Pedro sintió que sucumbía. Paula era tan pequeña, tan frágil que tenía miedo de hacerle daño y, tomándola por la cintura, la colocó sobre él, sin separar sus bocas un momento. Incapaz de detenerse, deslizó la mano por sus nalgas, afianzándola más sobre su cuerpo. Paula se movía sabiamente sobre él. Aquello era como estar en el cielo, maravilloso, increíble. Las manos de él se deslizaron hasta los pechos de ella, sin que él pudiera detenerlas. Estaban duros, tensos de deseo. Como si supiera lo que ella sentía, Pedro la atrajo hacia él, chupando primero una aureola y luego otra, haciendo que gimiera de placer, que temblase de pies a cabeza, en éxtasis.
—Sí, Pepe, sigue —lo animó, cuando él empezó a besar sus pezones, la sensación recorriendo su cuerpo como nada que hubiera experimentado antes.
Levantó la pelvis, sintiendo una sensación que llegaba de dentro, de muy dentro, y empezaba a crecer a un ritmo al que ella, instintivamente, empezó a responder; todo su cuerpo moviéndose contra el duro cuerpo de Pedro. Él sabía que había perdido el control por completo. Allí estaba, cuarenta y dos años y, por primera vez en su vida, sabía lo que era experimentar un abandono total, un deseo urgente e imposible. Quería poseerla, absorberla completamente, devorarla. Perdido en esas sensaciones, seguía chupando sus pezones y la oyó gritar cuando, accidentalmente, la mordió en aquella parte tan sensible. Maldiciendo en voz baja, empezó a apartarse, pero ella lo miró a los ojos—. No pares —murmuró, apasionadamente. Sus ojos eran del azul más cálido que había visto nunca.
Pedro lanzó un gemido ronco y tomó su cara entre las manos para besarla. Mientras lo hacía, Paula hizo lo que había estado deseando hacer desde que lo había visto en el hospital. Cuando Pedro sintió los dedos de ella cerrándose sobre su masculinidad, tuvo que cerrar los ojos. Un gemido de placer inundó su garganta. Sabía que debería apartarse, pararla, pero también sabía que no iba a hacerlo. Había algo tan insoportablemente erótico en que ella guiara su cuerpo dentro del suyo, algo tan dulce en la expresión absorta de su cara mientras lo hacía, que su voluntad se disolvió. Era un momento de placer total, caliente, húmedo, salvaje... Paula lanzó un gemido de placer al tenerlo dentro. Se movía expertamente y contuvo el aliento cuando él la tomó por las caderas para guiarla. Era el turno del hombre para tomar el control, para marcar el paso, para moverla con el ritmo de su deseo y ella no podía creer cuánto le gustaba que hiciera aquello, cuánto disfrutaba de cada oleada de placer, de cada uno de los movimientos del hombre dentro de ella. Lentamente al principio, más rápido después, más fuerte, más profundamente... hasta que...
—Pepe, Pepe — Paula sollozaba su nombre mientras llegaba al orgasmo y sentía la caliente, poderosa liberación masculina dejándola mareada de satisfacción. Exhausta, apoyó la cabeza sobre su pecho y cerró los ojos mientras sentía que él la envolvía en sus brazos.
¿Qué había hecho?, se preguntaba Pedro, furioso consigo mismo. ¿Qué había sido de su fuerza de voluntad, qué había sido del hombre que siempre sujetaba sus emociones con mano de hierro? Había perdido la cuenta de las veces que había rechazado la posibilidad de una breve aventura. Las cicatrices dejadas por su matrimonio lo habían decepcionado tanto que no quena arriesgarse a un segundo fracaso. Su orgullo y sus principios morales le habían impedido tener relaciones sexuales en mucho tiempo... Y, sin embargo, allí estaba, relajado y en paz, aún sintiendo los suaves ecos del placer que la mujer que dormía a su lado le había proporcionado. Y, peor aún, ese placer había despertado la clase de respuesta que sabía era una ironía. Sentía deseos de protegerla, sentía ternura por ella; deseaba abrazarla, deseaba seguir sintiendo aquel cuerpo suave sobre el suyo. ¿Cómo podía ser, si la despreciaba, si ella sería la última mujer en el mundo a la que él podría amar? Era imposible que su amnesia fuera fingida, la enfermera se lo había dicho, pero él no sufría amnesia y sabía perfectamente que, a pesar de la animosidad que sentían el uno por el otro, desde el principio había habido una corriente de atracción física entre los dos. También sospechaba que era eso lo que había hecho que Paula creyera que compartían una relación, un pasado y... una cama. Pero eso no explicaba cómo una mujer que él sabía una estafadora sin escrúpulos se había metamorfoseado de repente en una mujer tan tierna, generosa y amante que lo había dejado sin aliento. Nadie le había dicho las cosas que ella le había dicho mientras hacían el amor, mostrándole abiertamente que era deseado y amado. ¡Amado! Contuvo el aliento. ¿Qué demonios iba a hacer con aquella mujer?
Me encanta esta historia!!
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Era imposible que Pedro es escapara de Paula, estaba decidida!
ResponderEliminarSe está poniendo muy interesante!!
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