martes, 8 de noviembre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 38

Pero aquélla era la herencia de Pedro, una herencia a la que había estado dispuesto a renunciar... por ella.

Paula salió de la limusina intentando controlar los nervios, mientras Ana tomaba a Nico de la mano para entrar en la iglesia.

—¿Estás lista?

—Sí, creo que sí. Gracias por todo, Ana. Mi propia madre no lo habría hecho mejor —sonrió Paula, apretando su mano.

—Cariño... Pepe debe de estar muy orgulloso de tí. Tienen mi bendición. Y la de su padre.

Ana entró en la catedral de la mano de su nieto. Todo el mundo se volvió, oía murmullos... sabía que habría comentarios sobre el hijo ilegítimo de Luciano, pero no le importaba en absoluto. Nicolás era un niño maravilloso. Lo adoraba. Y quizá no sería su único nieto. Podría haber más... niños cuyos cumpleaños celebrarían en familia, con Pedro y Paula casados por la iglesia. Como debía ser. El futuro estaría lleno de esperanza. Y, por fin, su marido había entendido. Estaba muy bien ser millonario, tener influencia, poder... pero sin familia... sin familia todo daba igual.

Horacio sonrió al ver a su nieto con aquel traje azul oscuro, aquel niño que había entrado en su vida y en su corazón casi al mismo tiempo.

—Mi mamá está guapísima, abuelo —le dijo Nico al oído.

—Y tu papá también está bastante guapo —contestó él, señalando a Pedro, que esperaba ante el altar a su novia, la única novia que quería.

«Una mujer estupenda», pensó Horacio, contento de haber estado equivocado sobre Paula. Sería una buena esposa para Pedro, una buena madre para sus hijos. Y era una mujer generosa. Si su padrastro hubiera sido un hombre decente... aunque también él había estado equivocado. Quizá debería decir algo de eso en el discurso, en el banquete. Paula se lo merecía, desde luego. Y algo sobre Nico. Un nieto estupendo. Sí, aquélla era una buena boda.

Pedro notaba las miradas de los invitados. Indudablemente, era una ocasión interesante para ellos... el hijo de Horacio Alfonso casándose con una mujer con la que ya había tenido un hijo. Para él no era interesante, era vital. Y cada segundo que esperaba era un infierno. La última vez que estuvo en aquella catedral fue durante el funeral de su hermano. ¿Descansaría en paz Fede ahora? Sí, pensó. Porque había encontrado a Paula, como él le había pedido.

Paula. Paula Chaves.  «Sonríe, Fede. Todo está bien». Cuando el organista empezó a tocar la Marcha Nupcial, Pedro tragó saliva. Paula se acercaba por el pasillo, preciosa, más guapa que nunca. Aquélla era la mujer de su vida, no un sueño. Y le sonreía con los ojos llenos de amor. Él  ya no podía ver nada más. Sólo a ella. Y su mano extendida, buscándolo. Eso era lo único que le importaba... un simple gesto, pero que significaba tanto... Significaba que Paula y él tenían un futuro; un futuro que nadie podría robarles. Porque eran uno solo.




FIN

2 comentarios: