—Ha estado aquí la abuelita. Se acaba de ir.
—Parece que nunca coincidimos —sonrió Pedro, acariciando su pelo—. ¿Qué tal el último día de colegio?
Paula estaba en la cocina, cortando verduras para la cena. Y, aunque le sonrió como siempre, la notó tensa, rara. Pedro tomó una cerveza, pero no podía relajarse y, por una vez, la alegre charla de su hijo no consiguió animarlo. No dejaba de mirar a Paula, que seguía preparando la cena, interviniendo de vez en cuando en la conversación, intentando actuar como si no pasara nada.
Pedro no se dejaba engañar, pero era imposible decir nada delante de Nico. El niño no sabía nada de sus problemas y no debía saberlo. Pero esas visitas de su madre... ¿Habría visto por fin la belleza interior de Paula? ¿Estaba intentando evitar su boda o empezaba a reconocer las cualidades de su prometida? Nico seguía encantado con su abuelita, de modo que no podía haber habido discusión alguna. O, al menos, no delante de él. Pero algo turbaba a Paula.
Después de cenar, cuando Nico por fin se fue a la cama, pedro la tomó entre sus brazos y la besó con toda la pasión que Paula evocaba en él, aliviado al ver que ella respondía como siempre. Al menos, eso no había cambiado. No cambiaría nunca. Hicieron el amor con la misma pasión de siempre. Eran una sola persona, unidos tan profundamente como sólo dos amantes podían estarlo.
—Quiero que Nico y tú vengan a vivir a mi departamento este fin de semana. ¿Qué te parece? Ya no tiene sentido que sigas aquí.
—Muy bien —dijo Paula.
No discutió, no puso ningún pero. Y Pedro, contento, decidió preguntar sobre la visita de su madre.
—¿Qué te pasa, Pau? ¿Mi madre ha insistido en que pospongamos la boda?
Ella no levantó la cabeza, apoyada sobre su hombro.
—No tenemos por qué casarnos en la fecha que dijimos. Podríamos esperar...
La alegría, la seguridad, la confianza, desaparecieron de inmediato. Pedro apretó su mano, tanto que casi le hacía daño.
—Me preguntaste si sería capaz de dejarlo todo por tí y lo he hecho. No te eches atrás ahora, Pau. Si no mantienes tu palabra...
—Pepe, voy a casarme contigo. E iré contigo a donde quieras. Ésa no es la cuestión.
—Claro que lo es. Estás traicionando mi amor...
—¡Eso no es verdad!
—Estás escuchando a mi madre, considerando las propuestas de alguien que te ha hecho mucho daño en el pasado, que volverá a hacértelo. Y que hará todo lo posible por separarte de mí.
—No es verdad, Pepe. No va a intentar separarnos. Además, nada podría separarme de tí —suspiró Paula—. Pero no debería haberte pedido que lo dejaras todo, que sacrificaras...
—No es ningún sacrificio, es mi libertad. La relación con mi familia era una cadena...
—¡No! Yo he hecho que pensaras eso.
—¿Qué más pruebas quieres? ¿Cómo puedes haber olvidado lo que nos hicieron?
—Tu madre...
—Mi madre tiene sus propios planes, te lo aseguro, y mi padre no ha dicho una sola palabra sobre la comida de Navidad, así que nada va a cambiar.
—Por favor... ¿Quieres escucharme un momento?
Pedro apretó los dientes. No quería escucharla, pero no hacerlo lo colocaría a la misma altura que su padre, un macho dominante del siglo pasado.
—Muy bien.
Paula dejó escapar un suspiro.
-¿Tú sabías que el matrimonio de tus padres fue un matrimonio convenido entre sus familias?
Pedro apretó los puños, furioso. Eso no tenía nada que ver con ellos.
—¿Qué importa eso? Las cosas eran así entonces.
—Tiene mucha importancia —insistió ella.
Paula quería que la escuchara y lo hizo. La escuchó hablar de las diferencias generacionales, de las diferencias culturales. La oyó decir que su padre hacía lo que habría hecho su abuelo... Pero todo eso le daba igual. Estaban en Australia, no en Italia. Si no podían crecer, madurar, cambiar, que siguieran aferrados al pasado y perdieran el futuro que Paula y él podrían ofrecerles.
—Quiero que hables con tu padre, Pepe.
Él cerró los ojos. Aquello era una locura. Porque hablar con su padre sería como ir a la guarida del león.
—Ya hablé con él una vez.
—Para decirle que íbamos a casarnos.
—Y eso es lo que vamos a hacer.
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