jueves, 10 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 4

—Pau ¿Cómo estás? —Paula Chaves escuchó la voz alegre de Florencia a través del teléfono y su corazón dió un vuelco. Cuando le dijera lo que tenía que decir, Florencia iba a llevarse un tremendo disgusto.
Angustiada, se preguntaba si las tres, Florencia, Sofía y ella misma, habrían tomado la decisión de desenmascarar al hombre que casi había destrozado la vida y roto el corazón del cuarto miembro de su círculo de amistades, su propia ahijada, Valentina, si hubieran sabido cómo iban a terminar las cosas.

Sofía no se había atrevido a ir adelante con el primero de los planes, el de hacerse pasar por una rica heredera para desenmascarar a Julián Cox porque se había enamorado y estaba en el séptimo cielo. Y entonces Florencia  había anunciado que seguirían adelante con el plan B. El plan B consistía en que ella, Paula, le pidiera consejo financiero a Julián porque, supuestamente, tenía una cantidad de dinero ahorrada que quería invertir para conseguir el interés más alto posible. Entrenada por Florencia , que además había aportado las cincuenta mil libras que tenía que invertir, Paula había escuchado con aparente ingenuidad mientras Julián, como esperaba, la informaba de que conocía el negocio perfecto para ella.

—Cincuenta mil libras, Flor—había protestado Paula—. Es muchísimo dinero...

—Da igual —había dicho su amiga con firmeza.

Aunque Paula era cinco años mayor que Florencia, la seguridad de su amiga a menudo la hacía sentir como si ella fuera la pequeña. En realidad, eran un cuarteto un poco disparatado, tenía que reconocer. Valentina, su ahijada de veinticuatro años, era una soñadora y por eso había sido una víctima fácil para Julián Cox. Sofía, la amiga de Valentina y socia en su tienda de Rye, era mucho más impetuosa y Florencia era la propietaria del edificio en el que estaban la tienda y el apartamento en el que vivían las dos. El padre de Florencia había sido un empresario muy conocido y, tras su muerte, ella se había encargado del negocio familiar. Florencia había sido la primera en insistir en que Julián Cox pagase por lo que le había hecho a Valentina.

—No le diremos nada a ella —había propuesto—. No serviría de nada. Especialmente ahora que parece haber olvidado a Julián.

— Un corazón roto solo se olvida trabajando veinte horas al día —había dicho Sofía—. Ahora solo piensa en el cristal que ha traído de Praga para la tienda.

Paula se sintió demasiado aliviada al oír aquello como para protestar o discutir. Ella misma había convencido a Valentina para que se fuera a Praga después de su ruptura con Julián y, desde su vuelta, su ahijada se había lanzado al trabajo con una determinación sorprendente. Quizá pensaba que, como Sofía estaba a punto de casarse, tendría que ser ella quien llevara las riendas del negocio.

Paula era la mayor del grupo. Se había casado a los veintidós años con su novio del colegio, Rafael Martínez, un chico tranquilo y dulce. Su amor era un amor juvenil, lleno de ternura. Lo que hubiera podido ser, cómo habría soportado el paso del tiempo, nunca tendrían la oportunidad de averiguarlo. Rafael había muerto ahogado cuando navegaba en las costas de Cornwall. Desde entonces, Paula no podía soportar la vista del mar y se había mudado a Rye para empezar una nueva vida. Había comprado una casa en las afueras, tranquila y un poco aislada.

—Esta casa es preciosa, Pau —había comentado Florencia—, pero la mayoría de la gente que viene a vivir a Rye busca una parcela a la orilla del río, donde las propiedades inmobiliarias tienen más valor.

Paula había comprado la casa con parte del dinero que había recibido del seguro de Rafael y el resto lo había invertido. Había intentado compartir el dinero con la familia de su marido, pero ellos estaban bien situados y habían insistido en que su hijo hubiera querido que lo heredase ella. Aunque los padres de Rafael, sobre todo su madre, nunca volverían a encontrarse a gusto en su presencia, habían insistido sinceramente en que se quedara con un dinero que, en realidad, le correspondía.

—Me gusta vivir aquí —había dicho sencillamente.

Paula, con una holgada posición económica, nunca había vuelto a sentir deseos de casarse. De alguna forma, le habría parecido una traición; no tanto de su amor, que en aquel momento no era más que un borroso recuerdo, sino por el hecho de que Rafael no estaba vivo, que su vida había terminado de forma cruel e inesperada. La entristecía no haber tenido hijos, pero le gustaba vivir en Rye. Le gustaban la tranquilidad de la ciudad y la belleza del paisaje. Disfrutaba paseando y era socia del club de campo. Además, durante los últimos cinco años había trabajado como voluntaria, ayudando a los ancianos de la comunidad y, a través de su amistad con Florencia, había empezado a formar parte de varios comités de beneficencia.

—Yo nunca he hecho ese tipo de trabajo —había protestado la primera vez que Florencia  le había hablado del asunto.


Eso había sido durante los primeros días, cuando eran más conocidas que amigas. Pero, a pesar del aire de suficiencia de Florencia, Paula había visto en ella una sinceridad y una ternura que la emocionaban. Por eso se habían hecho amigas enseguida y, con su apoyo,  se había convertido en una de las voluntarias más queridas de Rye. Tenía un gato, un perro y un pequeño círculo de amigos, y se sentía muy satisfecha con su vida. No era muy emocionante y le faltaban la pasión y el amor, pero la muerte de Rafael le había causado tanto dolor que tenía miedo de amar a otro hombre.


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