sábado, 12 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 6

—No lo sé —suspiró su amiga—. Seguramente nuestras cincuenta mil libras no son el único dinero que ha llevado de Rye. Yo creo que se ha ido del país.

Mucho tiempo después de despedirse de Florencia, Paula estaba en su invernadero, tan concentrada en sus pensamientos que no oía los indignados maullidos de su gato, Whittaker. La madre de Valen, su prima, había sugerido que era hora de que fuera a visitarla. Y quizá debería hacerlo. Había pasado el tiempo y quizá volver a Cornwall, el lugar que una vez había amado tanto, el lugar donde Rafael se había quedado para siempre, no sería tan doloroso.

Su amor había sido dulce, muy joven e idealista; la intimidad entre ellos, un poco torpe. Los dos habían aprendido a la vez el arte de amar y lo que más dolía era pensar que Rafael nunca pudo llegar a su máximo potencial, que nunca pudo pasar del chico que era al hombre que habría podido ser. Apenas recordaba cómo era amar a Rafa, cómo era hacer el amor con él. Por mucho que lo intentara, apenas podía recordar las noches que habían dormido uno en brazos de otro. Parecían pertenecer a otra vida, a otra mujer. No, no había razón para no volver a Cornwall. Había perdonado al mar tiempo atrás por robarle a su amor. Pero ¿Se había perdonado a sí misma por seguir viviendo?

Podía no recordar la cara de su marido con nitidez, pero seguía recordando la mirada de resentimiento de la madre de Rafa el día de su funeral. Le decía, sin palabras, cuánto lamentaba que hubiera sido su amado hijo quien había muerto. Aquella mirada le había roto el corazón. Y su sentimiento de culpabilidad era causado por el hecho de que el recuerdo de Rafael y el amor que habían compartido era algo distante, algo que no parecía formar parte de su vida. Lo había amado, pero había sido con un amor de niña. Años después, la angustia que la despertaba por las noches era la de una mujer que se sentía privada de su capacidad de dar y sentir placer, de su necesidad de ser amada... Suspiró, sofocada. Sabía muy bien que eran sus estudios como consejera para el departamento social de Rye los que estaban despertando en ella aquellos sentimientos tan incómodos, pero eso no hacía que fueran más fáciles de soportar.

Cuando veía a Bruno besar a Sofía sentía una envidia que la asustaba. No porque ellos se quisieran. No, su envidia era causada porque su femineidad, su sexualidad, se veía privada de expresión. Pero, ¿Qué significaba eso? ¿Se estaría convirtiendo en el estereotipo de lujuriosa mujer madura? Levantó la barbilla con orgullo. Desde luego que no, se decía. Pero sus ojos azules se habían empañado. A los treinta y siete años, seguía teniendo la figura de una chica de veinte y su pelo de color miel seguía siendo igual de suave, cortado a la altura de los hombros. Rafa solía pasar los dedos por su pelo antes de besarla...

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