sábado, 19 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 17

—Buenos días.

Pedro se había sentado en la cama e intentaba recordar los acontecimientos de la noche anterior.

—Llevo mucho tiempo despierta —dijo Paula, sentándose también.

Pedro ahogó un gemido cuando la sábana se deslizó, dejando sus pechos al descubierto. Habría deseado cubrir su desnudez, pero ella no parecía inhibida y lo besaba con tanta naturalidad que él no pudo hacer nada.

—Deberías haberme despertado —dijo, con sequedad, devolviéndole el beso tan rápido como pudo—. Voy a hacer un café. ¿Cómo te encuentras?

—Mejor que nunca. Vamos a dejar el café para más tarde —sonrió ella, acurrucándose a su lado—. Todo esto es tan nuevo para mí —murmuró. Sus ojos se habían oscurecido de repente—. Pepe, no puedo creer que... que he tenido la suerte de conocerte. Sé que debo haberte dicho esto antes, pero después de la muerte de Rafael tenía tanto miedo que... no quería dejar que nadie entrase en mi vida por si... El dolor cuando perdí a Rafa fue horrible. Y, además, me sentía culpable. Él era tan joven... estaba tan vivo y, de repente, se fue. Pensé que lo mejor era no volver a arriesgarme con nadie. Yo solía ir con él en el barco, pero aquel día me quedé en casa —añadió, con voz temblorosa.  Pedro la escuchaba sin interrumpirla, dándose cuenta de que ella deseaba hacerle esa confesión—. Los guardacostas dijeron que debió ser golpeado por una ola. Rafa era un marinero experto y cuidadoso. Nunca se arriesgaba, íbamos a cenar en casa de sus padres esa noche y yo lo esperé y lo esperé y... —Paula volvió a hacer una pausa y Pedro frunció el ceño.  Lo que ella acababa de contarle era bien diferente a lo que él había creído que había sido su vida y la emoción que había en su voz era auténtica—. No sé cómo nos conocimos o por qué cambié de opinión. Siempre he protegido mucho mis... emociones — sonrió ella entonces –.Bueno, ahora puedo entender cómo me convenciste —añadió, poniéndose colorada—. Pero lo que no entiendo es cómo llegamos a empezar la relación. Yo nunca... ¿Cómo nos conocimos, Pepe?

—El médico dijo que deberíamos dejar que recuperases la memoria de forma gradual —dijo él, después de aclararse la garganta. Lo que Paula acababa de decir había tenido en él un efecto mucho más profundo de lo que le gustaría reconocer—. Debías amar mucho a Rafael —se oyó decir a sí mismo.

Pero era preferible que hablase de Rafael, antes de que siguiera cuestionándole sobre su relación.

—Ahora me parece que ha pasado tanto tiempo y éramos tan jóvenes entonces... Crecimos juntos y, bueno, todo el mundo esperaba que nos casáramos —siguió diciendo ella, como si necesitara desahogarse —.No me interpretes mal. Nos queríamos mucho y éramos felices juntos, pero no había... no era como contigo — añadió, con voz ronca —. ¿Y tú? ¿Has estado casado, Pepe?

—Sí, brevemente —contestó él—. Pero mi matrimonio fue un error.

— ¿Sigues queriéndola? —preguntó Paula, ansiosa.

— ¿Si sigo queriéndola? —rió Pedro, amargamente—. No. Durante algún tiempo, después del divorcio, la odiaba, pero ya no siento nada por ella. Ni siquiera rencor. Fue culpa mía. No me di cuenta de que era una mujer egoísta, preocupada solo por sus caprichos, incapaz de entender que yo tenía que trabajar quince horas al día y no tenía tiempo de gastarme el dinero alegremente. La verdad es que los dos nos casamos con personas que no existían. Yo he aceptado que ella no era la mujer que yo creía que era hace mucho tiempo.

—La has perdonado por su parte en la ruptura del matrimonio —murmuró Paula—. Pero  me parece que no te has perdonado a tí mismo.

Pedro estaba atónito. Era una afirmación simple, pero nadie hasta el momento se había dado cuenta de eso, nadie había visto lo culpable que se sentía por aquel matrimonio equivocado.

—Al menos no tuvimos hijos.

— ¿No los querías? —preguntó Paula.

—Ella no los quería.

 —Rafa y yo éramos tan jóvenes... y, al principio, después de su muerte, yo lamentaba profundamente no haber tenido un hijo. Incluso ahora... — Paula sonrió con tristeza —. Pero tengo a mi ahijada, Valentina. Vive aquí, en Rye. Bueno, claro, supongo que la conocerás —añadió.

Pedro la miró, sin saber qué decir. Si Paula tenía familiares en Rye, no tardaría mucho en ponerse en contacto con ellos. Y entonces, ¿Qué iba a hacer?—. Pasa mucho tiempo fuera de la ciudad comprando material para la tienda y yo suelo ayudarla, pero últimamente no he podido hacerlo por mis otras obligaciones... Sus otras obligaciones.

El pulso de Pedro se aceleró. ¿Se refería a su negocio con Julián Cox? ¿Cómo podía interrogarla sin despertar sus sospechas?

—Ya sé que estás muy ocupada —murmuró.

Paula frunció el ceño.

— ¿Sí? —preguntó, confusa—. Oh, Pepe, no tengo ni idea... no puedo recordarlo —murmuró.  Pedro detectaba una nota de pánico en su voz—. Lo último que recuerdo fue hace unos meses... Era la semana antes de Pascua y Valen me había invitado a cenar en su casa... —las lágrimas habían empezado a asomar a sus ojos y Pedro, por instinto, la tomó en sus brazos para consolarla. Ella respondió escondiendo la cara en su pecho—. Pepe, abrázame, por favor —murmuró, temblando—. Me siento tan rara... mi cabeza... mis recuerdos...

—No pienses —aconsejó él.

—No pensar —murmuró ella, levantando la cara para mirarlo a los ojos—. No pensar... ¿Qué puedo hacer entonces? —era una pregunta totalmente innecesaria porque lo estaba haciendo; lo estaba besando con tal fervor que a él se le formó un nudo en la garganta. Nadie lo había tratado nunca de ese modo, nadie lo había tocado de esa forma, ni física ni emocionalmente—. Sabes muy bien.

—Tú también —respondió él con voz ronca. Podía sentir los pezones de ella endureciéndose y su propio cuerpo endureciéndose a la vez. Cerrando los ojos,  se dejó llevar por el deseo que lo quemaba como lava ardiente, rompiendo la barrera de su auto control. Aquella vez, sabía exactamente cómo tocarla y excitarla.

Ella murmuró algo cuando la besó en el cuello pero cuando fue su turno de tocarlo, parecía tímida.

—No recuerdo qué es lo que te gusta —dijo, insegura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario