martes, 1 de noviembre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 23

Pedro iba pensativo, el corazón dividido en dos, mientras se dirigía a la mansión de Bellevue Hill. Habían pasado nueve meses desde la última vez que puso el pie allí y no estaba seguro de si quería retomar la relación con sus padres. Seguramente, su futuro con Paula sería más feliz, más fácil, si se alejaba de ellos. Pero la familia era la familia... El trabajo lo obligaba a ver a su padre en las reuniones del consejo de administración y el tema de Paula jamás había sido mencionado. Sin duda, su padre pensaba que ignorando el problema éste desaparecería, especialmente si Paula no aceptaba casarse. o esperaba que, con el tiempo, él cambiase de opinión.

Su madre no había hecho esfuerzo alguno para ponerse en contacto con él... probablemente aún rota por la muerte de su hermano Federico. Tampoco él había ido a visitarla. El recuerdo de cómo había despreciado a Paula era insoportable. No podía simpatizar con el dolor de su madre cuando era tan consciente del daño que les había hecho. Ese desprecio animó a Fede a urdir aquella trampa, por no hablar de los años que había perdido con su hijo. Además, su aprobación ya no significaba nada para él. Se preguntaba si su madre sabría de la existencia de Nico. Quizá su padre había querido «protegerla» no contándole la verdad. Pero si su padre había mantenido en secreto la existencia de Nico, esa misma noche iba a enterarse.

El mayordomo le abrió la puerta y lo informó de que sus padres estaban en el gran salón. «Interesante», pensó Pedro. Como había llamado de antemano, lo esperaban en el salón más elegante de la casa. Sin duda, su padre quería impresionarlo, hacerle ver lo que podría perder si insistía en casarse con Paula. Un juego inútil. Su padre ya no podía influir en sus decisiones. Ni siquiera profesionalmente. Pedro podría dejar la corporación Alfonso y abrir su propia empresa si era necesario.

No esperó que el mayordomo lo acompañase. Se dirigió al salón con paso firme, decidido. Su padre estaba de pie, frente a la impresionante chimenea de mármol, imponente como siempre. Su madre sentada en un sillón, aún de luto, pero parecía más dinámica. Evidentemente, había ido al salón de belleza y llevaba un collar carísimo. Parecía una reina. Era lógico que a Paula le diera miedo.

—Mamá, veo que estás un poco mejor —dijo Pedro, irónico.

—No gracias a tí, Pedro. No has venido a verme en nueve meses —respondió su madre.

Él se encogió de hombros.

—Ésta no es mi casa. Los dos saben dónde vivo... si les hacía falta para algo.

—Por respeto a tu madre, deberías...

—Está aquí ahora, Horacio —intervino Ana Alfonso—. Por favor, siéntate. Ha pasado mucho tiempo. Luc se dejó caer sobre el brazo del sofá.

—Supongo que papá te habrá dicho dónde estaba. Si tenías interés en ver a Paula Chaves o en conocer a nuestro hijo, podrías haberme llamado.

Su madre apretó los labios, no sabía si por frustración o por disgusto. Pero claramente la existencia de Nico no era una sorpresa para ella.

—Hemos pensado que serías tú quien decidiría el momento... si eso es lo que quieres.

De modo que la cuestión era esperar. Nada de alfombra, roja para darle la bienvenida a la familia. No, lo que esperaban era que cambiase de opinión, como había supuesto.

—En Semana Santa le pregunté a papá si Paula podía venir y me dijo que no. Dejaste claro que no querías verla, ¿No, papá?

—¿Delante de todos nuestros amigos? —replicó su padre, como si fuera una idea absurda.

—Podríamos haber venido una hora antes, para romper el hielo.

—No, no era el momento.

—¿Y cuándo será el momento? —replicó Pedro.

—No lo sé.

—Nunca, papá. Para tí nunca será el momento. La verdad es que te portaste muy mal con Paula y no quieres pedirle perdón. Y mucho menos reconocer que es una persona maravillosa.

Horacio lo fulminó con la mirada.

—Si están esperando que Paula desaparezca, van a tener que esperar el resto de sus vidas.

Sus padres se quedaron en silencio.

—Depende de ustedes—siguió Pedro—. Pero tendrán que aceptarla porque vamos a casarnos.

—¡No! ¡No puede ser! —exclamo su madre, levantándose—. Dijiste que esto no iba a pasar, Horacio. Dijiste...

—Aún no están casados, Ana.

—Lo estaremos.

—Si insistes en casarte con esa mujer...

—Se llama Paula. Paula Chaves—lo interrumpió Pedro.

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