jueves, 1 de diciembre de 2016

Engañada: Capítulo 33

—Me encantaría que estuviera aquí para decirle lo que pienso de él —dijo su amiga, furiosa—. Hacerte eso,a tí, precisamente a tí... Venga, vamos a la cama. Pareces agotada.


— ¿Cómo está Pau? —preguntó Sofía —. ¿Qué ha dicho el médico?

—Está bien —aseguró Flor, sujetando el auricular con la barbilla mientras acariciaba a Missie—. Ha sufrido un trauma, pero está bien.

Como Paula le había pedido, Flor no había dado detalles de lo que había ocurrido con Pedro. Solo había dicho que él la había ayudado después de su accidente, que se había portado como un buen samaritano, aunque había tenido que hacer un esfuerzo para decir aquello.

— ¿Ha dicho dónde ha estado? —preguntó Sofía, curiosa.

—No. Solo me ha contado que le apetecía pasar unos días fuera de Rye —contestó Flor, intentando parecer despreocupada.

En realidad, sentía una furia tremenda por la forma en que Pedro Alfonso se había comportado con su amiga. ¿Cómo podía haber creído que Paula era la clase de mujer que podría engañar a la gente?, se preguntaba.  Paula no era capaz de estacionar el coche si había una señal de prohibido. Pero, aunque creyera que estaba involucrada con Julián Cox, haber hecho lo que había hecho... Flor cerró los ojos cuando colgó el auricular. ¿Por qué los hombres eran como eran? Por cada hombre como su padre, había diez, no cien, a los que no importaba hacerle daño a una mujer. Tenía sus propias cicatrices, pero aquella era otra historia. Afortunadamente, Paula estaba durmiendo en su habitación. El trauma de una amnesia temporal era algo difícil de soportar, pero si además se añadía la angustia y el dolor que había sufrido por culpa de aquel odioso Pedro Alfonso... Decidió dejar de pensar en ello.

Aún tenía que leer algunos informes financieros antes de irse a la cama. La responsabilidad de dirigir la empresa que le había dejado su padre era algo que se tomaba muy en serio. Su muerte había sido completamente inesperada y ella se había lanzado de cabeza al trabajo, para asegurarse de que sus negocios no solo daban dinero sino que había beneficios suficientes como para dedicar una parte a actividades filantrópicas, como siempre había hecho su padre. Había veces que lo echaba terriblemente de menos. Si él pudiera verla en aquel momento, ¿Se sentiría decepcionado?, se preguntaba. Había sido un hombre anticuado en ciertos aspectos y sabía que le hubiera gustado verla casada y con hijos. Pero, ¿cómo iba a hacerlo? Solo podría comprometerse cuando estuviera segura de que amaba a un hombre para siempre. Y ¿cómo iba a ser eso posible si ella no creía en el amor, en la clase de amor en el que había creído cuando era una adolescente? Amor era simplemente una palabra para definir emociones más prácticas. El amor, o más bien la promesa del amor, solo era un arma que los hombres usaban contra las mujeres. «Te quiero», decían los hombres, pero lo que realmente querían decir era: «Me quiero a mí mismo».

—Ten cuidado, Whittaker —sonrió, mirando al gato de Paula—. En esta casa no suelen entrar machos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario