—¿No echas de menos las reuniones familiares?
—No. Me he perdido una esta semana.
—¿Ah, sí?
—¿Recuerdas las comidas que organizaba mi madre los domingos de Pascua? Estuviste conmigo en una de esas comidas hace seis años.
Paula lo recordaba bien. La celebración, los parientes... se sintió como pez fuera del agua entre aquellas familias italianas que la ignoraban sutilmente. Fue un alivio que Federico le hiciera caso mientras la presencia de Pedro era requerida en todas partes. Federico... que estaba urdiendo una trampa para hacerla salir de la vida de Pedro.
—Lo recuerdo bien. Me sentí completamente sola.
Pedro hizo una mueca.
—Siento que lo pasaras mal aquel día, Pau. Pero te aseguro que no volverá a ocurrir. Yo estaré vigilando cada minuto. Si te hacen sentir incómoda...
—Me sentiría incómoda de todas formas.
—Nico romperá el hielo.
—No lo sé —suspiró ella—. Nunca me has dicho cómo murió Fede.
—En un accidente de tráfico —suspiró Pedro, con gesto de tristeza—. Pero lamentó lo que te había hecho antes de morir.
—¿Y tu padre? Nunca me aceptará, estoy segura.
—Me gustaría darle tiempo para que se acostumbre a la idea...
—Eso no servirá de nada. Estoy segura de que sugeriste que Nico y yo fuéramos a esa comida y él dijo que no. ¿Me equivoco?
—No, no te equivocas. Pero le dejé claro cuál era la situación.
—Y él también: Nico y yo no somos bienvenidos en su casa.
—Si no cambia de actitud, peor para él.
«Y peor para todos», pensó Paula.
—¿No crees que podría hacer algo, echarte de la empresa?
—Podría ser. No parecía afectado en absoluto.
Pero Paula estaba segura de que era por orgullo. Para Pedro, la relación con su familia era muy importante. Los lazos de sangre eran, según él, lo que haría que los Alfonso aceptasen a Nico. No se daba cuenta de que, para Horacio, la sangre del niño era tan impura como la suya. Era una situación imposible.
Allí estaba, sentada frente a un hombre al que había amado, un hombre al que no podía evitar seguir amando, el padre de su hijo, que deseaba casarse con ella... y no sabía qué hacer. Debería ser más sencillo, pero no lo era.
—Pau...
Ella no tenía nada más que decir. El dolor que le había provocado la familia Alfonso era una amenaza para su futuro, aunque Pedro no quisiera reconocerlo.
—Pau, tú eres lo primero para mí.
«Tú eres lo primero para mí». No «mi hijo». No «mi familia». Ella. Ella era lo primero en su vida.
Pedro se levantó entonces y tiró de su mano.
—No me rechaces, Pau —murmuró, envolviéndola en sus brazos.
Ella no quería apartarse. Todo su cuerpo temblaba de deseo, de amor por él, rindiéndose al abrazo.
—Siempre fuimos una gran pareja. Conectamos como lo hace muy poca gente.
Era tan agradable estar apretada contra su pecho, sentir los latidos de su corazón...
—Intenté olvidarte, pero sólo tuve que verte de nuevo para comprobar que nunca debimos habernos separado. He vivido como un muerto durante todos estos años, Pau.
Como ella. Pero ese vacío desapareció al ver a Pedro. El deseo de estar con él hacía que desaparecieran todos los miedos.
—Quiero hacer el amor contigo.
-Sí, sí...
Paula suspiró, rendida.
—Mírame. No es sólo sexo. Eso puedo conseguirlo en cualquier parte. Quiero que recuerdes cómo era... cómo puede seguir siendo entre nosotros.
Pedro la besó. Y en aquel beso puso toda la pasión que había guardado durante seis años. Una pasión abrumadora. Él estaba excitado, ella también. Pero eso sólo era una parte de la conexión, del anhelo de sus cuerpos expresando la necesidad que tenían el uno del otro.
—Ven a la cama conmigo, Pau.
No era una orden, no era una súplica, era una petición para que fueran a un mundo privado, donde nada ni nadie interrumpiera su intimidad.
—Sí —dijo Paula en voz baja, rebelándose contra el miedo. Pero si ella era lo primero para Pedro, ¿No podría ser Pedro lo primero para ella? La llevó de la mano a la habitación y ella se dejó llevar sin decir nada. Pero al ver la cama dió un paso atrás.
—No tomo la píldora.
—No te preocupes, he traído preservativos.
Quería tranquilizarla con esa respuesta, pero Paula recordó que la última vez no usaron nada y Pedro había esperado que quedase embarazada...
—¿De verdad? —le preguntó, mirándolo a los ojos. Tenía que saber con certeza que no quería manipularla, que no quería atraparla.
Pedro levantó una mano para acariciar su pelo, prometiéndole seguridad con la mirada.
—Si tenemos otro hijo, será cuando los dos queramos. Un niño planeado, Pau, no concebido por accidente.
—Has venido preparado para...
—Esperaba tener suerte —sonrió él.
—Has hecho todo lo posible para que esto pasara —lo corrigió Paula, pasando los dedos por su torso desnudo.
—¿Por qué no? Te deseo más que a ninguna otra mujer en el mundo.
Y él era el hombre al que ella deseaba más que a ningún otro.
—¿Quieres que paremos, Pau?
—No.
Quizá podrían crear un pequeño universo sólo para los dos, un sitio donde pudieran amarse a cubierto de las tormentas, a salvo de todo aquél que quisiera separarlos. Quería que fuera posible. La magia de tocarlo así, de estar tan cerca... de hacer el amor con él... ¿Sería lo suficientemente fuerte como para evitar intrusiones? ¿O un mundo tan pequeño era un sueño imposible? Paula no lo sabía. No quería pensar. El deseo de sentir, de estar con él, hizo que olvidase todo lo demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario