—¿Seguimos sin noticias de Pau? —preguntó Flor, que había vuelto a Rye la noche anterior, en respuesta a la angustiada llamada de Sofía.
—Sí —contestó Valentina.
—Flor, ¿Tú crees que el hombre que Mary vió en su casa puede tener algo que ver con Julián Cox?
— ¿Con Julián? ¿Por qué? —preguntó Valen, sorprendida.
Flor lanzó sobre Sofía una mirada de reprobación. Habían acordado no decirle nada a Valen sobre su plan para desenmascarar a Julián. La pobre Valen había sufrido suficiente después de que aquel hombre le rompiera el corazón.
—Julián le había pedido dinero a Pau—dijo Flor por fin. Al fin y al cabo, era verdad. Valen pareció sorprendida.
—Pero eso no quiere decir... —Valen no terminó la frase—. ¿No pensarán que Julián le ha hecho daño a Pau?
—Pues no se lo pensó dos veces cuando te hizo daño a tí —le recordó Flor.
Valentina apenas había pensado en Julián desde que había vuelto de Praga y había olvidado el daño que aquel hombre le había hecho. Lo único que la preocupaba eran las copas de cristal que había comprado en la República Checa y que seguía sin recibir un mes después, a pesar de haber invertido en el pedido más del triple de lo que había pensado invertir. Y sin decirle nada a Sofía. Ignacio, su guía, había insistido en que comprara en la fábrica de su primo, pero ella había pensado que pretendía engañarla y había elegido otra fábrica. No solo para demostrarle que tomaba sus propias decisiones, sino porque estaba harta de que los hombres intentaran aprovecharse de ella, como había hecho Julián Cox. Solo esperaba no haberse equivocado.
—¡Valen!
Valen se dió cuenta de que Sofía le había estado diciendo algo que no había escuchado y pensó, sintiéndose culpable, que debería estar preocupándose por Paula y no por sus problemas.
—Ya sé que Julián se portó muy mal conmigo, pero si Pau ha desaparecido... No, yo no creo que tenga nada que ver una cosa con otra.
Flor escuchaba en silencio. Valentina podía creer que Julián no tenía nada que ver con el asunto, pero la joven no lo conocía tan bien como ella. A Julián no le importaban nada los sentimientos de los demás. Su avaricia era tan grande que le daba igual a quién hiciera daño. Florencia había estado haciendo averiguaciones sobre su paradero y había encontrado una pista que la llevaba hasta Hong–Kong, lo cual tenía sentido porque él había hablado de Hong–Kong muchas veces, pero una vez allí la pista se perdía. ¿Se habría marchado Paula con el hombre misterioso del que había hablado Mary Charles?
—Podría ser —contestó Valen, cuando Flor hizo la pregunta en voz alta—. Pero, ¿Por qué no nos ha dicho que tenía un amante? A mí no me pega nada.
—Si no es su amante, ¿Quién puede ser? —preguntó Sofía, muy práctica.
—El marido de alguna amiga, por ejemplo — sugirió Sofía—. O un amigo de Cornwall.
—Mary insiste en que cuando Paula se lo presentó como su «amigo», lo que quería decir era exactamente eso, «su amigo».
—Quizá estamos exagerando. Quizá solo se ha marchado de viaje sin decirnos nada —dijo Valen, pero sabía que no convencería a nadie, ni siquiera a sí misma.
—El coche sigue en su casa —dijo Sofía.
—Pero dices que Missie y Whittaker tampoco están, ¿No es así? —preguntó Flor.
—Yo no los he visto por ningún lado.
— ¿No crees que puede haber ido a Cornwall a visitar a su familia?
—No. Llamé a su casa ayer y su madre no me dijo nada. No quise preguntarle por Pau para no preocuparla —dijo Valen.
— ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Sofía.
— Si mañana seguimos sin saber nada, tendremos que llamar a la policía — contestó Flor después de unos segundos.
— ¿Tú crees que es tan serio? —preguntó Valen.
—No lo sé —murmuró Flor, sin mirarla.
Diez minutos después, mientras volvía a su casa, se alegraba de que ni Valen ni Sofía pudieran leer sus pensamientos. Sabía que Sofía sentía curiosidad por conocer las razones de su odio contra Julián Cox y sabía también que sospechaba que había algo que no les había contado. Y tenía razón. Pero no era a Sofía, sino a Paula a quien hubiera querido contar los demonios secretos que la torturaban. Paula era una mujer muy discreta y Flor sabía que podía confiar en ella. Sabía que la gente la consideraba una mujer fuerte y fría, pero nadie sabía qué la había hecho ser así. Confiar en alguien, incluso en Paula, sería arriesgarse a hacerle daño a una persona que ella había querido mucho y no podía hacer eso, de modo que el peso que había llevado sobre su corazón durante tanto tiempo tendría que seguir allí, sin ser compartido con nadie. Y si la gente la veía como una mujer sin sentimientos, mejor que mejor. Pero en aquel momento, tenía otro peso sobre el corazón. Si algo le ocurriera a Paula, sería su responsabilidad. ¿Su desaparición tendría algo que ver con Julián Cox, como había sugerido Sofía? ¿Las cincuenta mil libras que le había estafado no habrían sido suficientes? ¿Habría vuelto por más o quizá habría enviado a su cómplice, el hombre que Mary Charles había visto en su casa?, se preguntaba, angustiada. Aunque no deseaba, por muchas razones, involucrar a la policía, sabía que no le quedaba alternativa. Seguramente la desaparición de Paula no tenía nada que ver con Julián Cox, pero tendrían que comprobarlo. Y, en cualquier caso, la desaparición de su amiga era muy extraña. ¿Cuántas veces había leído artículos en los periódicos sobre mujeres que desaparecían en extrañas circunstancias? En algunos casos, encontraban el cuerpo unos días después... En otros, nunca. Apretó las manos sobre el volante.
—Por favor, Dios mío, que no le haya pasado nada —murmuró.
No hay comentarios:
Publicar un comentario