Paula lanzó un gemido cuando Pedro cambió de marcha salvajemente.
—Lo siento —se disculpó él, evitando su mirada.
Una vez de vuelta en casa, subió a la habitación para tomar unos analgésicos del cuarto de baño y después bajó a la cocina. Paula estaba de espaldas sacando unas chuletas del congelador—. Toma esto. Se te pasará el dolor.
De repente, los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. No estaba acostumbrada a que nadie cuidara de ella... a que nadie la quisiera de esa forma... Para su consternación y consternación de Pedro, todo su cuerpo empezó a temblar con un sollozo incontenible y, avergonzada, salió corriendo de la cocina. Aquello era ridículo. Se estaba comportando como una cría. Pedro llegó a su lado cuando estaba entrando en el dormitorio.
—Paula, ¿Qué te pasa? ¿Qué he hecho? —preguntó, angustiado.
—No eres tú, soy yo —dijo ella, entre lágrimas—. Esta mañana, en el río... aquella mujer... yo me sentí tan celosa... y, por un momento, hubiera deseado... —Paula no podía terminar la frase—. La odiaba, Pedro —admitió por fin —. No podía soportar ver cómo le sonreías y yo...
Pedro se quedó mirándola, atónito.
— ¿Por eso te duele la cabeza? —preguntó.
Paula sonrió débilmente.
—No, la cabeza no. El corazón —admitió con total sinceridad—. Pepe, me sentía tan celosa...
Pedro respiró profundamente. Su sinceridad lo animaba a ser sincero también.
—Yo también me sentí celoso en el invernadero, cuando te ví con ese Sebastián... Él estaba tocando tu brazo y yo...
— ¿Tenías celos de Sebas? Oh, Pepe. Es un amigo y está felizmente casado... — rió Paula, entre lágrimas—. No me digas que tenías celos de él...
—Bueno, tú tenías celos de esa pobre chica...
Sin saber cómo, acabaron uno en brazos del otro y ella levantó una carita mojada de lágrimas hacia él.
— Supongo que el problema es que nuestro amor es tan nuevo que aún no estamos seguros el uno del otro. Nuestros sentimientos siguen siendo demasiado intensos, demasiado... apasionados — concluyó Paula, en un susurro, mientras Pedro acariciaba sus labios con un dedo.
Cuando ella abrió los labios para exhalar un suave y beatífico suspiro, Pedro sintió el aliento femenino y un escalofrío de placer recorrió su cuerpo. Ella capturó su dedo suavemente con la boca y empezó a chuparlo lenta, muy lentamente. Él sentía que su interior se derretía. La sinceridad era un afrodisíaco muy poderoso, pensaba.
— ¿Tienes idea de lo que me estás haciendo? — preguntó, con voz ronca.
—No. ¿Por qué no me lo dices tú? —lo invitó ella, seductoramente.
—Pues... es algo como esto —sonrió Pedro, besándola en el cuello. Paula gimió apreciativamente, cerrando los ojos—. ¿Sabes una cosa? La verdad es que llevas mucha ropa —susurró con voz ronca segundos más tarde, mientras empezaba a desabrocharle la blusa.
—Yo podría decir lo mismo de tí —asintió ella.
Si Pedro respondía tan satisfactoriamente al delicado roce de su boca en sus dedos, ¿Cómo reaccionaría sirepetía la caricia en una parte más sensible de su cuerpo?, se preguntaba, sintiéndose atrevida. Rafael y ella nunca habían experimentado con el sexo. Los dos eran demasiado inexpertos y tímidos. Pero en aquel momento empezaba a descubrir en ella un espíritu aventurero que la excitaba y la divertía. Impaciente, empezó a desabrochar la camisa de Pedro, mientras él la besaba apasionadamente en el cuello.
— Sabes muy bien —murmuró él, besando la suave curva de sus pechos.
Paula no tenía ni idea de cuánto tiempo tardaron en quitarse la ropa; solo sabía que, una vez hecho, empezó a explorar el cuerpo de Pedro. Inicialmente, él estuvo tentado de detenerla. No estaba acostumbrado a ser pasivo, pero ella era dulcemente insistente.
—Nunca había hecho esto antes —murmuró ella.
— ¿Cómo lo sabes? Recuerda que tienes amnesia.
—Sencillamente, lo sé —afirmó ella, completamente segura.
Y, sin saber por qué, él la creyó. No había nada artificial en Paula y Pedro tuvo que controlar su deseo mientras ella exploraba tiernamente el cuerpo masculino—. Todo en tí es perfecto — susurró después, poniéndose colorada.
—Hace veinte años, habría estado tentado de creerte —rio él—. Pero ahora...
—Es verdad —insistió ella, indignada—. Eres perfecto... para mí.
—Ya...
—Pepe, ¿De verdad tenías celos de Sebas?
— De verdad —confirmó él, mirándola a los ojos—. Unos celos horribles.
Paula suspiró, feliz.
—No tienes que tener celos de nadie. Nunca he sentido lo que siento... cuando estoy contigo. ¿Y tú? ¿Has sentido alguna vez... ha habido...?
—No —contestó él.
Y era cierto.
— Pepe, háblame de tu familia —lo animó Paula, jugando con el vello que cubría su torso.
— No hay mucho que contar —dijo Pedro.
Aquel era un tema sobre él que no quería hablar, pero ella parecía decidida.
—Háblame de tu casa —insistió—. ¿Me has llevado alguna vez?
—No.
Pedro tomó su cara entre las manos para besarla. Se había jurado a sí mismo que no volvería a cometer el mismo error que la noche anterior, pero Paula había empezado a deslizar la mano por su estómago y la tentación de sentir esa mano acariciando la parte más sensible de su cuerpo era demasiado fuerte. Era incapaz de apartarla.
—Eres tan grande —musitó ella.
—Y tú eres tan... tan tú —susurró él con voz preñada de deseo, colocándola sobre su cuerpo.
Después de eso, pasó mucho tiempo antes de que dijeran algo remotamente inteligible, aunque ninguno de los dos parecía tener dificultad para interpretar los susurros del otro.
—Oh, Pepe —musitó ella, entre lágrimas de satisfacción, mientras caía sobre el pecho del hombre, satisfecha.
—Oh, Pepe, ¿Qué? –bromeó él.
—Oh, Pepe, me gusta tanto que seas parte de mi vida. Haberte conocido, que estés conmigo... — susurró ella.
—No más que yo —dijo él.
Apenas podía creer que lo había dicho, pero así era. Y lo que era más absurdo, era completamente cierto. Prácticamente, una declaración de amor. ¿Qué demonios estaba haciendo... sintiendo?
— ¿Pepe?
Pedro se puso tenso cuando Paula se sentó sobre la cama de repente. ¿Qué había pasado? ¿Había recuperado la memoria?
— ¿Que ocurre?
—No he dado de comer a Missie y a Whittaker. Ay, y las chuletas... las he dejado sobre la mesa y tenía que haberlas metido en el horno.
—No te muevas —dijo Pedro—. Yo lo haré.
Unos minutos más tarde volvía a la habitación, con una sonrisa en los labios.
— ¿Qué pasa? —preguntó Paula, cuando él volvió a tumbarse a su lado en la cama—. ¿Por qué sonríes así?
—Me parece que no vamos a comer chuletas — explicó él—. Ah, y Missie y Whittaker no necesitan que nadie les dé de comer.
Paula se dió cuenta de lo que había pasado.
— ¡Oh, no! ¡Se han comido las chuletas!
—Oh, sí —rió Pedro—. Parece que se habían cansado de esperar y se han servido ellos mismos.
—Pero Pepe, no tenemos nada para comer... — empezó a decir ella.
— ¿Y quién necesita comida? —susurró Pedro, acariciándola.
—Es verdad. ¿Quién necesita nada, teniendo lo que nosotros tenemos? —asintió Paula.
Y se enamoró Pedro nomas!!
ResponderEliminarHermosos capítulos! Están hasta las manos los 2!
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