sábado, 7 de enero de 2017

Tiempo Después: Capítulo 35

Paula estaba admirando el lucernario. Una gigantesca pirámide de cristal colocada sobre un marco de hierro forjado. Emocionada, se perdía en aquellos tonos dorados, rojos, azules, naranjas, verdes.

—Vamos a dar una vuelta, tu madre se quedará aquí un rato —sonrió Pedro.

Habían llegado a Tenerife aquella mañana y, desde allí, fueron a la isla de Gran Canaria. El lucernario estaba en el auditorio de música. En los últimos años, Pedro había ido a muchos conciertos de música clásica en aquel hermoso auditorio con vistas al mar. Alguien estaba practicando en ese momento en una de las salas. Pedro escuchó un rato, atento, las notas del violonchelo.

—Debo contarte un secreto, Benja: me gusta ese tipo de música.

—¿En serio?

—Sí. Por su culpa me metí en muchas peleas cuando estaba en el colegio.

—Es un poco rara, ¿No?

—No es rap, no.

El chico soltó una carcajada. Había empezado a mostrarse más cómodo desde la primera clase de surf. Las olas lo habían revolcado, pero perseveró hasta colocarse de pie sobre la tabla.

Salieron del auditorio, encontraron un quiosco de helados y se sentaron bajo una palmera. Cuando volvieron a buscar a Paula, ella estaba cerrando su cuaderno de dibujo.

—Maravilloso. Gracias por traemos aquí, Pedro.

—De nada. Podríamos ir de compras, si te parece. Luego iremos a cenar y de vuelta a Tenerife.

—Suena estupendo —sonrió ella.

Con un vestido de flores que dejaba sus hombros y gran parte de sus piernas al descubierto, parecía más relajada que nunca. Pedro deseaba besarla con tal urgencia que tuvo que apartar la mirada. Hacía lo imposible por tratarla como si fueran amigos, pero no era fácil. Mientras paseaban por la calle Mayor, con sus fachadas de piedra ornamentada, Paula se detuvo para elegir unas gafas de sol. Y Benja tiró de su manga.

—Quiero comprarle un regalo a mi madre, pero no tengo mucho dinero —dijo en voz baja.

—Iremos a un mercadillo en Tenerife. Allí encontrarás algo. ¿Tienes hambre?

Su hijo, descubrió Pedro, siempre tenía hambre. Encontraron una terraza y comieron gambas y gofio con una salsa muy picante llamada mojo. Benja y Paula tomaron plátanos braseados de postre.

—Vamos a la playa —dijo el chico después.

—Necesito echarme la siesta —protestó Paula—. Es una costumbre estupenda.

—No, tenemos que ir a nadar.

La playa del inglés era ruidosa y estaba llena de gente. A Benja, por supuesto, le encantó. Pedro alquiló una tabla de surf para él y se tumbó en la toalla.

Paula se había comprado un bikini minimalista porque el bañador que llevaba le pareció demasiado antiguo, pero era un poco remilgada y jamás se pondría en top less como hacían las europeas. Benja, cortado, las miraba de reojo. Pedro, con sus impecables maneras, ni siquiera les prestaba atención. Había sido ella quien insistió en que fueran unas vacaciones platónicas. Entonces, ¿Cómo iba a quejarse de que, durante esos días, Pedro se portara como uno de sus hermanos? Dejó escapar un suspiro.

Pedro la miró. El sol empezaba a tostar su piel y el escote del bikini le volvía loco.

—Voy a alquilar una tabla de surf... ¿Te importa quedarte sola un rato?

—No, estoy bien —contestó ella, con una sonrisa.

Pero tuvo que apartar la mirada cuando lo vió alejarse, con aquellos músculos marcados bajo la piel morena. Enfadada consigo misma, enterró la cara en la toalla. No, no iba a dejar que sus hormonas descontroladas le arruinaran las vacaciones. Cuando levantó la mirada, Pedro estaba con Benja en la orilla, dándole instrucciones. Le dolía algo por dentro al verlos juntos. Pero, ¿Por qué? Debería estar contenta. Sin embargo, después de aquellas asombrosas vacaciones, ¿Cómo iba a conformarse con Cranberry Cove?

A la mañana siguiente, de vuelta en Tenerife, una familia norteamericana, con un chico de la edad de Benja, se había instalado en el bungalow contiguo.

—Me llamo Marcelo Latimer. Ella es mi mujer, Andrea, y mi hijo, Joaquín.

—Pedro Alfonso.

—Paula y Benjamín Chaves—sonrió ella—. ¿Por qué no vienen con nosotros a desayunar? En el restaurante sirven unas tortillas deliciosas.

—Encantados —sonrió Andrea—. ¿Llevan aquí mucho tiempo?

—Tres días. Es un sitio precioso, ¿Verdad?

—Una maravilla. ¿Es la primera vez que vienes a las islas Canarias?

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