viernes, 8 de enero de 2016

Sanaste Mi Corazón: Capítulo 7

—Pues entonces me parece que habría sido mejor para todos que le diera el dinero, en lugar de imponérmela a mí.

Paula se indignó.

—¡No acepto limosnas!

—Una joven con principios —comentó él.

—¿Y eso lo divierte?

—Me parece encomiable —contestó Pedro, con tan evidente insinceridad que Paula se sintió tentada de atizarle en la cabeza con una de sus muletas. Normalmente no reaccionaba con esa violencia, ni siquiera imaginaria, pero es que el tipo era insoportable.

—Estoy perfectamente capacitada para ganarme la vida...

—Y su... proyecto actual, ¿está bien remunerado?

Ya estaba harta de insinuaciones desagradables.

—Digamos, más bien, que haría falta un incentivo bastante mayor, si entre las obligaciones del puesto figurase el acaramelarme con usted. No pretendo ofenderlo... —No me diga...

—... pero usted preguntó —concluyó ella, desafiante—. Y no entiendo que se sienta tan ofendido: nadie ha dado a entender que usted sea lo bastante idiota y lo bastante avaricioso para casarse con alguien a cambio de dinero.

—No creo que mi madre le hablase de dinero.

Pedro  no añadió que la perspectiva de convertirse en su esposa les parecería, sin duda, incentivo suficiente a numerosas mujeres... ¿Quizá a esta no? No, evidentemente, a esta no. Hacía mucho que no tropezaba con una idealista pura y dura. Sin duda, por eso le había costado tanto identificarla.

Mientras él reflexionaba, Paula ponía cara de extrema sorpresa.

—¿No creerá que lo haría gratis? —replicó, con alegría infantil, al anterior comentario de él. Y, por primera vez, percibió un chispazo de humor auténtico en aquellos impresionantes ojos azules.

—No,  más  bien  creo  que  mi  madre  contaba  con  el  roce  y  mi  encanto  natural  para convencerla —repuso él, secamente—. Verá —y le dedicó una de sus raras, y deslumbrantes, sonrisas—: las madres suelen hacerse una idea bastante equivocada del atractivo de sus hijos. —No pretendía...

Pedro rechazó sus protestas con un suave movimiento de sus finos y largos dedos.

—Ya, ya. Para ser alguien tan preocupado por el trato profesional con los clientes, la verdad es que consigue usted una media bastante alta de insultos por minuto.

—Pero...

—Tranquila. Eso no es nada malo.

—¿Ah, no?

—Personalmente —dejó él caer—, lo que no soporto es a los pelotas. Vamos a asumir, por un momento, que podría usted llevarse la mano al corazón... —aquí, el que dirigió la vista a la zona ocupada por el órgano citado fue él— ... y jurar que no tiene más motivo para presentarse en esta casa que el de continuar con las torturas que me fueron infligidas por otros miembros de su pro‐fesión en la clínica.

Paula exhaló un suspiro de alivio silencioso al apartar por fin Pedro la mirada de su busto.

—Aun asumiéndolo, yo sigo teniendo derecho a elegir a la enfermera, o el fisioterapeuta, que prefiera.

—Muy bien, no tardaré mucho en recoger mis cosas —hizo un esfuerzo por dar un poco de dignidad a aquella entrevista que tan marcadamente había carecido de ella en algunos momentos. No pensaba suplicar. A fin de cuentas, había cosas peores que tener deudas. Por ejemplo, desear violentamente a un hombre que ni siquiera le gusta a una.

—Me había parecido entender que el trabajo le hacía falta.

¡Como si a él le importara lo más mínimo! Paula lo miró, furiosa e incrédula. Desde luego, era el tipo más maniático que había conocido jamás.

—Claro que le hace falta...

Paula  casi se había olvidado de la presencia del otro hombre.

—Estoy conmovido, Hernán. ¡Cómo te preocupas por mi salud! Ya comprendo que a tí no te convendría que yo optara por un fisioterapeuta masculino, de esos que parecen un armario de tres puertas... —la indirecta de Pedro a su amigo estaba cargada de cariño.

Hernán se ruborizó y miró, incómodo, hacia Paula.

—Pero es que estando enfermo...

—No te conviene irritarte conmigo delante de la señorita, Hernán...

—¡No estoy irritado!

Paula, aliviada al no notar en su cuerpo las reacciones físicas que despertaba en él la atención de  Pedro, sonrió  con  indulgencia  al  verlos  picarse  amistosamente:  estaba  claro  que  eran  muy buenos amigos.

Y, en ese momento, creyó entender. Miró a ambos, con rápidas ojeadas alternativas. No parecía evidente, pero, indudablemente, así quedaba explicado por qué la madre de Pedro  temía que, sin una decidida ayuda externa, él no sintiera inclinación a buscar esposa.

—¡Dios mío, no me había dado cuenta! —se le escapó. Su cerebro iba a toda velocidad: aquella  posibilidad  ya  le  parecía  una  evidencia.  A  fin  de  cuentas,  uno  de  los  hombres  más masculinos que conocía era homosexual.

—¿Cuenta de qué? —preguntó Pedro.

—No pasa nada —le explicó ella, en un tono que pretendía tranquilizarlo—. Uno de mis mejores amigos es gay y a sus padres les costó un poco aceptarlo, al principio, pero, al final, lo han entendido y...

—¿«Gay»? —Hernán se volvió hacia ella, con los ojos como platos y, al ver que tenía una mano posada inocentemente en el hombro de Pedro, la apartó como si quemara.

Paula sonrió con lo que esperaba fuese una expresión cariñosa y abierta, porque su respuesta hacia el descubrimiento que acababa de hacer era, como mínimo, ambivalente. La verdad era que la perspectiva de tener que aplicar terapia física a un hombre al que encontraba tan atractivo la había preocupado muchísimo. Debería sentirse aliviada, contenta... en lugar de vagamente desilusionada. ¿Desilusionada de qué?

Dirigiéndose exclusivamente a Hernán, le dijo, toda cordialidad:

—No tienes por qué darme explicaciones.

Hernán le echó una ojeada furiosa a su amigo que, después de unos instantes de sorpresa, se había echado a reír.

—Esto es por culpa tuya —lo acusó, de buenas a primeras—. Por no dejar que te cortaran el pelo en la clínica.

—No sabía que la orientación sexual estuviera relacionada con la longitud del pelo.

—Deja de hacer el idiota, ¿quieres? —aulló Hernán—. Dile ahora mismo... que no lo somos.

—Es inútil, Nan, lo ha adivinado —dijo Pedro, en un tono melodramático.

—¡Basta ya, Pedro! —suplicó Hernán. Paula lo veía un poco pálido. Empezó a sospechar que había vuelto a equivocarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario