jueves, 17 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 13

El pelo de Paula olía a rosas y él podía sentirla temblando entre sus brazos.

—Tengo la sensación de que nos conocemos desde hace poco —dijo Paula unos segundos después, sonriendo. En el iluminado estacionamiento, Pedro podía ver el rubor en sus mejillas—. No temblaría entre tus brazos tan... tan intensamente si fuéramos amantes hace mucho tiempo.

Pedro tragó saliva.

—Nos conocimos hace poco —admitió él con voz ronca, mientras la ayudaba a entrar en el coche.

Después de todo, era la verdad. Solo esperaba que ella no le preguntase cuándo. Afortunadamente, ella estaba demasiado ocupada abrazando a Missie como para hacer preguntas.

Mientras conducía, Pedro no dejaba de darle vueltas a la cabeza. Tendría que volver al hotel para buscar su maleta y pagar la factura. Afortunadamente, no había nadie en su vida que pudiera cuestionar su ausencia. Tendría que llamar a la señora Jarvis, su ama de llaves, para decirle que tardaría unos días en volver a casa.

Paula cerró los ojos y apoyó la cabeza en el asiento. Era tan raro no poder recordar. Sabía quién era y de dónde venía; podía recordar a su familia, a sus amigos, su casa en Rye y la tragedia que la había llevado allí. Pero no podía recordar cuándo había conocido a Pedro, ni su vida juntos, nada que hubiera sucedido durante los meses anteriores. El médico le había explicado que había sufrido una ligera conmoción cerebral.

—Aunque ha sangrado bastante, no ha sufrido ningún daño importante.

—Además de la pérdida de memoria —le había recordado ella.

—Además de eso. Pero intente no preocuparse demasiado. La recuperará.

— ¿Cuándo? —había preguntado Paula ansiosamente. —Me temo que eso no se lo puedo decir.

— ¿Tendré que quedarme en el hospital?

—No —había contestado el médico—. Pero si no hubiera una persona en su casa para cuidar de usted sería diferente.

Alguien en su casa. Pedro. El hombre que la había llevado al hospital. Se sentía un poco mareada cuando pensaba en él y su corazón latía a toda velocidad. Era tan grande, tan masculino. Su piel empezó a arder cuando se dio cuenta de hacia dónde se dirigían sus pensamientos. Una mujer de su edad no debería sentirse tan tontamente excitada solo pensando en su pareja... en su amante... Pedro... le resultaba tan familiar, se había sentido tan cómoda entre sus brazos, había reconocido su olor, su tacto y, sin embargo, era un completo extraño. De nuevo, tendría que aprenderlo todo de él. Dónde se habían conocido, si tenía familia, si había estado casado alguna vez. Si tenía hijos. Le preguntaría al día siguiente, decidió , cansada, cuando el coche entraba a través de la verja de su casa. Al menos recordaba que era su casa, pero no tenía ni idea de por qué Pedro vivía con ella.  ¿Por qué habían decidido vivir juntos en su casa?, se preguntaba.

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