Pedro había tardado mucho más de lo que lo pensaba. Se había encontrado con una vieja amiga de su madre, una viuda que discutía con el mecánico por un problema en su viejo coche. El mecánico intentaba explicarle a la mujer que su coche no tenía arreglo, pero ella insistía, con lágrimas en los ojos, en que tenía que arreglarlo porque le tenía mucho cariño al viejo cacharro y no podía comprarse uno nuevo. Pedro había intentado tranquilizarla, invitándola a tomar un café y después la había llevado a su casa. Más tarde, había vuelto al taller y le había dado al mecánico algunas instrucciones.
—Ese Alfonso es un tipo muy raro —había comentado el hombre con sus compañeros cuando Pedro había desaparecido—. Me ha dicho que cambie el Mini de la señora por uno que tenemos en venta, pero quiere que lo pintemos del mismo color que ese viejo cacharro. Ya le he dicho que eso cuesta un dineral, pero dice que le da lo mismo, que él corre con todos los gastos. En fin, cada uno con sus cosas...
Pedro tenía una disculpa preparada para Paula, pero ella no estaba esperándolo en la cocina, como había imaginado. La puerta de su estudio estaba abierta y el informe que había estado leyendo la noche anterior seguía sobre su mesa. Pedro lo había leído de nuevo para recordarse a sí mismo qué clase de persona era Paula Chaves, pero no le había servido de nada. Se había ido a la cama echándola de menos, deseando volver a sentir el suave cuerpo femenino entre sus brazos. ¿Cómo era posible desarrollar esos sentimientos en un período tan corto de tiempo, cómo era posible echarla tanto de menos, despertarse continuamente en medio de la noche, como si le faltara algo? La había conocido menos de diez antes. Poco más de una semana, se recordaba a sí mismo. No era nada y, sin embargo, había cambiado su vida. Abruptamente, tomó el informe y lo rompió en pedazos, intentando liberar la rabia que sentía en su interior.
La casa estaba en silencio... vacía, como le había gustado siempre...hasta aquel momento. Pedro empezó a llamar a Paula, pero no hubo respuesta y empezó a subir las escaleras de dos en dos. Cuando abrió la puerta de su dormitorio, vió la maleta hecha... pero ella no estaba. La buscó por toda la casa, pero no había ni rastro de ella. ¿Dónde podía estar? Whittaker estaba tumbado en la cestita de Missie y frunció el ceño. ¿Dónde estaba la perrita? Paula no habría salido a pasear con esa lluvia, se decía, mirando por la ventana. Pero un presentimiento lo hizo salir al patio llamándola, mientras se ponía un chubasquero. Paula se habría dado cuenta de lo peligroso que era pasear con aquella niebla, se decía. Incluso él, que conocía las colinas como la palma de su mano, se lo habría pensado dos veces. Perderse era lo más fácil del mundo... Encontró a Missie primero. La perrita corrió hacia él, ladrando emocionada. Estaba mojada y su pelo blanco manchado de barro. La abrazó con fuerza.
— ¿Dónde está Paula, Missie? —preguntó al animal, tontamente. Cuando dejó a la perrita en el suelo, esta empezó a mover la cola—. Vamos, llévame donde está. Búscala, Missie, búscala —insistió, con un nudo en la garganta. La perrita empezó a correr tentativamente y después volvió sobre sus pasos.
Pedro sentía un peso en el corazón. Paula podría estar en cualquier parte y él no podía ver a un metro de distancia.
— ¡Paula, Paula! —empezó a llamarla a voces. Y entonces lo escuchó. Era el sonido de una risa, un sonido tan extraño que al principio creyó que lo había imaginado—. ¡Paula! —volvió a gritar, siguiendo la dirección de aquel sonido.
Pedro lanzó una maldición. A su lado, Missie empezó a ladrar. Empezó a buscar con la mirada y, de repente, vió una figura entre la niebla. Paula. Sentada en el suelo, tan tranquila como si estuviera sentada en un cómodo salón.
— ¡Paula!
—Hola, Pedro.
— ¡Pau! ¿Qué haces aquí? ¿Qué ha pasado?
En su angustia, Pedro no se daba cuenta de que Paula estaba temblando. Ella lo había oído llamarla y sabía que, tarde o temprano, la encontraría y cuando lo hiciera... Pero le dolía tanto la cabeza, que no podía pensar. Era mucho más sencillo no decir nada y dejar que él la ayudara a levantarse, mientras le preguntaba por qué demonios había salido a dar un paseo con aquella niebla.
—No me dí cuenta —empezó a decir Paula—. Estaba siguiendo a Missie...
Paula empezó a temblar violentamente. Su cuerpo era como el hielo, pero tenía la cara ardiendo... como si tuviera fiebre.
— ¿Seguro que estás bien? —preguntó él cuando entraban en la casa—. Quizá debería llamar al médico...
—No —lo interrumpió ella—. Estoy bien. Además, tenemos que marcharnos.
— ¿Marcharnos ahora? Primero tienes que darte un baño caliente y comer algo — dijo él, con firmeza.
—Ya he hecho la maleta —protestó ella.
—Pues la desharé. Estás empapada, Paula, así no podemos ir a ninguna parte.
La preocupación de Pedro crecía con cada segundo. Ella parecía tan fría, tan distante, tan diferente a la mujer cálida y dulce que él conocía. No debería haberla dejado sola. Podría haberle ocurrido cualquier cosa en aquellas colinas. Paula empezó a temblar convulsivamente y Pedro maldijo en voz baja, tomándola en sus brazos.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.
Pero él no contestó. Con los dientes apretados, subió la escalera con ella en brazos y la llevó al cuarto de baño de su habitación—. Pedro... —empezó a decir Paula mientras él abría el grifo de la bañera. Pero dejó de hablar cuando otro violento temblor la dejó helada de pies a cabeza. Pedro se había subido las mangas de la camisa para llenar la bañera de agua y, sin darse cuenta, se fijó en sus fuertes manos. Era tan masculino y ella se sentía tan segura en sus brazos...
Muy buenos capítulos! Le dirá Pau que recuperó la memoria?
ResponderEliminarEspectacular la maratón!! Quiero leer nas!!!
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