martes, 8 de noviembre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 37

El día de la boda...

Paula iba en la limusina hacia el centro de la ciudad. Frente a ella, Karina Holmes, la persona encargada por Ana de la organización de la boda, una mujer muy agradable que nunca parecía estresarse por nada. Paula le agradecía mucho que le hubiera puesto las cosas tan fáciles.

La madre de Pedro iba a su lado, frente a Nico, que estaba encantado de viajar en un coche tan llamativo y no paraba de hablar. Era asombroso lo bien que Nico había conectado con sus abuelos. A Paula no la preocupaba nada dejar al niño con ellos mientras Pedro y ella se iban de luna de miel, ni la preocupaba que Ana fuera a buscarlo al colegio cuando ella tenía clase en la facultad. Paula había decidido terminar la carrera y que los abuelos echasen una mano era muy importante.

Pedro había retirado su dimisión y seguía en la corporación Alfonso. En su sitio, pensaba Paula. Y habían comprado una casa en Rose Bay, con un jardín enorme para que Nico pudiera jugar.

Sólo habían pasado dos meses desde Navidad y seguía sorprendida del cambio que había experimentado Horacio. En realidad, se parecía a Pedro en muchos sentidos. Una vez que decidía algo, era casi imposible hacerlo cambiar de opinión. Pero había hecho bien ofreciéndole esa rama de olivo. Todo había cambiado tanto... En público, la trataba como a una princesa; en privado, seguían conociéndose. Y no siempre estaban de acuerdo en todo. Pero merecía la pena.

Pedro estaba más relajado, más contento. Después de la boda pasarían su luna de miel en Italia, en la romántica isla de Capri. Y Paula se sentía como una novia. Le encantaba el vestido: de seda y encaje francés en tono marfil. En la cabeza, una especie de diadema de encaje de la que salía un velo que llegaba hasta el suelo. Y en los pies, unas sandalias blancas a juego con el vestido. Ana la había llevado a su peluquero, había contratado a un maquillados.

—¡Eres la novia perfecta! —exclamó, cuando entraban en la limusina, que ahora estaba llegando a la catedral de Santa María.

Una iglesia normal no era suficiente para los Alfonso. No, tenían que casarse en la catedral. Y el oficiante era el arzobispo de Sidney, por supuesto. Dentro de la catedral, cientos de invitados, algunos de los cuales eran personas muy importantes, ministros, millonarios, gente del círculo de los Alfonso. Paula se había quedado asombrada al ver algunos nombres en la lista de invitados.

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