sábado, 19 de noviembre de 2016

Engañada: Capítulo 20

había visto en su rostro habían hecho que se sintiera avergonzado. Pero ella no era la persona que parecía ser en aquel momento, se repetía a sí mismo. En realidad, sus palabras no significaban nada; las emociones que había expresado no existían, no podían existir en la mujer que él sabía que era. Pero, ¿Cómo podía inventarse una personalidad tan diferente de la que él intuía? Tenía que admitir que no lo sabía y que, quizá, debería haber preguntado al médico en profundidad. Sabía que lo último que debía hacer en aquel momento era brindar por su relación con ella, por un amor que sencillamente no existía. Pero cuando la  miró, se dió cuenta de que no podía decepcionarla. Tomaron el desayuno en el invernadero, con Missie durmiendo en su cesta y Whittaker tumbado al sol.

—Te ayudaré a limpiar todo esto —dijo Pedro cuando terminaron.

Paula se levantó y, sonriendo, se inclinó para besarlo. No fue un beso apasionado, solo un suave roce de sus labios, se decía Pedro, irritado consigo mismo. No había razón para anudar su brazo en la cintura femenina y sentarla sobre sus rodillas mientras la besaba apasionadamente en la boca. Ella creía que iba a desmayarse de placer. Cuando se había inclinado para besarlo, esperaba que él respondiera, por supuesto, pero la intensidad de su respuesta había excedido sus esperanzas. Olvidó que tenía treinta y siete años, que era una mujer cuyos deseos eran más cerebrales que físicos y, abriendo los labios, dejó que su lengua se enredara sensualmente con la lengua masculina. Bajo la mano que había colocado sobre el torso del hombre podía sentir su corazón acelerado. El aire del invernadero se llenaba del sonido de sus respiraciones y de las palabras cariñosas que Paula susurraba sobre la boca de Pedro. De nuevo su cuerpo empezaba a desear ardientemente el cuerpo del hombre. Todos los sentimientos que había experimentado unas horas antes despertaban de nuevo. El suave peso del cuerpo femenino, combinado con el murmullo erótico de su voz, era demasiado para el auto control de Pedro. Su mente podía deplorar lo que estaba haciendo, pero su cuerpo le pedía otra cosa. Le temblaba la mano mientras desabrochaba los botones de la camisa de Paula y la deslizaba por su hombro para besarla. La piel de gallina traicionaba la reacción femenina y, a través del casi transparente sujetador, Pedro podía ver la oscura sombra de sus pezones. Ella sintió un escalofrío de placer al notar el cálido aliento masculino sobre sus pechos. Cuando él se inclinó, un rayo de sol iluminó su cabello oscuro. Él era tan masculino y, a la vez, tan vulnerable, que sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Suavemente, acarició su cuello, casi como una madre acariciaría a su hijo. Madre e hijo... inmediatamente las imágenes que conjuraban aquellos pensamientos la hicieron sentir un escalofrío. ¿Cómo habría sido Pedro de niño? ¿Cómo sería un hijo de los dos?

Pedro apartó la tela del sujetador con la boca, acariciando la punta del pezón con la lengua. Paula tembló violentamente al sentir la caricia, cualquier otro pensamiento olvidado por completo. La boca del hombre cubría su pezón, ardiente, húmeda, tirando urgentemente de su carne. En aquel momento, Anna necesitaba un contacto más íntimo.

 —Pepe... —susurró en su oído—. Vamos a la cama.

El sonido de su voz hizo que Pedro volviera a la realidad. ¿Qué demonios estaba haciendo? ¿Qué le estaba haciendo ella?, protestaba su cuerpo mientras se apartaba y volvía a cubrir su pecho con el sujetador. Cuando Paula se levantó temblorosa,  sabía que tenía que hacer algo, decir algo, y rápido, porque una vez en la habitación... Su cuerpo estaba protestando enérgicamente. Deseaba a Paula donde la había tenido un segundo antes, o mejor, donde la había tenido por la noche, en la cama, entre sus brazos, su cuerpo cubierto solo por el calor y el deseo que ambos generaban. Pero no podía permitir que su cuerpo decidiera por él, aunque lo estuviera pidiendo a gritos.

—Paula... —empezó a decir. Cuando ella lo miraba de aquella forma, olvidaba todo lo demás—. No puedo...

¡No podía! Paula abrió los ojos como platos. ¿Por qué...? De repente, se puso colorada, al darse cuenta de lo que quería decir. No eran una pareja de veinte años en la cumbre de su sexualidad y la noche anterior lo había dejado... Era diferente para una mujer. Ella no necesitaba descansar. Pero él...

Pedro se dió cuenta de lo que  estaba pensando. Irónicamente, pensaba cómo reaccionaría ella si le dijera que no solo era perfectamente capaz de volver a hacer el amor, sino que si la llevaba a la cama en aquel momento, dudaba de que una vez pudiera satisfacer el deseo incandescente que sentía. La barrera que le impedía acostarse con ella no era física sino moral. Pero no podía decírselo.

—Hace un día precioso. ¿No te apetece hacer algo, ir a dar un paseo en coche por ejemplo? — preguntó, cuando terminaron de limpiar la mesa.

—Podríamos ir a comprar semillas. Mientras estabas fuera esta mañana, me he dado cuenta de que había estado plantando antes del accidente. Al otro lado de la ciudad hay un invernadero estupendo y, como está cerca del río, podríamos dar un paseo por la orilla. Al oír la palabra «paseo», Missie se levantó de su cesta y empezó a ladrar alegremente.

—Me parece que la decisión ya está tomada — sonrió Pedro.

— ¿Qué cosas te gusta hacer? —preguntó Paula media hora más tarde, cuando estaban sentados en el coche.

—Trabajar, trabajar y trabajar —contestó Pedro sinceramente —. Y pasear — añadió—. Pero me temo que no lo hago mucho, a pesar de que mi granja está situada en una colina preciosa.

—Te gusta trabajar, pero me has dicho que estás retirado —dijo Paula, confusa.

—Vendí mi negocio, pero sigo involucrado con muchas otras cosas.

—Antes mencionaste inversiones —recordó ella, sintiendo un escalofrío.  Por alguna razón, esa palabra la hacía ponerse tensa, como si una enorme nube ocultara el sol que brillaba en el cielo. Pedro la miró de reojo. ¿Empezaría a recordar entonces? ¿Y qué pasaría si lo hiciera? Cuando ocurriera, se sentiría aliviado porque entonces podría insistir en que le devolviera el dinero de Lautaro y, una vez hecho eso, podría marcharse y olvidarse de ella—. ¿Es así como nos conocimos? ¿Me aconsejabas sobre inversiones? —volvió a preguntar, como había hecho por la mañana. No entendía por qué el tema la hacía sentirse tan angustiada.

—No —contestó él secamente—. Consejos sobre inversiones es lo último que tú necesitas.

Confusa, Paula estaba a punto de pedirle que le explicara ese comentario, cuando se dió cuenta de que habían llegado a un cruce y tendría que indicarle qué dirección tomar. Una voz interior le decía que había cosas que, como la caja de Pandora, era mejor no tocar. Quizá Pedro y ella habían discutido sobre alguna inversión; quizá él le había ofrecido consejo y ella lo había rechazado. Fuera lo que fuera, lo tratarían cuando hubiera recobrado la memoria, se decía a sí misma.

2 comentarios:

  1. Muy buenos capítulos! Me da pena que Pedro la engañe así, aunque él mismo está cayendo en su propia trampa!

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