viernes, 8 de enero de 2016

Sanaste Mi Corazón: Capítulo 6

—Hombre, Hernán, muchas gracias: cada vez me haces sentirme mejor.

—Tuviste  tu  oportunidad  de  aclarar  las  cosas  —insistió  Hernán,  que  estaba  disfrutando  al tomarle el pelo.

—Prefiero  abrirme  las  venas  a  convertirme  en  protagonista  de  una  historia  de  interés humano en las revistas femeninas —hablaba con auténtico espanto.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro de que no es sincera?

Pedro soltó un gruñido despectivo.

—Tu ingenuidad en materia de mujeres es conmovedora, colega. Casi me das envidia.

—Pues sí, no estoy amargado ni resentido. Y encantado de no estarlo —confirmó Joe, con un toque de desafío.

—Lo que te sucede es que te vuelves tonto cada vez que ves una cara mona.

—¿Mona? —repitió el otro—. No es una palabra que le haga justicia.

—Verás: a mí es que me cuesta ver más allá de su sonrisa de plástico.

Al otro lado de la puerta, Paula sintió una oleada de indignación. ¿Cómo que «sonrisa de plástico»?

—¡Venga, Pedro!

—Te aseguro que mi madre consigue siempre lo que quiere. Y, en estos momentos, lo que quiere es un nieto. Siempre ha creído que ningún hombre puede resistirse a un buen par de pechos.

—Bueno, Pedro —reconoció Hernán, con una sonrisa—, la verdad es que yo también creo que son irresistibles.

A pesar del dolor, Pedro estuvo a punto de reírse.

—Detrás de esa cara de niño bueno, Hernán Paz, tienes un alma absolutamente depravada.

—Muchas gracias.  ¿Y tú pretenderás que me crea que no la encuentras atractiva? —la expresión de Hernán era de total escepticismo.


Paula estaba a punto de entrar en la habitación, pero se detuvo. Le daba rabia ser tan... femenina,  pero,  ¿qué  chica  podría  resistirse  a  la  posibilidad  de  oír  si  un  hombre,  incluso  un hombre que no le guste, la encuentra atractiva?

—Está bastante bien equipada, pero es de la familia del repollo.

—¿Repollo? —Hernán expresaba en su pregunta el mismo desconcierto que Paula sentía.

—Verás:  durante  toda  mi  infancia,  todo  el  mundo,  niñeras,  padres,  maestros,  insistían constantemente en lo mucho que me convenía comerlo. Como es natural, aborrezco el repollo hasta el día de hoy.

—Entonces, ¿prefieres las mujeres que no te convienen?

—Hernán, no es eso. Lo que no quiero es a una que alguien cree que me debe gustar.

¡Le estaba bien empleado! Eso había sacado de espiar: oír cómo la comparaban al repollo.

Bien, al menos así sé entendía perfectamente su antagonismo hacia ella. Si creía que su madre la había enviado para cazarlo como marido, su reacción era perfectamente comprensible. Y, afortunadamente, también era fácil de corregir.

—Perdone, pero está muy equivocado. No he venido aquí para casarme con usted. A decir verdad, ni siquiera me gusta.

En cuanto hubo pronunciado esas palabras, Paula comprendió que algo fallaba y, durante el silencio, un poco prolongado, que las siguió, tuvo tiempo sobrado de rogar para que se abriese la tierra y la tragara. ¿Cómo podía habérsele ocurrido que las cosas iban a mejorar diciéndole que no le gustaba?

—Se te habrá quitado un peso de encima, amigo —dijo Hernán , conteniendo la risa.

«¡A ver cómo encajas esta, Pedro!» También el propio Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para contener las carcajadas que, inesperadamente, pugnaban por brotar de su garganta. El ver cómo cambiaba la expresión de ella nada más decir aquello, al darse cuenta de lo que acababa de soltar, era una de las cosas más graciosas que había visto en mucho tiempo. Aunque, claro está, si uno se guiaba por la opinión de sus más allegados, daba la casualidad de que su sentido del humor era de lo más retorcido.

—Lamento  tener  que  indicarle  que  su  técnica  de  seducción,  señorita  Chaves,  presenta deficiencias  notables  —la  indirecta fue  lanzada  como  si  se  tratara  de  un  desinteresado  consejo técnico.

Normalmente no disfrutaba viendo pasar un mal rato a la gente, pero siempre hay una primera vez para todo. A ningún hombre, por mucho éxito que tenga, le gusta que una mujer hermosa diga que no lo encuentra atractivo. Se preguntó, sin demasiado ahínco, cuánto le costaría hacerla cambiar de opinión. Que no llegase a cambiar no entraba en su cabeza, claro.

Paula se puso aún más roja, mientras soportaba su malicioso escrutinio. Vaya manera de meter la pata. Claro que él, si fuera un caballero, dejaría de insistir en el tema.

—Si usted da automáticamente por supuesto que toda mujer que conozca va a intentar seducirlo, tal vez necesite, además, los servicios de un buen psiquiatra.

«Eso, Paula, venga, no te cortes: después de todo, no es como si «necesitaras» el empleo, ¿verdad?»

Pedro  se quedó reflexivo, al ver que no se deshacía precisamente en excusas.

Ella trató de prepararse para la réplica cortante que él debía de estar poniendo a punto. Pero no estaba preparada para lo que por fin llegó, que fue una larga mirada, en perfecto silencio. Entendió entonces que hubiera personas que, enfrentadas a miradas como aquella, confesaran cualquier delito que no hubieran cometido. ¡Y eso que lo único de lo que ella podía acusarse era de torpeza!

—No es nada personal.

La mirada y el silencio de Alfonso subrayaban mejor que cualquier comentario la estupidez que acababa de pronunciar.

—Quiero decir que ... estoy segura de que, en el fondo, será usted una buena persona... —«en el fondo» era un misógino insoportable, claro.

¿Y con semejante declaración pretendería propiciarlo? Nadie había llamado nunca a Pedro «buena persona» porque creyeran semejante cosa. ¡Y menos aún no creyéndolo, como era el caso!

El relámpago que pasó por sus ojos puso aún más nerviosa a Paula. Empezó a buscar otro enfoque para la situación.

—Me imagino que le parecerá raro que Ana no lo informara de que yo iba a venir... La verdad es que a mí también me lo parece.

—Hum. Seguro que tiene sus motivos.

Ella  procuró  no  tener  en  cuenta  las  implicaciones  de  aquel  comentario,  mientras  se devanaba los sesos para dar con una explicación razonable del comportamiento de la señora Alfonso.

—Probablemente, pensaría que usted me iba a rechazar —dijo, en voz baja, casi para sí.

Qué bonito, se dijo Pedro: la chica no era vanidosa.

Paula  seguía con sus intentos de explicación, sin percatarse de cómo era observada.

—Verá, la verdad es que me hacía falta este trabajo —ojalá se hubiera acordado de ese punto antes.

—El altruismo no es el principal móvil de mi madre.

—Es la pura verdad —replicó Paula de inmediato, ofendida en nombre de Ana—: su madre me estaba haciendo un favor al ofrecerme este puesto... un puesto para el que, por lo demás, estoy  perfectamente  cualificada  —miró  a  los  dos  hombres  con  expresión  combativa,  como retándolos a pedirle sus credenciales—. Verán: mi madre y ella fueron juntas al colegio y ella estaba enterada de que... tenía problemas financieros —ese era un tema que la hacía sentirse francamente incómoda, así que no dio más explicaciones.

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