—Me gusta lo que te guste a tí, lo que tú quieras —dijo Pedro suavemente, y mientras decía esas palabras se daba cuenta de que lo decía de verdad.
—Vas a tener que... enseñarme —le advirtió Paula, pero pronto descubrieron que no hacía falta. Paula parecía saber por instinto qué partes de su cuerpo eran más sensibles y Pedro sentía crecer el deseo mientras ella lo besaba apasionadamente. Sus propios pezones se volvieron duros cuando ella empezó a chuparlos, pero cuando ella inclinó la cabeza para crear un círculo húmedo alrededor de su ombligo, él la detuvo, con el aliento torturado y ronco.
—Ven aquí —susurró—. Eres una bruja, ¿Lo sabes? Nadie me ha hecho sentir como tú... nunca he deseado a una mujer como te deseo a tí —gimió, mientras la colocaba debajo de él, temblando violentamente.
Había tal generosidad en ella, tal sensualidad que Pedro estaba completamente embrujado.
—Si soy una bruja, tú eres un mago —susurró Paula unos segundo después cuando su cuerpo empezaba a seguir el ritmo frenético que él marcaba. El sexo que Rafael y ella habían compartido había sido dulce, agradable, pero nada como aquello... nada en absoluto. Ella había oído cosas, leído, pero nunca lo había sentido... nunca. ¿Cómo podía haber olvidado aquello? ¿Cómo podía haber desaparecido de su memoria? Estaba segura de que pensaría en Pedro cuando el último aliento escapara de su cuerpo. Unos minutos después, llegaba al clímax y casi inmediatamente sintió el ardiente chorro de lava masculina entrando sensualmente en su cuerpo.
—Eres la más... —empezó a decir Pedro, besándola en el cuello. Cuando paró, Paula lo miró sonriendo a través de las lágrimas.
—Aún sigo sin creer que estamos juntos —dijo, emocionada—. Sigo sin creer que sea real, que nos tenemos el uno al otro. Es tan maravilloso, tan mágico... y me siento tan... no sé —añadió, rozando los labios del hombre con un dedo—. Necesitas un afeitado —sonrió, acariciando su cara.
— Sí —murmuró él, poniéndose alerta—. He dejado mis cosas en el coche. Y, ya que tengo que ir a buscarlas, aprovecharé para ir a comprar el periódico.
— ¿No las subiste anoche?
— Sí, pero olvidé la maquinilla —mintió Pedro.
— Bueno, si vas a ir a comprar el periódico, puedo ir contigo...
— ¡No!... —protestó él.
Eso era lo último que quería. Ir a comprar el periódico no había sido más que una excusa para ir al hotel a buscar sus cosas—. No. El médico ha dicho que tenías que descansar —le recordó suavemente—. Iré a buscar el periódico y después desayunaremos juntos.
— ¿Qué día es hoy? —preguntó Paula entonces.
— Domingo —contestó Pedro, alegrándose de poder decir la verdad por primera vez en muchas horas.
—Ah, entonces no tienes que ir a trabajar. ¿En qué trabajas, Pepe?
—No trabajo —contestó él—. Bueno, en realidad, vendí mi negocio hace algún tiempo y ahora tengo inversiones...
— Inversiones. Eso me suena —dijo Paula, frunciendo el ceño. Pedro esperaba ansioso—. No, no me acuerdo. ¿Es así como nos conocimos? ¿Me aconsejabas sobre alguna inversión? Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para esconder su reacción.
—No voy a decirte nada. Recuerda lo que dijo el médico...
—Lo sé... que volveré a recordar las cosas de forma gradual —suspiró ella—. Bueno, ve a comprar el periódico, pero no tardes.
Aquello se estaba convirtiendo en una telaraña de mentiras, pensaba Pedro mientras saltaba de la cama.
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