martes, 8 de noviembre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 33

El día de Navidad,  Paula se puso los pendientes de zafiro y diamantes, el regalo de Pedro. Iban a juego con el anillo de compromiso que le había regalado cuando por fin aceptó casarse con él. Debería llevar también la alianza, pero antes quería que Pedro volviera a hablarse con sus padres. Tener que enfrentarse con ellos la ponía nerviosa, pero si Horacio  podía ser amable con ella para recuperar a su hijo... y a su nieto, también ella podía ser amable. Además, sabía que Ana intentaría hacer las cosas más fáciles. Era curioso pensar que la madre de Pedro y ella se habían hecho aliadas. No amigas, quizá eso sería imposible. Pero era bueno para Nico tener una abuela.

Paula se colocó un mechón de pelo tras la oreja y dió un paso atrás para mirarse al espejo. Había comprado el vestido especialmente para la ocasión, deseando corregir la impresión que había dado a los padres de Pedro seis años antes, cuando solía llevar vestidos más informales, más atrevidos, sin darse cuenta de que eso podía ofenderlos y, posiblemente, hacerles pensar que era ligera de cascos. El vestido, de lino blanco, tenía un elegante estampado de flores azules que destacaba el color de sus ojos... y su bronceado, adquirido desde que vivían en la playa con Pedro. El vestido no tenía mangas, pero el escote era muy discreto. Como ya no tenía que pagar el alquiler de la casa, podía gastarse dinero en algún capricho... como las sandalias azules que le daban un toque juvenil a su atuendo. Con el pelo brillante y un mínimo maquillaje, no sabía qué podía hacer para parecer más presentable.

Los pasos de Pedro en la escalera le hicieron suponer que ya era hora de irse, pero cuando miró el reloj comprobó que aún faltaba un cuarto de hora. Ana Alfonso había sugerido que llegasen a las doce; de ese modo, Nico tendría tiempo para abrir y jugar con sus regalos antes del aperitivo.

Aperitivo...

Paula se llevó una mano al corazón, nerviosa. Todo sería muy formal, muy elegante, nada que ver con el desayuno de aquella mañana, con Nico tan emocionado por los regalos que no era capaz de sentarse a la mesa. Era la primera Navidad que pasaban los tres juntos y sólo podía rezar para que aquel bonito día siguiera siéndolo para Pedro.

—¿Qué tal estoy? —le preguntó, al oírlo entrar en la habitación.

—Estás preciosa —contestó él, mirándola de arriba abajo.

—Pepe, estoy intentando parecer respetable —suspiró Paula.

—No tienes que probarles nada a mis padres —replicó él, enfadado—. Absolutamente nada. Si no...

—Quiero estar bien, nada más. Dime si lo estoy.

—Si vas a pasarlo mal, no tenemos que ir.

Paula se acercó y tomó sus manos.

—Cuando viste esas fotografías... con tu hermano y la mujer que se parecía a mí, las creíste, Pepe. Creíste lo mismo que tu padre quería creer.

—Pau...

—Quizá en parte porque me había acostado contigo enseguida...

—No digas eso.


—Y quizá también por la ropa que solía llevar. Era más joven, claro, pero no vestía como... —Paula tuvo que sonreír— como una buena chica.

—Pau, he deseado mil veces no haber creído a mi hermano...

—Lo sé.

—No puedo cambiar eso.

—Ya no importa, Pepe. Dejó de importarme cuando me convenciste de que tu amor era verdadero. Nunca volveré a sacar el tema. Sólo quería que entendieras por qué es importante mi aspecto.

Pedro la abrazó.

—Tú eres lo más importante para mí.

—Lo sé, lo sé. Dejaste a tu familia por mí y nunca lo olvidaré. Pero si dejamos que esta pelea continúe, lo lamentaremos todos. Todos hemos cometido errores y yo quiero corregir los míos.

Pedro negó con la cabeza, dolido.

—Tú eras tú, no tenías por qué ser diferente.

—Entonces era muy joven. Ahora soy mucho más sabia —rió Paula—. Y no me molesta complacer a tus padres en una ocasión especial. Quiero que me miren y piensen «no me avergüenzo de mi nuera».

—Deberían sentirse orgullosos de tí.

—Creo que para eso hará falta tiempo. No espero mucho de esta comida, la verdad. Y tú tampoco deberías hacerlo. Deberíamos ser muy diplomáticos.

—Eres una mujer increíble, Paula Chaves. Y nadie podría poner reparo alguno a tu apariencia —le aseguró él.

—Entonces, estoy lista. ¿Nico se ha manchado de chocolate o algo parecido?

—Estaba haciendo el puzzle de Harry Potter en el salón hace un momento. Será mejor que vayamos a buscarlo.

Veinte minutos después, entraban a través de la enorme verja de hierro en la mansión de Bellevue Hill.

—¡Es un castillo! —exclamó Nico.

No hay comentarios:

Publicar un comentario