sábado, 26 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 27

Se estaba cansando de tener que recordarse a sí mismo por qué estaba con ella. Después de todo, ¿Qué le importaban a él cinco mil libras? Podía perder cien veces ese dinero. Era su orgullo lo que lo había llevado a Rye. Si no hubiera estado tan decidido a hacer que Paula Chaves pagara por lo que le había hecho a Lautaro, no estaría en aquella situación. Si tuviera un poco de sentido común, se metería en el coche y la llevaría a Rye inmediatamente. Después de todo, Paula tenía amigos y una ahijada que podían cuidar de ella hasta que recuperase la memoria. No era su responsabilidad. Él no le debía nada. Ella era quien le debía cinco mil libras a su hermano. Pero, a pesar de la lógica,  sabía que tenía una obligación para con ella. Nunca debería haberla dejado creer que eran amantes y, si no hubiera estado tan furioso, tan decidido a hacer que ella admitiera que era una estafadora, nunca lo habría hecho. Su propia mentira iba a costarle mucho más que unas simples cinco mil libras. Iba a costarle toda una vida de dolor y de culpabilidad.

— ¿Pepe? —lo llamó ella.

Pedro se puso tenso al escuchar la voz de Paula tras él. Ella respiró profundamente, esperando que él se diera la vuelta. Sabía lo que tenía que decir, lo que su orgullo le exigía que dijera, pero no iba a ser fácil —. Creo que es hora de que vuelva a mi casa — anunció.

Pedro estuvo a punto de decir que no. Su instinto le decía que no la permitiera marchar... que no la permitiera abandonarlo.

—Muy bien —se escuchó decir a sí mismo secamente—. Si eso es lo que quieres.

— Sí —mintió ella.

A través de la ventana de la cocina, podía ver el patio. Estaba lloviendo y el paisaje era de color gris plomo, como los ojos de Pedro—.Voy a hacer mi equipaje —murmuró, dándose la vuelta.

—Bajaré al pueblo a poner gasolina y volveré enseguida —dijo él.

Cualquier cosa para poner distancia entre ellos. Si se quedaba, sabía que no podría evitar rogarle a Paula que se quedara.

Se trataban como si fueran extraños, pensaba Paulaangustiada mientras él tomaba sus llaves y se dirigía a la puerta. Pero, en realidad, No era eso lo que eran? Un extraño y su amante. Aunque no había sido su amante durante las tres últimas noches. Pedro había dormido en otra habitación. Su maleta estaba hecha, pero él no había vuelto del pueblo. Whittaker, aburrido, saltó de sus brazos y entró en el estudio, para explorar un poco.

— ¡Whittaker! —lo llamó ella, irritada.

Pedro había estado trabajando la noche anterior en su estudio. Estaba muy serio, poco comunicativo y Paula, al final, había decidido retirarse a su habitación. Whittaker saltó sobre el escritorio, negándose a obedecer a su dueña.

—Eres un gato malo —lo regañó ella, tomándolo en brazos.

Sin pensar, miró los papeles, más para comprobar que Whittaker no los había manchado que por curiosidad. Y se quedó helada al ver el nombre impreso en uno de ellos. Julián Cox. Ese nombre...

Paula empezó a temblar. Había perdido el dinero de Flor por culpa de ese hombre. Ese Julián Cox la había asustado con constantes llamadas telefónicaspidiéndole una suma de dinero... Había algo muy peligroso en él, como si estuviera siempre a punto de perder el control. Había querido decirle a Flor lo que pensaba, pero sabía lo importante que era para ella conseguir pruebas para denunciarlo y se había guardado sus temores para sí misma, con desastrosos resultados. Los maullidos de Whittaker la devolvieron al presente. Y entonces se dió cuenta de algo. Acababa de recordar una cosa que había ocurrido poco tiempo atrás. Estaba recuperando la memoria, se dió cuenta, temblando. Julián Cox... ¿Qué tenía que ver Julián Cox con Pedro?, se preguntaba. Era como abrir la puerta de un oscuro sótano; y lo que había dentro era algo aterrador. Se obligó a sí misma a volver a mirar los papeles y, cuando terminó de leerlos, estaba pálida como una muerta. Era un informe sobre Julián Cox y sus socios en una empresa de inversiones. Temblando, entró en la cocina con Whittaker en sus brazos. Missie dormitaba al lado del horno en su cestita y, cuando vió a su dueña, se levantó de un salto, creyendo que era la hora del paseo. Paula la miró y, sin pensar, abrió la puerta del patio. Seguía lloviendo, pero no le importaba en absoluto. Se estaba mojando, pero lo único que importaba era el caos que había en su mente. Pedro y ella no eran amantes. Él había ido a verla para reclamarle una cantidad de dinero que Julián le había estafado a su hermano. Empezaba a recordarlo todo...

Su pelo, su ropa, estaban empapados, pero Paula no se daba cuenta. El paisaje estaba cubierto por la niebla, pero ella seguía caminando, poniendo un pie detrás de otro, como un autómata. Pedro no la amaba, pero se había acostado con ella, la había dejado creer...  Tuvo que ahogar un sollozo que amenazaba con ahogarla. ¿Por qué?, se preguntaba. ¿Por qué lo había hecho? Para castigarla, para hacerle daño. Se sentía enferma. Cuando subía por un camino rodeado de árboles, Missie empezó a ladrar y un conejo salió de su escondrijo, sobresaltándola. Paula llamó a su perrita cuando empezó a correr tras el conejo, pero Missie la ignoró, su pequeño cuerpo blanco perdiéndose entre la niebla.

— ¡Missie! —volvió a llamarla.

Como recompensa, escuchó un ladrido y, dando gracias a Dios, se volvió hacia el lugar de donde provenía el sonido. Había salido del camino y la hierba le llegaba a las rodillas. Tropezó con una piedra y cayó al suelo, pero solo se magulló una mano.

— ¡Missie! —gritó. Pero el eco solo le devolvía su propia voz.

Aquello era una locura. No podía haberse alejado mucho de la casa, pero la niebla le impedía ver a un metro de distancia y no reconocía el camino. Media hora más tarde, con la ropa llena de barro, el corazón acelerado y las piernas temblorosas,  tuvo que reconocer que se había perdido. De repente, una sombra oscura apareció a su lado y lanzó un grito, sobresaltada, hasta que se dió cuenta de que era una oveja, perdida como ella, y a la que Missie, con su instinto de perro pastor, había llevado a su lado.

—Oh, Missie —la regañó  con cariño—. ¿Dónde te habías metido, perrita mala?

Le dolía terriblemente la cabeza, un dolor como un cuchillo que la hacía sentirse mareada. Missie no quería quedarse en sus brazos y saltó de ellos para volver a jugar con su lanudo juguete. Paula la llamó, pero tenía que sentarse porque no la sostenían las piernas. La hierba estaba mojada y ella estaba aterrada y empapada, pero el frío exterior no la afectaba más que la sensación helada que sentía por dentro. ¿Cómo podía haberle hecho eso Pedro? Cerró los ojos, intentando ordenar sus pensamientos. Podía recordar su primer encuentro con toda claridad. Su furia, la discusión... Podía recordarlo también en el hospital y... un gemido escapó de su garganta. Pedro la había dejado creer... Cómo debía de haber disfrutado, sabiendo lo humillada que se sentiría cuando recuperase la memoria...

Levantó los ojos. Estaba perdida, pero no le importaba. No le importaba que nadie la encontrase nunca más. De hecho, sería mejor. Ella, que había pensado que Pedro era tan maravilloso, tan dulce, tan sincero... Empezó a reírse, un sonido histérico y terrible, parcialmente apagado por el sonido de la lluvia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario