jueves, 12 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 41

El camisón de Paula no volvió a salir del cajón.

Y entonces, demasiado pronto, llegó el domingo por la mañana. Pedro se despertó temprano y, apoyándose en un codo, miró a Paula, dormida, y su corazón se llenó de amor. Antes de marcharse tenía que saber cuándo iba a volver a verla. Como si hubiera notado que la miraba, ella abrió los ojos.

—Buenos días.

—Nuestro último día en Montreal —murmuró Pedro, buscando sus labios con desesperación.

Paula lo abrazó, quizá con la misma desesperación, quizá no. Hicieron el amor sin palabras, intensamente. Pero cuando terminaron evitaba su mirada.

—¿Qué pasa, Pau?

—Nada. De vuelta a la vida normal, supongo.

—¿Me echarás de menos?

—Echaré esto de menos —sonrió ella, haciéndole cosquillas.

—No sólo mi cuerpo. A mí.

—¿Qué quieres decir?

—Este fin de semana ha significado mucho para mí. Quiero saber qué ha significado para tí.

—Ha sido estupendo, de verdad. ¿No es suficiente?

 —¿Cuándo volveremos a vernos?

Paula levantó la barbilla, desafiante.

—Volveré a Montreal el próximo mes de marzo.

 —No juegues conmigo.

—En mi vida no hay sitio para fines de semana corno éste, Pedro. Ha sido maravilloso y supongo que me lo merecía, pero... no podemos repetirlo.

—Entonces, ¿Sólo ha sido una escapada?

—¿Y qué hay de malo en eso?

 —Paula, me he enamorado de tí otra vez, o quizá nunca he dejado de estarlo.


Ella se puso pálida.


—¡No quiero que te enamores de mí!


—¿Por qué no? Cuando tenías dieciocho años te gustaba.

—Sí, es verdad. Entonces era joven e impresionable. Estaba llena de ideas románticas... pero me hacías feliz. Muy feliz. Y entonces desapareciste.

—Ya hemos hablado de eso...

—Entonces, deja que te diga otra cosa —lo interrumpió Paula—. Seis años después, cuando Benja empezó a ir al colegio, tuve una aventura. Su nombre era Ariel Manley y era un ejecutivo de una cadena de hoteles. Era guapo, encantador... y yo estaba deseando conocer a alguien. Así que me enamoré de él. Y él decía estarlo de mí. Nos veíamos en un motel y, un día, lo invité a cenar en casa para que conociese a Benja. Preparé una cena estupenda y esperé... Ya te puedes imaginar el resto. Porque, por supuesto, nunca apareció. Nunca volví a verlo. No quería conocer a mi hijo, sólo quería acostarse conmigo.

—Lo siento —dijo Pedro.

—Por segunda vez en mi vida, me abandonaron. Y no quiero que vuelva a pasar. Ahora te gusta mostrarme lo divertida que es la vida de un millonario, pero ¿Cuánto tiempo durará?

—Lo que hay entre nosotros no tiene nada que ver con el dinero.

—Muy bien, muy bien. Pero estabas enamorado de mí y te marchaste. Ariel decía estar enamorado de mí y se marchó también. Ahora dices que estás enamorado de mí otra vez... pero yo no quiero ni hablar de ello —dijo Paula, levantándose de la cama—. Perdona, tengo que hacer la maleta.

—No voy a desaparecer de tu vida, Paula. Tenemos a Benja.

—Ya.

—Esta conversación no ha terminado.

—¡Para mí sí!

Pedro se pasó una mano por la cara, angustiado.

—Ve a ducharte, anda. Te acompañaré al aeropuerto después de desayunar.

Debería haber esperado, pensó, cuando Paula se encerró en el cuarto de baño dando un portazo. Debería haberle dado un poco más de tiempo. Pero si algún día conocía a un ejecutivo llamado Ariel Manley, lo agarraría por el cuello. Media hora después, en el restaurante, Paula enterraba la cara en el periódico.

—Ah, muy bien. ¿No es esto lo que hacen las parejas que llevan muchos años casadas?

—No lo sé.

 —Esta vez no voy a irme, Paula.

—Se lo diré a Benja.

—No seas cruel.

Ella dejó escapar un suspiro.

 —Lo siento, estoy portándome como una idiota... es que no sé qué hacer, Pedro. Yo no soy sofisticada como esas mujeres con las que sales.

—Ya lo había notado.

—Te enamoraste de mí por el vestido negro —rió ella entonces.

—Me enamoré de tí porque eres una mujer apasionada y porque... te confiaría mi vida. Venga, termina el desayuno.

—Lo siento, de verdad.

—Por favor, no llores, Pau. No soporto verte llorar.

Ella parpadeó un par de veces para controlar las lágrimas. Pero cuando miró el reloj, dió un respingo.

—Voy a perder el avión. Tengo que irme ahora mismo...

—Yo te llevaré al aeropuerto, no te preocupes. Llegaremos a tiempo.

—Estás demasiado acostumbrado a dar órdenes, Pedro Alfonso.

—Y tú también. Eso nos dará que hablar cuando seamos viejos.

Los ojos verdes brillaron peligrosamente.

—No insistas, Pedro.

—Pienso hacerlo.

Media hora después, la limusina los había llevado al aeropuerto.

—Te llamaré dentro de un par de días. Estaré en Manhattan toda la semana — murmuró, abrazándola.

Paula no protestó cuando buscó sus labios. Se alejó luego, despeinada, deseable y... muy irritada. Sonriendo, Pedro se dió la vuelta. Ojala se sintiera tan seguro de sí mismo como quería darle a entender.

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