—Conoce a Julián Cox, ¿No es verdad? —la interrumpió Pedro.
—Julián —repitió Paula, pálida. ¿Sería aquel hombre uno de sus cómplices? Cuando vió que la mujer palidecía, Pedro sintió una sensación poco familiar y menos deseada. Desde luego, ella no era nada de lo que había imaginado. Llevaba una falda de gasa por la rodilla y su maquillaje... bueno, debía llevar alguno. Ninguna mujer de su edad podría tener unos labios tan suaves, tan rosas, de forma natural, pensaba. Y seguro que el pelo era teñido. En cuanto al aire de vulnerabilidad que proyectaba... eso tenía que ser tan falso como el color de su pelo, decidió.
—No se moleste en mentir —anunció Pedro con sequedad—. Sé que lo conoce y sé que los dos han estado estafando...
— ¿Qué? —Dijo Paula, incrédula—. Yo...
—Tengo pruebas —la interrumpió él, metiendo la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta.
Paula deseaba tener valor para salir corriendo, pero una rápida mirada al hombre la advirtió de que sería peligroso. Para empezar, era muy alto, enorme. Debía medir casi un metro noventa y era tan... fuerte. No tenía ni una gota de grasa en su cuerpo... Anna sintió que enrojecía cuando su instinto femenino le envió el mensaje de que, debajo de aquel traje de corte perfecto, el cuerpo masculino estaba lleno de músculos. Tenía el pelo castaño y espeso, con algún toque dorado en las puntas que le daba un aspecto leonino—. Esta es usted, ¿No es así? —preguntó él, mostrándole un papel y señalando un nombre impreso en él.
Paula abrió los ojos de par en par al ver su apellido.
—Sí. Lo es —admitió, sorprendida.
Frente a ella podía ver su propio nombre impreso al lado del nombre de Julián Cox. Y debajo de los nombres, la palabra socios. ¿Qué significaba aquello? ¿Cómo había podido Julián Cox nombrarla ilegalmente su socia? Paula no tenía ni idea. Lo único que podía imaginar era que lo había hecho para darle credibilidad a sus fraudulentos negocios. O quizá él, temiendo que alguien lo descubriera, había querido hacer cargar con la culpa a un chivo expiatorio. Julián Cox era, desde luego, capaz de eso y de mucho más. Iba a empezar a protestar, pero lo pensó mejor. ¿Sería aquello lo que Florencia había esperado durante tanto tiempo, la evidencia de los negocios fraudulentos de Julián? Necesitaba tiempo para pensar. « Tiempo para consultar con Flor y, sobre todo,necesitaba aquel papel. Pero cuando alargó la mano para tomarlo, el nombre volvió a guardarlo en su bolsillo.
—Su socio ha sido suficientemente inteligente como para largarse, pero parece que usted no lo es... o quizá es más arrogante —dijo Pedro.
¡Arrogante! Paula no podía creer lo que estaba oyendo—. ¿No se siente culpable por robarle dinero a la gente? ¿No va a decirme que es inocente? — añadió, sarcástico. Paula no decía nada—. Me sorprende.
Se quedaría más sorprendido si supiera la verdad, pensaba Paula. Aunque no la creería, estaba segura. Pero si pensaba que iba a quedarse allí y soportar que la insultara...
—Mire, siento mucho que piense que lo han engañado —empezó a decir, levantando la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. Algo en la actitud del nombre la ponía tan furiosa que le temblaban las piernas. Al menos, suponía que era furia; ¿qué otra cosa podía ser?—. Pero el hecho de que se le ofreciera un interés tan alto debería haberle hecho pensar que la inversión no podía ser... digamos, genuina.
Pedro no podía creer lo que estaba oyendo. ¿Ella se atrevía a sugerir que era culpa suya que lo hubieran engañado? ¿Qué él era culpable de haber sido estafado?
La cabeza de Paula apenas le llegaba a los hombros. Era una mujer delgada y estaba seguro de que podía rodear su cintura con las manos y levantarla del suelo sin hacer esfuerzo alguno y, sin embargo, tenía la audacia de retarlo... Pedro tenía que admitir que tenía valor.
—Yo me habría dado cuenta inmediatamente — dijo por fin—. Estoy orgulloso de oler a un mentiroso a distancia. Pero no es a mí a quien ese Julián Cox y usted han estafado. Aunque, claro, eso ya lo sabe. ¿El nombre de Lautaro Fernandez le dice algo?
—No... Nunca he oído ese nombre —contestó Paula sinceramente—. Pero si usted no ha invertido dinero con Julián, ¿Qué está haciendo aquí?
—Lautaro es mi hermano, un crío al que han estafado cinco mil libras —contestó él, despectivo—. Pero eso a usted le da igual, claro...
—Está haciendo juicios sobre mí sin conocerme —lo interrumpió Paula, con expresión furiosa.
—Pero es que sí la conozco, señora Martínez. Sé que es usted una estafadora — replicó Pedro. Paula lanzó un gemido ahogado—. ¿No tiene nada que decir?
—Yo... no pienso decir nada hasta que haya hablado con mi abogado —dijo ella por fin, repitiendo las palabras que había oído recientemente en una serie de televisión.
— ¿Su abogado? Sin duda será tan culpable de prácticas dudosas como usted y su socio —replicó Pedro—. Pero no voy a dejar que se salgan con la suya. Le debe a mi hermanastro cinco mil libras y pienso asegurarme de que se las devuelva.
— ¿No me diga? —murmuró Paula.
Estaba impresionada. A Flor le encantaría conocer a aquel hombre. Por fin tenían a alguien que podía medirse con Julián Cox, que estaba dispuesto a perseguirlo hasta los confines de la tierra. Pero había algo en él que hacía que se le pusiera la piel de gallina—. Lo que dice es muy interesante, señor...
—Alfonso. Pedro Alfonso.
De repente, Paula tuvo una idea.
— Si quiere que le devuelva ese dinero, tendrá que volver mañana. No tengo cinco mil libras en casa, como puede imaginar.
Pedro la miró, atónito. Un minuto antes decía no saber nada de Lautaro, después lo acusaba de ser un avaricioso y, de repente, anunciaba que estaba dispuesta a devolver el dinero. Aquella mujer era mucho más peligrosa de lo que había supuesto.
Muy buenos capítulos! En que lío la metieron a Pau!!!!
ResponderEliminar