martes, 8 de noviembre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 36

—Nico, nos vamos a casa —dijo Pedro.

—Pero...

—Luego te lo explicaré. Ahora tenemos que irnos...

—¡No! —exclamó de repente Horacio—. El niño tiene derecho a preguntar.

—Papá...

—Nicolás... la razón por la que no quiero a tu mamá es que no la conozco. No me he molestado en conocerla. Y por eso... —el padre de Pedro levantó la cabeza para mirar a Paula— le pido disculpas.

Silencio.

Paula lo miró, confusa. ¿Era sincero o... qué? Desde luego, había dicho la verdad. No la conocía.

—Pero podrías conocerla, abuelo —razonó Nico—. Papá la conoce muy bien y la quiere mucho.

—Sí, es verdad —asintió Horacio—. Sé que es verdad.

—A mi mamá le gustan las flores. Deberías llevarla a dar un paseo por el jardín, abuelo.

—Me parece muy buena idea. Quizá después de comer, tu madre querría dar un paseo conmigo. Así podré pedirle disculpas.

Nico tiró de su vestido.

—Por favor, no llores, mamá. El abuelo no quería que llorases. ¿A que no, abuelo?

—No, claro que no —contestó Horacio, con un nudo en la garganta—. Paula… si puedo llamarte así.

—Es así como se llama —dijo Pedro.

—¿Me ofrecerías una rama de olivo... por las personas a las que queremos?

Para eso había ido a Bellevue Hill. En sus manos estaba crear una familia o destruirla.

—Sí, claro que sí, señor Alfonso.

—¡Bravo! —sonrió él. Y, por primera vez, vió un brillo de admiración en los ojos de Horacio. Por ella.

—¿Qué es una rama de olivo, papá? —preguntó Nico.

—Es un regalo... un regalo de amor, hijo —contestó Pedro—. Tu mamá le ha dicho a tu abuelo que nos quiere mucho. Y espero que tu abuelo lo entienda.

—¿Lo entiendes, abuelo?

—Sí, lo entiendo, Nicolás.

—Mi mamá también podría quererte a tí.

—Eso, querido niño, sería un milagro. Pero como estamos en Navidad... podría ser.

—Claro que sí —intervino Ana—. Ven, Nico, vamos a lavarnos las manos antes de comer. Horacio, será mejor que vayas a buscar el vino con José.

Pedro y Paula se quedaron solos en el salón.

—¿De verdad estás bien, cariño? —preguntó él.

—Bueno... no del todo, pero creo que lo estaré.

—¿Estás decidida?

—Mientras tú aprietes mi mano.

—Toda mi vida —le prometió Pedro.

Y Paula sabía que cumpliría su promesa, pasara lo que pasara aquel día, al día siguiente, el año siguiente, toda la vida.

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