—Valen, vuelve a la tierra —sonrió Sofía.
Su amiga se puso colorada, pero intentó disimular.
— Seguro que Mary se ha equivocado — murmuró, pensativa—. El hombre que vió en su casa sería un amigo de Cornwall o algo así.
—Tiene que ser eso —dijo Sofía.
—Bruno, estoy preocupada por Pau.
Bruno levantó los ojos de los papeles que estaba estudiando para mirar la preocupada expresión de Sofía.
— ¿Por qué? —preguntó él—. ¿Está enferma?
—No, no es eso —dijo su prometida—. Es que... ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Ayer fui a su casa y está cerrada a cal y canto. No hay rastro de ella, ni de Missie y Whittaker.
—A lo mejor se ha ido de vacaciones —sugirió Bruno, pero Sofía negó con la cabeza. — ¿Sin decírselo a nadie? — ¿Le has preguntado a Valentina si sabe algo?
—Ella no sabe nada —dijo Sofía—. Aunque, últimamente, Valen parece que vive en otro mundo. Le ocurrió algo en Praga, estoy segura. Pero cada vez que intento que me lo cuente, cambia de tema. Y, ahora, la desaparición de Pau... No es normal en ella desaparecer sin decirle nada a nadie.
Bruno se acercó a ella, preocupado por su expresión de angustia.
—Paula puede hacer lo que quiera, Sofi. Es una mujer libre —dijo suavemente.
—Sí, lo sé, y también sé que quizá me preocupo demasiado. Pero es que como Julián Cox también ha desaparecido...
—Cuanto más lejos se haya ido, mejor —dijo Bruno, con los dientes apretados.
— Bruno, ¿Tú crees que la desaparición de Pau tiene algo que ver con la de Julián? —preguntó Sofía.
Bruno levantó las cejas.
—Paula no puede haberse enamorado de él, sabiendo lo que sabe de ese hombre...
—Claro que no —lo interrumpió ella—. No he querido decir eso. Lo que quiero decir es... —pero le costaba trabajo terminar la frase, incapaz de poner en palabras sus sospechas—. Bruno, ¿Y si la ha obligado a marcharse con él? Ya sabes que Julián necesitaba dinero desesperadamente.
—Pero Paula no tiene tanto dinero, ¿no? Sé que está en una posición acomodada, pero... ¿Qué pasa, Sofi? —Preguntó, al ver la expresión angustiada de su prometida—. Hay algo que no me has dicho...
Sofía se debatía entre la lealtad hacia sus amigas y su preocupación por Paula y , al final, su preocupación ganó la batalla.
—Flor había trazado un plan para denunciar a Julián y convenció a Paula para que le hiciera creer que quería invertir una importante suma de dinero.
Bruno se quedó callado durante unos segundos.
—Eso hace que las cosas sean completamente diferentes. ¿Has hablado con Flor sobre la desaparición de Paula?
—No. Está en Northcumberland.
—Ya veo... ¿Sabes una cosa, Sofi? Me parece que tras la intención de Flor de denunciar a Julián Cox hay algo que no os ha contado.
—Yo lo he pensado algunas veces, pero...
— ¿Nunca ha hablado de ello?
—No. De hecho... bueno, Flor no suele hablar sobre su vida privada. A veces he pensado que estuvo enamorada de Julián, pero me resulta difícil creerlo.
— A mí también —asintió Bruno—. Pero lo más importante ahora es enterarnos de qué le ha pasado a Paula. ¿Quién puede saber dónde está?
— Solo Flor. Pero hay otra cosa que no te he dicho. Cuando Mary Charles fue a visitar a Pau el otro día, había un hombre en su casa.
— ¿Un hombre?
—Sí. Mary dijo que... bueno, que Pau lo había presentado como su «amigo».
— ¿Y qué significa eso?
—Significa amigo, ya sabes.
— ¿Y cómo se llama ese hombre? Si lo supiéramos, podríamos llamarlo.
—Mary dice que se llama Pedro, pero no sabe el apellido.
— Pues menuda ayuda —murmuró Bruno, exasperado.
— Si no estuviera teniendo una relación sentimental con ese hombre, no se lo habría presentado a Mary como «su amigo», ¿No te parece? Pero es tan raro. Pau no es así. Ella es muy tímida y recatada. La verdad es que estoy preocupada, Bruno. Los dos sabemos lo violento que es Julián Cox. Si ha descubierto el plan de Flor y Pau para denunciarlo...
—Bueno, lo primero que tenemos que hacer es ponernos en contacto con Flor y enterarnos de si sabe algo sobre los planes de Paula.
— Creí que habías dicho que vivías en una granja —dijo Paula, cuando Pedro paró el coche frente a una gran casona de piedra, mucho más impresionante de lo que había imaginado.
—Y lo es... bueno, lo era —dijo Pedro.
La casa era una mezcla de mansión y fortaleza, pensaba ella mientras Pedro abría la puerta del coche. Cuando salió, tuvo que cruzarse la chaqueta sobre el pecho. Hacía mucho más frío que en Rye.
—La casa fue construida por una rica familia de comerciantes de York a principios de siglo y estuvo vacía muchos años antes de que yo la comprara.
—Parece un poco aislada.
Habían conducido durante muchos kilómetros a través de un hermoso y verde paisaje rodeado de montañas, sin una sola casa a la vista, pero Paula tenía que admitir que había algo excitante en aquella soledad y en la niebla que rodeaba las colinas.
—Pues sí. La verdad es que no suele haber muchos visitantes —dijo él.
Si hubiera sido su casa, Paula habría alegrado la austeridad del patio de piedra con plantas y árboles, pensaba mientras Pedro sacaba las maletas del coche—. Por aquí — indicó él, dirigiéndose hacia una enorme puerta de roble. El pasillo de entrada era estrecho y oscuro, con las paredes de piedra y Paula sintió un escalofrío mientras esperaba que Pedro encendiera la luz. Cuando lo hizo, vió que el interior era tan austero como el exterior. Una puerta llevaba desde el pasillo hasta una bien equipada cocina y Paula miró aliviada los armarios de madera y el antiguo horno. La habitación era muy grande y el suelo de piedra había sido suavizado con un par de alfombras.
—Es preciosa —sonrió.
—La decoró mi madre —explicó Pedro—. Decía que nadie querría venir a trabajar aquí a menos que la adecentara un poco. Ven, voy a enseñarte la casa y después cenaremos algo.
Habían parado para comer algo de camino a Yorkshire, pero Paula estaba demasiado emocionada como para probar bocado. Media hora más tarde, su alegría se había disipado, para ser reemplazada por una mezcla de emociones. La casa de Pedro no era realmente un hogar. Ninguna de las habitaciones que le había enseñado, ni siquiera su propio dormitorio, mostraba nada sobre el carácter del hombre. Las habitaciones eran grandes, las vistas eran muy hermosas, los muebles caros y de buena calidad. Pero la casa parecía estéril. No tenía vida, no tenía calor... ni corazón y cuando miró a Pedro se sintió inmensamente triste por él. La casa estaba tan falta de amor. Si hubiera sido suya... Se permitió a sí misma soñar durante algunos segundos. El enorme dormitorio de Pedro necesitaba cortinas, nada de flores por supuesto, sino damasco, terciopelo o lino de colores claros, por ejemplo, que irían bien con el paisaje.
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