sábado, 21 de enero de 2017

Novio Por Conveniencia: Capítulo 12

-Seguro que el botiquín está en el baño —dijo Pedro.

Definitivamente, no podía marcharse y dejarla sin más. Aquella era la primera mujer a la que había conocido que no le aburría. Muy al contrario. Paula lo siguió por el pasillo, como un tomado capaz de arrasar cualquier cosa a su paso.

—Pedro, lárgate de mi casa. No debería haber mencionado la palabra matrimonio, ha sido un estúpido error. Tienes todo el derecho del mundo a estar furioso, pero ahora quiero que te vayas y no vuelvas jamás.

—No estoy furioso —dijo él con toda la calma del mundo. Agarró el botiquín—. Eres tú la que está echando fuego por la boca. No pienso marcharme hasta que no me expliques todo este asunto. Vamos a la cocina, la luz allí es mejor.

De pronto, Paula parecía agotada. Pedro recordó, entonces, que había pasado toda la noche trabajando.

—Escucha, he cometido un error, ya no puedo volver atrás. ¿Qué vas a hacer? ¿Me lo vas a hacer pagar con sangre? Déjame tranquila.

Algo le decía que no era una mujer acostumbrada a implorar por nada, lo que realmente lo conmovía. Tuvo que controlar su impulso de tomarla en sus brazos. ¿Qué le pasaba con ella? Con las otras no le había costado tanto controlarse.

—Quiero que me cuentes, exactamente, en qué consiste esa propuesta que me hiciste.

—Eres cabezota —dijo ella, mientras se dirigían a la cocina.

Al llegar, Pedro se lavó las manos en el fregadero.

—No sabes perder —replicó él.

—No cuando no me han dado la oportunidad de competir. Es como si estuvieras hecho de granito.

—Ahora, estate quieta —le dijo él y comenzó a limpiarle la herida del rostro.  Tenía una piel suave y tersa. Sus ojos brillaban tristes e inocentes. Con mucho cuidado, le quitó la tierra que había penetrado en la carne expuesta.

 —Creo que ya está —dijo él—. Se te va a hacer un cardenal enorme.

—Diré que me chocado contra una puerta. Es la excusa habitual, ¿No? —dijo ella, mientras Pedro  le ponía una crema antibiótica.

Paula lo desconcertaba como ninguna mujer lo había desconcertado. Pero lo que sentía no podía ser más que deseo. ¿Qué otra cosa si no? Estaba claro que llevaba demasiado tiempo sin una mujer, desde que había roto con Candela en Austria, el pasado noviembre. No, no sentía nada especial por ella.

—Vamos, cuéntame —le ordenó—. Dime de qué se trata todo esto. ¿Quién es tu padre?

Paula dudó unos segundos y Pedro insistió.

—Hace un momento, estabas llorando desconsoladamente por algo y me da la impresión de que no es algo que hagas con frecuencia. ¿Por qué quieres un matrimonio falso?

Paula lo miró asustada, como si se diera cuenta de que él podía ver más de lo que ella quería mostrar.

—Mi padre es Miguel Chaves III, de una rica familia de Washington. Tiene leucemia.

—Casarte conmigo no logrará curarle la leucemia —dijo él, mientras le limpiaba la herida de la pierna.

—Lo sé —dijo ella—. Después de que mi madre muriera, mi padre se hizo excesivamente protector, al mismo tiempo que mantenía una incomprensible distancia emocional. Cuando yo tenía diecinueve años, tuvimos una gran pelea. A partir de ahí, perdimos el contacto durante años. Pasado un tiempo, cuando yo ya tenía mi dinero y mi trabajo, volví a llamarlo. No se puede decir que desde entonces hayamos tenido una gran relación, pero sí algo. Para mí ese algo era mejor que nada.

Pedro tampoco había tenido una buena relación con su padre. Respecto a su madre, muy pronto se desvinculó de sus hijos, más preocupada por sus amantes que por ellos.

—Y ahora quiere que te cases —dijo Pedro, mientras le ponía la crema antibiótica en la herida.

—Sí. Quiere que sea como mi hermano: conservador y contento con su vida rutinaria —Paula suspiró—. Mi padre se está muriendo y no creo que me hiciera ningún daño complacerlo y estar casada tres meses. No quiero decir con esto que crea que él tiene razón. Pero sé que su alma descansaría si me viera segura en brazos de un marido. ¿Entiendes?

Pedro sintió vértigo. Algo le decía que podía confiar en ella, que cuanto le contaba era verdad. Pero otra parte de él le decía que no se dejara llevar. La deseaba y eso era suficiente para dejarse engañar. Quizás sus motivos no fueran tan honestos. Tal vez, quisiera ganarse la confianza de su padre para que no la desheredara.

—Supongo que no, que no entiendes nada.

—Sí. Entiendo que sería un matrimonio solo en apariencia.

 —Exacto. Nada de sexo, nada de meternos en la vida del otro. En cuanto mi padre muriera, el matrimonio acabaría con un divorcio de mutuo acuerdo: A partir de ahí, no volvería a haber ningún contacto.

Pedro se levantó, la tomó de la mano y la ayudó a levantarse.

—Nada de sexo —dijo él—. ¿Estás segura de eso? Tal vez, deberías intentar superar tu miedo, intentarlo otra vez.

—El sexo no es algo que se intente. La próxima vez que me meta en la cama con alguien será porque esté enamorada.

No estaba enamorada del doctor, Pedro se había dado cuenta de eso.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Creo que a Pedro no le va a costar mucho aceptar...

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