martes, 15 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 12

— ¿Algo especial? —repitió él, su voz sorprendentemente llena de ternura, cuando había intentado parecer sarcástico.

— Sí —confirmó Paula. Y entonces, para su sorpresa, ella alargó la mano y acarició su cara con los dedos —. Sé que ahora mismo no puedo reconocerte, Pedro, y entiendo que eso tiene que ser duro para tí. Sé que estás preocupado por mí — sonrió. Un par de preciosos hoyuelos aparecieron entonces a cada lado de su boca. Parecía tan vulnerable en aquel momento, pensaba Pedro. La confianza que veía en sus ojos hacía que se le formara un nudo en la garganta—. Me alegro mucho de que estés conmigo —le confió ella—. Es tan raro no poder recordar... me da tanto miedo. El doctor Banerman me ha dicho que no eres mi marido...

—No —dijo Pedro.

—Pero somos pareja, ¿Verdad? Me ha dicho que le dijiste eso a los enfermeros.

Pedro apretó los dientes. Él no había dicho eso en absoluto. Los enfermeros habían asumido que eran una pareja porque él estaba allí e insistía en que la llevaran al hospital a toda velocidad, pero no le habían dado oportunidad de corregir el error.

— ¿Qué es lo que recuerdas, exactamente?

Paula dió un paso atrás, dejando caer la mano. Ridículamente, Pedro se sintió privado de algo, como si una parte de él disfrutara del roce femenino.

—Nada de lo que ha ocurrido en mi vida desde hace meses —contestó ella—. No puedo recordar cuándo nos conocimos o cuanto tiempo llevamos juntos.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.

—No te preocupes —la consoló él—. El médico ha dicho que pronto recuperarás la memoria. Vamos, tengo que llevarte a casa —sonrió, tomándola del brazo. Para su consternación, ella puso la cabeza sobre su hombro.

—A casa... Bueno, al menos recuerdo dónde está —murmuró. De repente, miró a Pedro angustiada— . ¿Dónde vivimos, Pedro? Sé dónde está mi casa, pero...

—Allí es donde vamos.

¿Qué demonios estaba haciendo?, se preguntaba Pedro mientras la llevaba hacia el coche. ¿Por qué demonios no le había dicho la verdad? Estaba metido en un buen lío. Paula creía que eran amantes, lo cual era como mínimo irónico.

Se había dejado llevar por sus sentimientos protectores y caballerescos y por el código moral que le habían enseñado sus padres y no se había dado cuenta de las complicaciones que eso le iba a acarrear. Pero lo que más lo preocupaba era el cambio en la actitud de Paula. ¿Podría un golpe en la cabeza haber transformado a una mujer egoísta y sin corazón en una mujer vulnerable y tierna? Había oído que algunos golpes en la cabeza causaban cambios de carácter, pero ¿Tanto como eso?

Eran las dos de la madrugada. Pedro había tenido un día difícil y aquel no era el momento de seguir pensando. Aunque tendría que decirle la verdad a Paula. Si ella no recuperaba la memoria unos días después, no tendría más remedio que hacerlo. Cuando hubiera encontrado a alguien que pudiera hacerse cargo de ella, por supuesto. No podía marcharse y dejarla sola en aquellas condiciones.

— ¿Este es tu coche? —preguntó ella al ver el Mercedes.

Pedro frunció el ceño. ¿Por qué se mostraba tan sorprendida? Era un coche caro, pero a juzgar por su casa, ella también vivía cómodamente y, por lo que sabía sobre su estilo de vida, no debía sentirse sorprendida por los lujos. Todo lo contrario.  Entonces, Paula vió a la perrita tumbada en el asiento de atrás y su cara se iluminó.

—Missie —murmuró.

—La reconoces —dijo él, innecesariamente.

—Sí, claro —sonrió Paula—. La adopté el año pasado. La habían abandonado y... sé que es mía, Pedro, pero ¿Cuándo fue el año pasado? Yo...

Para consternación de Pedro, los ojos de la mujer volvieron a llenarse de lágrimas.

 —No te preocupes. Ya te acordarás —intentó consolarla, abriendo la puerta del coche.

Pero Anna tenía otras ideas. Pedro se quedó absolutamente atónito cuando ella se volvió y enterró la cara en su pecho—. Abrázame, Pedro, por favor, abrázame... tengo tanto miedo.

Pedro  dudó un momento. Aquello era algo para lo que no estaba preparado. Él era un hombre que se enorgullecía de mantener la cabeza fría en los momentos de crisis, pero la suavidad de la cabeza femenina apoyada en su pecho hacía que su corazón latiera a un ritmo preocupante.

—No te preocupes. Estoy contigo...

Cuando se escuchó a sí mismo decir aquellas palabras, supo que estaba en peligro.

Pero, ¿Cómo podía estar en peligro?, se preguntaba. El sabía qué clase de mujer era Paula Chaves y cuando recuperase la memoria y le devolviera las cinco mil libras de su hermano, se marcharía de Rye y no volvería a saber nada de ella.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Que difícil es esto! No sé cómo lo va a manejar Pedro!

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