¿Sería Horacio Alfonso un amable rey o un ogro?, se preguntó Paula, intentando no sentirse intimidada.
Nico no tenía miedo alguno. En cuanto salió del coche subió los escalones de dos en dos para explorar la casa de su abuela y, cuando el mayordomo abrió la puerta, lo miró de arriba abajo y preguntó:
—¿Tú eres mi abuelo?
—No, Nico. Es José, que se encarga de la casa —explicó Pedro.
—Pues es una casa muy grande —dijo el niño, asomando la cabeza en el vestíbulo.
—Sí lo es, señor —sonrió el hombre.
Paula se preocupó entonces por la ropa del niño. Llevaba unos pantalones cortos de color azul marino, una camisa con estampado de barcos y unas sandalias azules. Estaba guapísimo, desde luego, pero quizá debería haberle puesto algo más formal, más a tono con los Alfonso.
El mayordomo los acompañó hasta un salón lleno de antigüedades en el que había un magnífico árbol de Navidad que debía de medir más de dos metros. Horacio estaba frente a la chimenea, imponente con un traje gris y una corbata roja. Ana se levantó del sofá al verlos. No iba vestida de negro aquel día. El vestido granate la hacía parecer más joven, como la sonrisa que iluminó su cara en cuanto vió a Nico.
—¡Abuelita! ¡Qué árbol más bonito!
—Me alegro de que te guste, Nicolás.
—He traído esto para tí —dijo el niño, ofreciéndole un paquete envuelto en papel dorado—. Es un dibujo que hice para tí en la playa, en casa de papá.
—Gracias, Nicolás. Ven, voy a presentarte a tu abuelo —sonrió Ana, tomándolo de la mano—. Puedes llamarlo abuelito.
Paula se puso tensa, pero Nico se acercó a su abuelo con una sonrisa en los labios.
—Hola, abuelo. También he traído un regalo para tí. ¡Feliz Navidad! —dijo, ofreciéndole un paquete.
—Gracias —dijo Horacio, después de aclararse la garganta—. ¿Es otro dibujo?
Nico asintió.
—Soy yo jugando al fútbol.
—Ah, tu padre me ha dicho que metes muchos goles.
—He metido treinta y dos. Y me han dado un premio, abuelo.
—¡Bien hecho! —sonrió Horacio, abriendo el regalo—. Pienso ponerlo en un marco en mi despacho, Nicolás. Todo el que entre verá lo listo que es mi nieto.
¡Aceptación pública! Paula dejó escapar un suspiro de alivio. Pedro se relajó un poco.
—Debajo de ese árbol hay algunos regalos para tí. ¿Quieres ir a verlos?
La alegría del niño, que no paraba de abrir regalos, hizo que todo fuera más fácil. Pero cuando llegó la hora del aperitivo, Paula no era capaz de tragar nada.
Pedro no dejaba de mirar a su padre, dispuesto a saltar de inmediato en cuanto dijera algo desagradable, pensó Paula. Pero Horacio tenía mucho cuidado para no dirigirse a ella directamente. No la ignoraba, pero había una cierta frialdad, una distancia que la ponía nerviosa.
—Nico, vamos a dar un paseo —dijo su abuelo—. Podemos ver los barcos en el puerto y a lo mejor encontramos un buen sitio para jugar al cricket después de comer.
Uno de los regalos que había recibido era un juego de cricket y Nico de inmediato tomó la mano de su abuelo. Pedro se levantó.
—Yo voy también.
—No, no... Deja que conozca a mi nieto. Además, tu madre quiere hablar contigo.
—Deja que se vayan, Pedro —le pidió Ana.
Para no discutir delante de Nico, Pedro decidió callarse. Pero en cuanto desaparecieron, se volvió hacia su madre.
—No voy a tolerar que ignore a Paula, mamá.
—Tu padre se siente incómodo, Pedro. Dale tiempo. ¿Has visto lo contento que está con Nicolás?
Pedro dejó escapar un suspiro.
—¿De qué querías hablar, mamá?
¡De la boda! Ana había ideado un plan que dejó a Paula perpleja. Primero, quería que acudiesen a la comida de Año Nuevo que organizaba todos los años, una reunión de amigos y parientes. De ese modo, podrían presentar oficialmente a Paula y se convertiría en una especie de fiesta de compromiso. Luego enviarían las invitaciones para la boda, con seis semanas de antelación como mínimo, y encargarían una carpa, el catering al mejor restaurante de Sidney...
Ana siguió hablando, y hablando. Lo tenía todo pensado. Absolutamente todo. Y el objetivo era presentar a la novia de Pedro como un miembro más de la familia Alfonso, alguien aceptado y querido. Pero para eso tendría que conocer a todos sus amigos, sus parientes...
—¿Papá ha aprobado todo esto?
—Tú sabes que sí, Pedro.
—¿Pero lo has hablado con él?
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