jueves, 10 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 2

Pero eso no significaba que no tuviera problemas y se estaba enfrentando con uno de ellos en aquel momento. Cuando Lautaro había conseguido plaza en la universidad de Oxford, Pedro había ofrecido pagarle la carrera. Al fin y al cabo, era su único hermano y sentía un gran cariño por él. Sus padres estaban retirados en aquel momento y Alfredo, quince años mayor que su madre, sufría del corazón y necesitaba toda la tranquilidad posible.

— ¿Por qué no me dijiste que necesitabas dinero? —insistió Pedro.

—Porque me daba vergüenza pedírtelo —contestó Lautaro, apartando la mirada.

—Pero tu inteligencia, tu sentido común deberían haberte dicho que todo ese asunto era una estafa. Nadie paga intereses tan altos. ¿Por qué crees que esos anuncios aparecen en letra pequeña?

—Pero parecía la solución a mis problemas... —empezó a explicar el joven—. Tenía en el banco las cinco mil libras que me habías prestado y si hubiera podido convertirlas en diez mil en unos meses, más el trabajo que había aceptado en vacaciones... —Lautaro dejó la frase sin terminar al ver que Pedro miraba al techo, incrédulo—. Parecía una buena idea. Yo no sabía que...

— Claro que no sabías —lo interrumpió Pedro—. Deberías haber venido a verme... Bueno, cuéntame otra vez qué ha pasado.

Lautaro  respiró profundamente.

—Ví un anuncio en el periódico que ofrecía inversiones con un interés del cincuenta por ciento y había que solicitarlo a un apartado de correos.

—Un apartado de correos —Pedro volvió a mirar al techo—. Y tú, dando muestras de gran sentido común, te lo creíste.

—Creí que iba a hacer un buen negocio, Pepe —protestó Lautaro de nuevo—. Pensé que... bueno, papá siempre me está diciendo la suerte que tengo de que tú me pagues la carrera y eso a veces hace que me sienta... Bueno, no me gusta que mi padre no se sienta orgulloso de mí, ni que mis compañeros piensen que soy un niño mimado porque tú me lo pagas todo —explicó, con expresión dolorida.  Pedro le dió un golpecito en el brazo para animarlo a seguir—. El caso es que al final un hombre me llamó y me dijo que tenía que enviarle el cheque por cinco mil libras. Me aseguró que me enviaría un recibo e información mensual sobre cómo iba la inversión.

— ¿Y, por casualidad, no te informó de cómo iba a conseguir un interés tan alto? —preguntó Pedro.

—Decía que era porque no había intermediarios y porque tenía contactos en Estados Unidos y sabía cuáles eran los negocios que estaban en alza...

—Ya, claro, y, por generosidad, pensaba compartir todo eso con cualquiera que respondiera a su anuncio. ¿Es eso?

—Yo... no le pregunté sus motivos —contestó Lautaro con toda la dignidad de la que era capaz—. Ahora me doy cuenta de que no debería haber confiado en él, pero el profesor Cummins acababa de decirme que, si hacía un master en Estados Unidos, podría conseguir una beca para el doctorado en Oxford. Además, me pidió que, de paso, hiciera una investigación para unas lecturas que tiene que dar en Yale el año que viene. No sé por qué me ha elegido a mí, la verdad.

—Te ha elegido por la misma razón por la que te eligió el que te ha estafado cinco mil libras, Lauta —lo interrumpió Pedro, irónico—. Bueno, vamos a ver, le enviaste el cheque y ¿Qué pasó después?

—Durante los dos primeros meses todo iba bien. Me enviaba información sobre los intereses y todo lo demás. Pero al tercer mes, dejé de recibirla y, cuando llamé, el teléfono había sido desconectado.

Lautaro parecía tan perplejo que, en otras circunstancias, Pedro hubiera lanzado una carcajada, pero aquello no era asunto de risa. Su hermanastro  era un chico ingenuo al que un tipo sin escrúpulos había robado cinco mil libras de la forma más descarada.

—Qué sorpresa —murmuró.

—Sé lo que estás pensando —dijo Lautaro, apenado—. Al principio, creí que era un error. Escribí una carta a la dirección que venía en los papeles y me la devolvieron porque era una dirección desconocida. Y desde entonces...

—Desde entonces, tu amigo te ha probado que no solo puede hacer desaparecer tu dinero —terminó Pedro la frase.

—Lo siento mucho, Pepe. Pero... tengo que decirte... que ni siquiera me queda dinero para terminar el semestre y...

—¿Cuánto dinero necesitas para terminar la carrera, incluidos los gastos de manutención? —preguntó Pedro, directo al grano.  Lautaro se lo dijo, sin atreverse a mirarlo a los ojos—. ¿Y cuánto cuesta el máster en Estados Unidos? Dime la verdad, Lauta, no me des una cantidad que luego no te permita comer decentemente — añadió. De nuevo, Lautaro le dijo una cantidad, con las mejillas rojas de vergüenza—. De acuerdo —suspiró Pedro, sacando una chequera del cajón y firmando un cheque por una cantidad superior a la que su hermano había mencionado. Tan superior que Lautaro no pudo evitar un gemido de sorpresa.

—Pepe,  no puedo... Esto es demasiado y...

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