martes, 31 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 28

Por primera vez en mucho tiempo, se sentía bien. Mientras bajaba las escaleras pensó en ello. Llorar la había calmado. Sin nada más que solucionar de momento, se preguntó si a Pedro le gustaría el vestido.

Pedro estaba ya preparado en el salón, bajo aquel techo de varios metros de altura y rodeado de una impresionante colección de antigüedades americanas. Se fijó en el hermano de Paula, Gonzalo. Efectivamente, era tal y como se lo habían descrito. Su mujer, tan tradicional, conservadora y estirada como él, sujetaba de la mano a dos niñas que miraban con envidia a los revoltosos hijos de Luciana. Se alegraba mucho de que su hermana y su esposo estuvieran allí, aunque le hacía sentir incómodo que se sintiera tan felíz ante la idea de aquel matrimonio. Miró el reloj. Faltaba un minuto para las once. Esperaba que Paula no bajara tarde. Por primera vez, no tenía la sensación de estar actuando, pues estaba realmente impaciente, como cualquier novio en espera de la novia. ¿Estaría ella tan nerviosa como él? ¿Y si en el último momento se arrepentía y decidía no seguir adelante con aquella farsa?

De pronto, los músicos de cámara comenzaron a interpretar la marcha nupcial. El sacerdote se colocó delante de Pedro, Diego se tocó el bolsillo para asegurarse de que tenía los anillos y se puso junto al novio. Luciana estaba muy guapa, con un bonito vestido amarillo, y le sonreía complacida.

Estaba a punto de casarse. Nunca había pensado que realmente se casaría, especialmente con una mujer a la que apenas conocía y que poseía la insufrible habilidad de llegar hasta lo más hondo de su corazón. Se volvió hacia ella. Paula caminaba lenta y ceremonialmente hacia él. Llevaba un vestido blanco, de falda estrecha, cuello cerrado y un escote en v por la espalda. Se había recogido el pelo, dejando al descubierto su rostro hermoso. Portaba en las manos un pequeño ramo de lilas. Tuvo la sensación de que era la primera vez que la veía. Y entonces, sonrió, una sonrisa dulce y sincera, y él no pudo por menos que sonreír también. ¡Estaba increíblemente hermosa y elegante, devastadoramente deseable! Era una mujer complicada, de carácter e independiente, y estaba a punto de casarse con ella. Sintió la misma descarga de adrenalina que cuando había escalado el K2. Paula era un reto, un reto único, como ninguno. Su padre le agarró la mano unos segundos y se quedó a su lado.

—Queridos hermanos, estamos aquí reunidos....

La ceremonia fue corta y los novios respondieron solícitos a las preguntas de turno. Paula habló con voz clara y calmada, tal y como lo había hecho el día que se había hundido el Starspray. Pronto se intercambiaron los anillos. Los votos estaban hechos.

—Yo los declaro, marido y mujer. Puede besar a la novia.

Lo había hecho, se había casado con Paula Chaves. Ya era su esposa, hasta que la muerte los separara... El corazón le latía con fuerza. La tomó en sus brazos y la besó tiernamente. Cuando la soltó, se dio cuenta de que la novia se había ruborizado. Luciana lloraba emocionada y Gonzalo había iniciado lo que a oídos de todos sonaba como un discurso presidencial.

Francisco, el sobrino de Pedro , que tenía cinco años, se acercó a él.

—¿Ya eres su marido?

—Sí, así es Fran. Puedes llamarla «tía Pau».

—¿La quieres tanto como mi padre quiere a mi mamá?

 —Sí —dijo él sin dudar.

—Es muy guapa.

Pedro alzó la vista y miró a la novia.

—Es la mujer más hermosa del mundo.

Paula comenzó a llorar.

—Eso es lo que mi padre le dijo a mi madre... ¡La quería tanto!

¿Qué se suponía que debía decir ante eso? Era capaz de afrontar reuniones de negocios, nuevos retos cada día, pero aquel comentario lo había dejado sin palabras.

—Estás muy diferente a cuando te ví por primera vez.

Ella sonrió con naturalidad.

—De eso se trata.

 De pronto, estaban aislados. Todo el mundo se había embarcado en una orgía de abrazos, presentaciones y enhorabuenas. Paula continuó hablando con Pedro.

—Media hora antes de la boda, mi padre y yo hemos tenido la mejor conversación de nuestra. vida. Me ha explicado lo que ocurrió con mi madre y por qué siempre ha tratado de sobreprotegerme. Realmente me quiere, Pepe.

¿Por qué le afectaban de tal modo sus lágrimas?

—Me alegro —dijo él.

—Esto ha valido la pena —dijo ella con una expresión radiante en los ojos—. Le he hecho felíz. Yo sabía que esto era lo correcto, que lo estaba haciendo por él y estaba haciéndolo bien.

Lo hacía por su padre y nada más que por su padre, no debía olvidarse de eso.

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