martes, 29 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 32

No podía volver a casa, pensaba Paula mientras bajaba del tren, sujetando en una mano la maleta y en la otras las cestas de viaje de Missie y Whittaker. Se sentía vacía, sin emoción alguna. El largo viaje en tren, con sus innumerables paradas, le había dado tiempo para pensar y recordar... demasiadas cosas. Si volvía a su casa, tendría que responder a las preguntas de sus amigas y no podría soportarlo... Y Pedro podría intentar ponerse en contacto con ella, aunque solo fuera para cobrarle la gasolina, pensaba con irónica amargura. Había una fila de taxis esperando en la estación y entró en uno de ellos.

— ¿Dónde va, señorita? —preguntó el taxista.  ¿Dónde? Buena pregunta. Sin pensar,  le dió la dirección de Flor.

Flor estaba en la bañera, con los ojos cerrados, dándole vueltas a la cabeza. El cuarto de baño siempre había sido para ella un lugar en el que relajarse, un sitio para reunir energías. Cuando era una adolescente, intentando controlar todas las emociones y los cambios físicos de esa difícil edad, había elegido el cuarto de baño porque era el único lugar en el que podía encerrarse y quedarse a solas con sus pensamientos sin sentirse culpable por dejar solo a su padre. Los dos estaban muy unidos desde la muerte de su madre, pero con la adolescencia había llegado la sensación instintiva de que se adentraba en un territorio nuevo, en el que no había sitio para él. Hasta la adolescencia, no había necesitado más que su compañía, pero de repente Flor había empezado a necesitar amigas de su edad, chicas con las que compartir el misterio y la emoción de todas las cosas nuevas que le estaban pasando. Y, sin embargo, al mismo tiempo, sabía que su padre se sentía solo. Se había debatido durante mucho, tiempo entre su deseo de no herirlo y el de volar con sus propias alas. Y por eso había pasado tanto tiempo en el cuarto de baño, preguntándose qué debía hacer; ir a la universidad como quería o quedarse en Rye. Al final, había sido su propio padre quien había resuelto el dilema, más sabio y más comprensivo de lo que ella había creído, diciéndole lo desilusionado que se sentiría si no terminaba sus estudios. Flor estaba perdida en aquellos pensamientos cuando sonó el timbre y, al principio, se sintió tentada de ignorarlo. Después, pensando que podría ser algo importante, salió de la bañera, se puso el albornoz y fue a abrir la puerta.

— ¿Flor?

Al oír la voz de Paula, Flor abrió a toda prisa.

— ¡Pau! ¡Gracias a Dios! —exclamó, abrazándola.

Paula dejó que su amiga la tomara del brazo y la sentara en una silla de la cocina.

— Siéntate —ordenó Flor, colocando la cesta de Whittaker sobre la encimera y poniendo un plato con agua para Missie. Algo terrible le había ocurrido a Paula, de eso estaba segura—. Nos has tenido un poco preocupadas —dijo, mientras empezaba a preparar café.

El instinto le decía que esperase hasta que su amiga le contara dónde había estado, pero Paula parecía no reaccionar. Debía haber sufrido un golpe muy duro, pensaba Flor, que reconocía los signos de un choque emocional. Había cosas que no podían olvidarse, algunas experiencias se quedaban grabadas para siempre. Cuando puso la taza de café frente a Paula, esta simplemente se quedó mirando al vacío.

—Pau—murmuró, tocando su brazo—. ¿Qué te ha pasado? ¿Quieres contármelo?

Paula miró a Flor, angustiada.

—Yo... —empezó a decir.

Pero no pudo terminar la frase, porque su cuerpo se convulsionó entre sollozos. Flor la abrazó para consolarla.

—Es por Julián y el dinero —dijo, imaginando que esa era la preocupación de Paula—. ¿Verdad?

—No —murmuró ella.

—Entonces, ¿Qué te pasa? Cuéntamelo.

Paula se limpió las lágrimas con la mano. No estaba segura de por qué había ido a casa de Flor. Lo único que sabía era que no quería ir a su casa.

—Flor, he sido una idiota —murmuró—. No sé qué me ha pasado, no lo entiendo —añadió, temblando de rabia.

Pacientemente, Flor esperó, escuchando incoherencias durante algunos minutos.

—Pau, ¿Por qué no empiezas por el principio?

—Todo es tan... Flor, no sé qué voy a hacer, no sé cómo voy a olvidar...

Cómo iba a olvidar a Pedro, había estado a punto de decir, pero no lo había hecho. ¿Cuántas veces tenía que recordarse a sí misma que el Pedro que ella había creído amar sencillamente no existía? En realidad, no había ningún Pedro, no había ningún amante al que olvidar.

—Cálmate —repitió Flor suavemente.

Lenta, entrecortadamente al principio, Paula empezó a explicar lo que había ocurrido.

— ¿Que hizo qué? —Repitió Flor, incrédula, cuando  le contó cómo Pedro no la había sacado de su error cuando ella había creído que eran amantes—. ¿El hombre que unas horas antes te había amenazado te dejó creer que eran amantes?

La ira en la voz de su amiga hizo que Paula se mordiera los labios.

— Lo he pensado una y otra vez —dijo Paula—. Fui yo quien asumió que lo éramos. Es culpa mía...

— ¡Pero si tenías amnesia! —Le recordó Flor—. Él sabía perfectamente que no había relación entre ustedes. ¿Cómo ha sido capaz? Menudo canalla...

— Creí que me amaba, pero en realidad me odiaba, me despreciaba... —murmuró Paula, poniéndose, una mano en la boca para silenciar los sollozos que la hacían temblar de pies a cabeza—. No me pude imaginar... creí que...

Flor la observaba en silencio. No quería alterarla más preguntándole hasta dónde había llegado el engaño. La sorprendía saber que alguien había podido engañar a Paula de una forma tan cruel.

— ¿Qué motivo podía tener ese hombre para hacer algo tan cruel?

—Quería que le devolviera el dinero de su hermano —contestó Paula.

Estaba empezando a recuperar el control. Aunque contárselo a Flor había sido doloroso, había tenido en ella un efecto catártico y se sentía un poco más fuerte.  

— ¿Lo hizo por dinero? —preguntó Flor, incrédula.

—No solo por dinero. Yo creo que quería castigarme, vengarse...

— ¿Pero cómo ha podido...? —empezó a decir Flor, pero Paula la miró, sonriendo con amargura.
—Nosotros intentábamos hacer una cosa parecida con Julián, ¿Recuerdas?

—Pero no es lo mismo —protestó Flor—. Nadie puede compararte a tí con Julián Cox. Tú no tienes nada que ver con los manejos de ese hombre...

—Eso lo sabemos tú y yo, pero Pedro... Pedro pensó que yo era igual que él.

—Pero engañarte de esa forma...

— ¿Pretender que estaba enamorado de mí? ¿Llevarme a la cama? —rió Paula, sin pizca de alegría—. La verdad es que él insistió en que durmiéramos en camas separadas. Fui yo quien...

—Oh, Pau. Me siento tan mal por tí... Pero al menos estás bien. Eso es lo único importante. Sé que ahora te parece terrible, pero ya verás como el tiempo lo cura... te olvidarás de todo esto —intentó animarla—. ¿Qué excusa te dió cuando le dijiste que habías recuperado la memoria? ¿Intentó disculparse...?

—No le dije nada —la interrumpió Paula—. Solo... me marché dejándole una nota. No podía soportar volver a verlo. Verás, yo... —siguió diciendo, pero tuvo que secarse una lágrima—. Yo creí que lo amaba. Él era tan... era todo lo que yo había esperado. Era como si me completara de una forma que yo nunca había soñado. Incluso ahora no puedo creer que haya pasado. Es como un sueño...

— Una pesadilla, más bien —murmuró Flor, abrazándola.

Paula sonrió entre lágrimas. Era una locura, una locura humillante y peligrosa, pero sabía que siempre lo echaría de menos, que la parte de ella que Pedro había hecho vibrar siempre lo anhelaría. Por mucha rabia, por mucho dolor que sintiera, nunca podría borrar por completo el recuerdo de la dulzura que habían compartido, aunque hubiera sido una mentira. Pero ese era su secreto, la cruz que tendría que soportar durante el resto de su vida.

1 comentario:

  1. Qué capítulos tan tristes! Que Pedro mueva cielo y tierra para encontrarla!

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