho varios largos, sus sentimientos de culpabilidad, miedo y desorientación comenzaron a disiparse. Se dió la vuelta, dispuesta a nadar de espaldas, pero en cuanto se volvió vió que al borde de la piscina había un hombre de pie. Se sobresaltó y pronto se dió cuenta de que era Pedro. Llevaba un bañador oscuro y su magnífico cuerpo brillaba bajo la intensa luna de septiembre. La visión la llenó de confusión, pánico y deseo. La paz que había alcanzado se desvaneció por completo.
Pedro llevaba varios minutos observándola. Desde un primer momento, había sospechado que pasaría la noche allí una vez que los de la mudanza se hubieran llevado todos los muebles. Por eso, había mantenido los ojos bien abiertos, en espera de que apareciera de un momento a otro.
—Hola, Paula—le dijo—. ¿Qué tal la fiesta? Después de unos segundos de duda, recuperó el aliento y respondió.
—Muy bien. Te echo una carrera. Diez largos, ¿Te parece?
Él se lanzó de cabeza y buceó un largo entero. Apareció junto a ella. Paula se rió, soltó una sonora carcajada y le lanzó un reto. Le gustaba mucho aquella mujer, en todos los sentidos. Pero no tenía intención alguna de decírselo.
—¿Preparada?
Estaba claro que era un buen nadador, más alto y más fuerte que ella. Llegó antes a la meta.
—Se nos ha olvidado establecer el premio.
—Te tendrás que conformar con la gloria de la victoria.
—Dentro de pocos días ganaré la mano de una rica y hermosa heredera.
—Solo su mano, no lo olvides.
—Ya veo que te gustan los retos, ¿Verdad?
—Es más emocionante que una vida con un marido y ocho hijos, de eso estoy segura.
Pedro salió del agua, dejando su impresionante cuerpo expuesto a los rayos de luna. Paula lo miró perturbada. Con contrato o sin contrato, él iba a terminar por llevarla a su cama. La besaría hasta lograr que le suplicara. Por supuesto que se tomaría su tiempo. No quería apresurar las cosas. Sabía que tendría que esperar a después de la boda, para que ella no saliera huyendo.
Muy buenos capítulos! Que difícil se les va a hacer cumplir esa parte del contrato...
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