Debía de haber experimentado el intenso deseo de abandonarse a él sexual y emocionalmente muchas veces, pero ella no podía recordarlo y, por eso, lo que sentía en aquel momento era tan fuerte. Deseaba desesperadamente tocarlo. ¿Tocarlo? Prácticamente, deseaba arrancarle la ropa, tuvo que reconocer, pero él se estaba apartando.
—El médico dijo que tenías que descansar... — empezó a decir Pedro, con voz ronca.
— ¿Ah,sí? No me acuerdo —bromeó ella, pero obedientemente salió de la cocina, después de despedirse de Missie y Whittaker.
Pedro no podía recordar cuándo había sido la última vez que se había sentido de ese modo. En realidad, nunca se había sentido así. Paula lo había pillado desprevenido, eso era todo, se decía a sí mismo. Y tendría que estar hecho de piedra para no reaccionar como lo había hecho. Después de todo, era una mujer muy atractiva, muy sensual... quizá una mujer muy experimentada sexualmente. Ella había respondido inmediatamente, su lenguaje corporal mostrando cuánto lo deseaba. Pero intuía que Paula no era una mujer promiscua. Había algo en ella que le decía que estaba por encima de eso. Y, sin embargo, entre sus brazos... Había tenido que hacer un esfuerzo para no demostrar lo que sentía y, si no la hubiera soltado, la urgencia y la intensidad de su deseo habrían hecho que le arrancase la ropa... y eso era algo que nunca había sentido deseos de hacer con ninguna mujer. Cuando había conocido a su ex mujer, estaba lleno de románticos ideales. La había puesto en un pedestal, la respetaba. La idea de hacer el amor con ella lo hacía marearse de deseo, pero cuando había ocurrido, aunque la experiencia había sido físicamente satisfactoria, emocionalmente lo había dejado vacío. Se había dicho a sí mismo que era culpa suya, porque sus expectativas eran demasiado idealistas. Pero cinco minutos antes, con Paula entre sus brazos, había descubierto que no lo eran.
Arriba, en su habitación, Paula se desnudó rápidamente. Quería ducharse antes de que Pedro subiera a reunirse con ella. Podría no ser su primera vez, pero sería la primera en sus recuerdos y quería que fuera especial. En el cuarto de baño había encontrado un albornoz que no recordaba y, bajo la almohada, un camisón de algodón. Lo estudió, con el ceño fruncido. ¿Se ponía eso para dormir con Pedro? Rápidamente, empezó a abrir los cajones de la ropa interior. Todo era tan poco atrevido como el camisón y, sorprendida, volvió a mirar. Instintivamente, sabía que para Pedro le hubiera gustado ponerse algo deliciosamente femenino, nada demasiado provocativo ni vulgar, pero tenía que haber comprado algo para tentarlo... Si era así, no estaba en sus cajones. Desilusionada, miró hacia la cama. Si tenía que elegir entre ponerse aquel aburrido camisón de algodón o no ponerse nada, elegiría no ponerse nada. Se sentía casi como una virgen, locamente enamorada de su amante, pero también un poco aprensiva ante el acto íntimo que la esperaba.
Abajo, Pedro esperó media hora y después media hora más. Cuando supuso que Paula se habría quedado dormida, subió la escalera con cuidado para no hacer ruido. La puerta de su dormitorio estaba abierta y la vio acurrucada en un lado de la cama. Parecía una niña. Tragando saliva, Se dirigió al dormitorio más alejado. Se daría una ducha rápida y si, por la mañana, ella le preguntaba por qué había dormido en otra habitación, le diría que se lo había aconsejado el médico... incluso podría decirle que había sugerido que dejaran sus relaciones íntimas para más adelante, cuando ella hubiera recuperado la memoria. Paula se despertó abruptamente, con el corazón acelerado. Había tenido una pesadilla y le dolía la cabeza, pero no recordaba qué había soñado.
— ¿Pepe? —murmuró, alargando el brazo.
Cuando se dió cuenta de que él no estaba, se levantó para ir a buscarlo, pero en el pasillo vio a Whittaker, su gato, entrando en una de las habitaciones—. Oh, no —murmuró, corriendo hacia el animal. Whitaker tenía prohibido dormir en las camas y lo sabía muy bien. Pero olvidó la travesura de su gato cuando vió a Pedro. ¿Por qué estaba durmiendo allí?, se preguntaba. Debía de estar agotado el pobre. No lo despertaría. En lugar de hacerlo, se metería en la cama con él. Se sentía tan a gusto a su lado, tan feliz... tan amada, pensaba apretándose contra el cuerpo del hombre.
Pedro se dió la vuelta en sueños, acomodando su cuerpo instintivamente a las curvas del cuerpo femenino y pasándole un brazo por la cintura con masculina posesividad. Paula se apretó contra él. La tentación de besar su torso cubierto de suave vello oscuro era demasiado irresistible. Como un osito de peluche, pensó. De repente, frunció el ceño. Las palabras le parecían familiares, tenía una vaga memoria de ellas, pero cuanto más intentaba saber cuándo las había pronunciado, más difícil le resultaba recordar.
—Pepe, me gusta tanto estar así —murmuró.
Pedro se despertó abruptamente. ¿Qué demonios estaba haciendo Paula en su cama?
—Paula...
—Pepe, no puedo creer que sea verdad. Tengo tanta suerte... —susurró ella, apretándose contra el cuerpo del hombre.
Pedro podía sentir los pechos de Paula rozando su desnudo torso, sus pezones provocativamente duros... y, sin poder evitarlo, empezó a acariciarla. Sorprendentemente, ella también estaba desnuda y podía sentir el suave vello entre sus piernas rozando su muslo, torturándolo. Ella empezó a besarlo apasionadamente, sosteniendo su cara entre las manos. Pedro sabía que no podría soportarlo mucho más, su cuerpo estaba... no podía seguir pretendiendo que no la deseaba, no podía seguir controlando ese deseo cuando ella estaba haciendo todo lo posible para aumentarlo. Casi lanzó un grito cuando sintió que Paula levantaba las caderas para acomodarse a la excitación masculina—. Pepe... bésame.
No hay comentarios:
Publicar un comentario