sábado, 30 de enero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 8

-Mira, Pau, siento que... -empezó a decir Pedro.

-No, tú no lo sientes. Tal vez sientas no haber podido convencerme de que me convirtiera en la niñera de tu bebé, pero no que intentaste embaucarme para que aceptara esa tarea. ¿Te das cuenta de lo frívolo que pareces? Te has pasado la vida entera sirviéndote de tu encanto para encandilar a las mujeres, con el fin de servir a tus intereses, ¿verdad? Apuesto a que el noventa por ciento de tu clientela es femenina, porque te resulta más fácil manipularlas a ellas que a los hombres.

-Pues perderías la apuesta -replicó Pedro con frialdad.

-No te imaginabas que podría negarme, ¿eh? Simplemente lo diste por hecho porque me gustaba tu bebé... y sí, admito que me vuelven loca los niños... y que me entraron ganas de ayudarte cuando me miraste de esa manera, con una sonrisa tan seductora -abrió una de las puertas que daban a la tienda-. Desgraciadamente para tí, ya me he encontrado antes con hombres seductores. Ahora, si me disculpas, tengo trabajo que hacer.

La expresión de Pedro era sombría. Vaciló por un momento, y Paula no pudo evitar estremecerse al ver el oscuro fuego que brillaba en sus ojos.

-Muy bien -se dirigió hacia la puerta, pero se volvió en el último instante-: te has equivocado conmigo, pero tenías razón en una cosa. No lamento haber intentado embaucarte para que cuidaras a Valen. Mi principal interés es encontrar a alguien que la quiera tanto como yo. Contigo sabía que estaría a salvo, y que se sentiría querida -y se marchó sin mirar atrás.

Paula se dijo que debería sentirse contenta de haberle plantado cara de esa manera, Pero en lugar de eso, sus palabras finales aún resonaban en sus oídos, haciéndola sentirse débil... y culpable. Aquella rata... había sido perfectamente consciente de lo que le había dicho, y del efecto que eso le provocaría.


El partido estaba empatado a tres puntos. Mientras corría por el campo de lacrosse, con un ojo en la pelota, Pedro estaba absolutamente distraído. Su mirada y su atención escapaban cada treinta minutos para concentrarse en la tribuna descubierta que estaba a la derecha del campo de juego, donde Paula Chaves se había sentado poco antes del mismo momento del comienzo del partido.

Se había sorprendido tanto al verla por primera vez, que el entrenador había tenido que gritar su nombre tres veces para llamar su atención. ¿Qué diablos podía estar haciendo Paula en su partido? Estaba absolutamente seguro de que jamás la había visto antes allí. Durante cerca de diez minutos estuvo acariciando la bendita idea de que había ido allí a buscarlo, para disculparse de las cosas que le había dicho dos semanas atrás... u once días, para ser exactos.

Pero luego, mientras esperaba a que comenzara el partido, Pedro se había dado cuenta de que estaba con la hermana de uno de sus compañeros de equipo, Zaira. Justo en ese instante, Zaira le dijo algo a Paula mientras señalaba a Pedro con el dedo; Pau también lo miró, y una expresión de sorpresa se dibujó en su rostro. Estaba seguro de que, a pesar de la máscara de indiferencia que adoptó en seguida, lo había reconocido. Zaira lo saludó con la mano, pero Pedro fingió no haberla visto mientras el entrenador reunía a los jugadores para explicarles su estrategia de último minuto. Debió de haber sido una simple casualidad que Zaira la hubiera invitado a asistir a aquel partido. Pedro sabía que las dos se conocían porque en alguna ocasión Zaira  había mencionado a Pau en su presencia.

De pronto, un delantero le pasó la bola. Pedro apenas tuvo tiempo de controlarla con el palo y marcar gol antes de que lo embistiera un defensa del equipo contrario, golpeándolo en el pecho y derribándolo. Un griterío se elevó en la tribuna. Sus compañeros de equipo lo rodeaban, bailando de alegría; un ridículo comportamiento para aquel montón de tipos enfundados en armaduras y cubiertos con máscaras. Alguien le tendió una mano para ayudarlo a salir del campo.

-¡Fuera, chico!

Pedro hizo una mueca. Se estaba haciendo demasiado viejo para aquel deporte. Durante los cinco últimos años se lo había estado repitiendo, pero aquel año iba en serio. La próxima temporada sólo volvería a pisar un campo de lacrosse como entrenador.

Volviéndose hacia el banco, guardó el equipo en su saco de deporte. ¿Dónde diablos se había metido la mujer que estaba cuidando a Valen? Romina, la esposa de uno de sus compañeros había consentido en hacerse cargo de Valentina durante los partidos para que él pudiera terminar la temporada, y Pedro sabía perfectamente por qué: era tan competitiva como su marido. Si Pedro no jugaba y la alienación se cambiaba a última hora, eso habría afectado a la confianza del equipo y, por consiguiente, reducido las posibilidades de ganar el campeonato.

Al final de la tribuna, distinguió la melena rubia de la mujer, y hacia allí se dirigió con el saco a la espalda.

-Oye -le dijo ella en cuanto lo vio acercarse-. Creo que tu niña necesita que la cambien.

Se la puso en los brazos y le encajó la bolsa de pañales entre la axila y el saco de deporte, mientras Pedro miraba a la niña, que parecía dormir plácidamente. Aunque, indudablemente, su olor no dejaba duda alguna de que necesitaba un cambio de pañal.

-¿Qué pasa, cariño? -su marido apareció detrás de ella, y la saludó con un beso-. ¿Te ha puesto nerviosa este bebé? Creo que necesitamos algunos años más de práctica -le sonrió de manera íntima-... al menos para asegurarnos de saber hacer los niños correctamente...

Pedro los contempló con cierta envidia mientras se alejaban abrazados de la cintura. Una vez él mismo había ansiado aquel tipo de cercanía, y durante un tiempo creyó haberla conseguido. Un tiempo que se le hizo demasiado corto. Pero aquella tarde no quería recordar, sino hablar con Paula Chaves.

Aunque casi se habría conformado con mirarla, pensó mientras contemplaba sus magníficas piernas, expuestas por sus pantalones cortos. Se detuvo al lado de Zaira, que estaba hablando con su hermano.

Mientras sonreía a las dos mujeres que estaban frente a él, no pudo evitar sentirse un poquito nervioso. Por mucho que detestara admitirlo, le debía a Pau una disculpa. Había pensado en llamarla, pero aquello era mejor.

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