Las lámparas del techo deberían ser reemplazadas por lámparas de pared que iluminarían mejor las enormes habitaciones. El aséptico cuarto de baño blanco podría ser suavizado con toallas de algodón rizado, la moqueta marrón, reemplazada por una de un color más alegre. En la cama de matrimonio se echaba de menos un edredón esponjoso, en los sofás, cojines de colores brillantes. Las desnudas paredes parecían estar pidiendo a gritos unos cuadros, las vacías superficies de los muebles, jarrones con flores y fotografías familiares... ¡Fotografías familiares! Eso era lo que aquella casa necesitaba. Le faltaba una familia, le faltaba amor, quizá lo que Pedro buscaba cuando se habían encontrado. Paula sintió un nudo en la garganta. Lo amaba tanto... Solo había que ver su casa para darse cuenta de que Pedro se sentía muy solo.
Cuando él vió la expresión de ella, se dió cuenta de que la había visto antes. Los ojos de su madre habían tenido el mismo brillo de compasión cuando intentaba persuadirlo de que se mudara a vivir cerca de ellos.
—Me gusta esta casa —había dicho él.
—Pero, cariño, es tan... austera, tan fría —había suspirado su madre.
Pedro se había encogido de hombros. Podía parecer austera, pero para él era segura, tranquila y cómoda.
—Subiré tus cosas a la habitación de invitados —dijo entonces.
La habitación de invitados. Paula lo miró sorprendida. Había asumido que compartiría su dormitorio, su cama... Pedro sabía lo que estaba pensando, pero aquella vez estaba preparado. Había tenido mucho tiempo para pensar durante el camino y había decidido lo que debía hacer... y decir.
—Ecclestone es un pueblo un poco anticuado y no me gustaría que la señora Jarvis piense algo que no es —explicó.
Era, después de todo, la verdad. No quería que su ama de llaves fuera por todo el pueblo contando que el dueño de la casona de la colina tenía una novia viviendo en casa. Su madre conocía a mucha gente por allí y, tarde o temprano, le llegaría la noticia. Y él no podía permitir que ocurriera. No era ningún secreto para Pedro que su madre quería que volviera a casarse y tener una familia. Se lo decía a la menor oportunidad y, si pensaba que había una mujer en su vida, haría todo lo posible por mantenerla allí... para siempre. Además, no le gustaba ser objeto de murmuraciones. Había soportado suficientes después de la ruptura de su matrimonio.
Intentar que no hubiera murmuraciones era un detalle caballeresco por parte de Pedro , tenía que reconocer Paula, aunque ella hubiera preferido... pero cuando vió su expresión decidida se dió cuenta de que, aquella vez, no iba a cambiar de opinión. Aunque sería relativamente fácil convencerlo. Si se acercara a él y empezara a acariciarlo, a seducirlo... Pero ella no era ese tipo de mujer. Quería que él la deseara, que se sintiera orgulloso de desearla, que deseara su amor con tal fuerza que no le importara nada lo que pensaran los demás. Y, después de todo, si tan importante era para él lo que la gente pensara y sentía por ella lo que Paula creía que sentía, sería muy fácil hacer que nadie tuviera nada sobre lo que murmurar. No había nada que impidiera hacer público su compromiso. Quizá no se conocían desde hacía mucho tiempo, pero debía ser suficiente como para que estuviera segura de que si Pedro la pidiera en matrimonio, ella aceptaría sin pensarlo dos veces.
— ¿Qué quieres que hagamos mañana? Aún no te he llevado a Lindisfarne y...
— ¿Podríamos quedarnos aquí? —preguntó Paula.
Llevaban tres días en Yorkshire y, cada día, Pedro había insistido en ir de excursión. Habían estado en York, que a Paula le había encantado, y en Harrogate. Él había conducido durante horas, deleitándola con su conocimiento sobre su tierra. Habían comido en los pequeños pueblos por el camino y habían cenado en suntuosos restaurantes cuyas paredes estaban decoradas con montones de premios gastronómicos. Pero lo único que Paula realmente deseaba era estar a solas con él. El día anterior, después de una comida deliciosa, habían paseado por las colinas hasta que encontraron un lugar para descansar, una enorme piedra desde la que podían ver la casa y las colinas brumosas. Había deseado que la tomara en sus brazos, que la besara, que le hiciera el amor como lo habían hecho en Rye y, por un segundo, había pensado que ocurriría. Ella había tropezado con una piedra y Pedro la había tomado por la cintura, protectoramente.
— ¿Te has hecho daño?
Paula se había dado cuenta de que los ojos de él estaban fijos en sus labios y su corazón había empezado a latir con fuerza. Pero él se había apartado inmediatamente, con lo que a ella le había parecido un ronco gemido de frustración. Deseaba tener valor para dar el primer paso, ser capaz de expresar su deseo por él abiertamente, pero no podía hacerlo. La amnesia era cada día más frustrante. Sin conocer la naturaleza de su relación con Pedro, no tenía ni idea de cómo podría resolver aquella situación. Él no quería que hubiera murmuraciones sobre ellos y, naturalmente, a ella le había gustado que estuviera preocupado por su reputación, pero estaba empezando a pensar que su relación existía en una especie de vacío. No tenía pasado, al menos ella no lo recordaba, y no parecía tener futuro. Paula sacudió la cabeza, intentado alejar aquellos tristes pensamientos. Quizá eran las pesadillas que estaba teniendo últimamente las que la habían puesto en tal estado de ánimo. Ninguno de sus sueños parecía tener sentido; eran una mezcla confusa de imágenes, caras, conversaciones, todo revuelto con una extraña sensación de angustia. Podía oír la voz de Pedro, furioso, pero no escuchaba sus palabras, aunque sabía que tenían algo que ver con una suma de dinero. Entre el desalentado estado de ánimo, la lluvia y la actitud distante de Pedro, estaba empezando a preguntarse si había hecho bien acompañándolo en aquel viaje.
Pedro se acercó a la ventana de la cocina. Su corazón latía con fuerza. Mantenerse apartado de Paula estaba siendo más difícil de lo que había creído. El día anterior, cuando ella había tropezado, se había sentido tentado de tomarla en sus brazos y dar rienda suelta a sus deseos. Y la expresión dolorida en los ojos de Paula cuando no lo había hecho le había partido el corazón.
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