sábado, 7 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 34

—Yo podría enseñarte. Es muy fácil. Además, tú eres un chico fuerte y con equilibrio, eso es lo más importante.

—Aprendí a esquiar en tres días.

—Entonces será pan comido.

—¿Mi madre ha dicho que iría?

—Aún no se lo he preguntado. Había pensado hablar contigo antes.

—Ahora está en la tienda.

—Entonces, ¿Vendrás, Benja?

—Las islas Canarias están muy lejos, ¿No?

—En Europa, en España. Pero a tu madre le gustaría mucho ver las vidrieras que tienen allí.

—Si ella dice que sí, yo también.

—¿Por qué no se lo preguntas? Yo vendré después de cenar para ver qué ha dicho.

—Muy bien.

—Hasta luego, Benja.

Contento, Pedro volvió a arrancar el coche. Al menos, no le había dicho que no. Emilia Bennett lo había invitado a cenar y, como postre, le ofreció un pastel de queso con arándanos. Se llevó una mano al estómago.

—Tendré que volver corriendo al hotel para bajar todas estas calorías —dijo, sonriendo—. Pero ha merecido la pena. Estaba delicioso.

—¿Te vas ya al hotel?

—Bueno, antes voy a pasar por la casa de Paula. Espero que Benja la haya convencido para pasar conmigo unas vacaciones.

—No juegues con sus sentimientos, Pedro —dijo Emilia entonces.

—¿Con los sentimientos de Paula Chaves? Ella no me deja, no te preocupes.

—Pues entonces te deseo mucha suerte.

Pedro recordó esa frase cuando Paula abrió la puerta, con expresión furiosa.

—Será mejor que entres. Así podré decirte cuatro cosas sin que nadie me oiga.

—¿Dónde está Benja?

 —Ha salido con sus amigos. Tenemos media hora. Y la respuesta es no. No pienso ir contigo a ningún sitio. Este viaje es para Benja y para tí, yo no tengo nada que hacer.

—¿Qué ha dicho él?

—Ah, has hecho un buen trabajo —le espetó ella entonces—. Quiere que vaya con ustedes, claro. ¿Qué creías, que ibas a convencerme con una vidriera?

—En realidad, no es una vidriera, es todo un lucernario. Hecho por Pere Validemosa, un artesano catalán. Es un trabajo espectacular. Y, al mismo tiempo, podemos nadar, hacer surf en un mar mucho más cálido que éste...

—Tengo que trabajar —protestó ella.

 —Tienes a Macarena.

—Benja tiene que ir al colegio.

—En las Canarias recibiría lecciones de historia y geografía que nunca recibiría en el colegio.

—¡No pienso acostarme contigo!

—Muy bien —dijo Pedro.

—Aunque no pareces muy interesado.

—Estoy interesado —suspiró él—. Pero tienes razón, ahora mismo lo importante es Benja. Por cierto, no quiere patines nuevos. Me ha contado que este año no te habías comprado zapatos para conseguirle esos patines. Así que no puedo comprarle con dinero. Lo has educado muy bien, Paula Chaves.

—Gracias. Por cierto, esta cocina es muy grande, no tienes que acercarte tanto.

—¿Te has puesto colorada? —sonrió Pedro, acariciando sus labios con un dedo.

—Basándome en mi limitada experiencia, eres el hombre más sexy que he conocido nunca. ¿Cómo voy a esconder eso durante una semana y media?

—Eres una chica inteligente, ya se te ocurrirá algo.

—Tienes que prometer que jugarás limpio.

—¿Vendrás?

—Sólo si juras con sangre que me tratarás como si Margarita Stearns estuviera observándonos a cada paso.

Pedro soltó una carcajada.

—Tus hormonas están más que alteradas.

—Y las tuyas parecen dormidas.

Él la atrapó entonces contra la encimera, dejando muy claro lo que le estaba pasando.

—No están dormidas. Dí una sola palabra y soy todo tuyo.

—Te lo tomas todo a broma —protestó Paula.

 —Prometo no hacer nada que te avergüence o te ponga en aprietos. Quiero que lo pases bien. ¿Cuándo has ido de vacaciones por última vez?

 Ella levantó una ceja.

—Diego, Leandro, Gonzalo y Benja comen como hienas. Por no hablar del colegio, el equipo de hockey, el dentista, la hipoteca, la tienda... Hace siglos que no voy de vacaciones.

El Ferrari solo podría pagar todo eso, pensó Pedro.

—El viaje no será nada rimbombante. No iremos a Los Hampton ni haremos nada demasiado lujoso. No quiero restregarte mi dinero por la cara, Pau.

—Pero tendrás que pagar el viaje y el hotel. Yo no puedo permitírmelo.

—Encantado —dijo Pedro, acariciando su pelo.

Y Paula, de nuevo, se encontró a sí misma derritiéndose como una vela.

—Acabo de aceptar algo que no debería haber aceptado.

—Mañana vuelvo a Nueva York. Te llamaré en cuanto lo tenga todo listo y nos encontraremos en el aeropuerto de Deer Lake, ¿Te parece?

—Muy bien —suspiró ella.

Pedro se sentía felíz. Felíz porque Benja había aceptado ir con él de viaje. Y porque estaría con Paula. No le había regalado diamantes ni abrigos de piel, era sólo un viaje, una forma de salir de la rutina. Le estaba devolviendo algo a la mujer que tanto le había dado a su hijo. Se sentía de maravilla. El dinero podía, en ocasiones, comprar la felicidad, decidió, mientras le daba un besito de despedida.

Paula se acercó a la ventana para ver cómo se alejaba. Un cambio sería emocionante, pensó. Aunque le daba un poco de miedo. Había conseguido soportar esos trece años en Cranberry Cove siguiendo una rutina que le daba cierto control sobre su vida. Ahora Pedro estaba cambiando todo eso. ¿Y si aquel viaje la emocionaba tanto que ya no podía soportar el pueblo? Para él estaba bien, él podía volver a su vida. Pero ella tendría que volver a Cranberry Cove. a los partidos de hockey, a Margarita Stearns, a hacer faritos de cristal para los turistas. Se dejó caer en una silla. Pedro Alfonso era como una fuerza de la naturaleza, imposible detenerlo. No estaba enamorada de él. A pesar de lo que le había dicho, lo estuvo una vez, y había pagado duramente por ese error. Tanto que no quería admitir el amor que sintió por él. Pero seguía fascinándola: su cuerpo, su inteligencia, esa seguridad, ese aura de poder... Dejó escapar un suspiro. Estaba segura de que no volvería a desaparecer después de haber conocido a Benja. Confiaba en él. Pero cuando terminase el viaje, ya no la necesitaría. Pedro podría invitar a su hijo a Nueva York, a Suiza, donde quisiera. Entonces ella sería una extraña. Y se quedaría sola, en el pueblo. Sola. Pero, ¿Cómo iba a desear que Pedro no hubiera vuelto nunca a Cranberry Cove? Estaba atrapada. Tocando la libertad con la mano, pero incapaz de volar. Estando con Pedro, pero sin poder hacer el amor con él.

Afortunadamente, Pedro Alfonso no podía verla en aquel momento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario